Las culpables

Ayer, 7 de junio, culminó el juicio de un caso que particularmente me impresionó mucho.

Culminó con la indignante sentencia de 15 años de cárcel para un hombre que había encerrado, inyectado, violado (sigo sosteniendo, como lo hicieron los peritos de Medicina Legal que declararon en el juicio, que sí lo hizo) y causado paraplejia a una joven que actualmente tiene 25 años.

El caso me impresionó por dos razones: la primera fue darme cuenta de que la afectada cumplía años el mismo día que yo, con una diferencia de diez años, y que el día en que yo celebraba mis 33 años ella estaba en un hospital intentando sobrevivir a lo que ese enfermo le había hecho con apenas 23 años.

Lo otro con lo que me identificaba era que ella vivía en una playa nacional a la cual le tengo un particular cariño, la playa El Tunco.

Los que me conocen saben que, desde 2011, diseño camisetas alusivas a dicha playa y que llevo tatuado en mi mano izquierda el logo de mi marca, que es la piedra que se encuentra ubicada dentro del mar y que le dio el nombre al lugar.

Ya no tengo idea de cuántas veces la he visitado, todas las cosas que he vivido ahí; le debo alegrías y amigos. No la puedo culpar de haberse enamorado del lugar y haber prolongado su estancia.

De lo que tampoco la puedo culpar, a pesar de que el escrutinio público sí lo hace, es de haber salido ese día, de haber tomado, de haber confiado.

La gente siempre culpa a la víctima, que en su mayoría son mujeres (también existen las violaciones sexuales y abusos hacia los hombres, pero son en menor escala): que cómo iba vestida, que si andaba sola, que si tomaba, que si utilizaba drogas, que si tenía tatuajes, y cualquier tipo de opinión para poder desviar la atención y justificar las actitudes aberrantes que cualquier atacante realiza.

Opiniones que hacen perder el foco de atención cuando se revictimiza a la afectada y se dicen argumentos, como el de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México en el caso de la joven Lesvy Berlín, asesinada dentro del campus de la UNAM, de la cual se dijo que estaba bajo los efectos del alcohol y de las drogas, que ni siquiera estudiaba en esa institución y que se había escapado de su casa materna para vivir con su novio una relación conflictiva, como si eso fuera justificante para que un día alguien decidiera ahorcarla con el cable de una cabina telefónica.

O como en el caso de las jóvenes argentinas Marina Menegazzo y María José Coni, asesinadas en Montañita, Ecuador, una playa muy parecida a El Tunco, y de las cuales se dijeron muchas cosas: que si viajaban solas (eran dos); que si se habían quedado sin dinero y por eso se habían ido a las habitaciones de sus victimarios; que si habían estado de fiesta en bares, y cualquier cantidad de argumentos para deslegitimar y siempre encontrar una justificación de por qué les pasó lo que les pasó, sin llegar a que el verdadero problema de raíz es el machismo que impera en nuestras sociedades, que sigue fomentando y criando feminicidas que encuentran satisfacción en sus mentes enfermas en someter a mujeres a través de violencia física y sexual que muchas veces finaliza en muerte.

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