La violencia de los hombres temerosos

Lo que nunca imaginé cuando vi la secuencia fotográfica de José Adán Menjivar Miranda disparando a su esposa, Vilma Pérez, en plena Troncal del Norte, es que ese hombre podía sentir algún tipo de miedo. Lo hizo en presencia de sus hijos y de todos los que, esa mañana del 24 de octubre, observaron su acto enloquecido por exterminar a la mujer a la que quizá un día creyó amar. De ese hecho queda una pregunta pendiente: ¿Qué pasa en la cabeza de un feminicida?

Interesada en las posibles respuestas, me fui a conversar sobre el tema con la sicóloga feminista Deysi Cheyne. A ella no le basta la explicación de que este tipo de hechos ocurren como consecuencia de relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Está segura de que explorar la mente de un hombre que asesina a una mujer es un objeto de estudio pendiente para la sicología social que vale la pena profundizar.

Con esta pregunta abierta, la sicóloga explica que la violencia de género es solo una expresión de la violencia social generalizada que vive el país; por lo tanto, para comprenderla, es preciso ubicarla en el contexto de una sociedad históricamente humillada: “nunca hemos tenido una época donde se nos hayan respetado nuestros derechos. Aquí siempre ha imperado una estructura socioeconómica de dominado y dominante, y las relaciones humanas violentas ha sido lo único que conocemos. Eso pesa”.

Cheyne asegura que la humillación es el sentimiento humano que más violencia genera y se convierte en una cadena de agresión sin fin. “Por ejemplo, los hombres que ahora se encuentran involucrados en el crimen organizado están marcados por la marginación social y su respuesta ha sido intimidar a comunidades enteras para recibir respeto y poder, desde esta lógica perciben el cuerpo de las mujeres como un objeto desechable, que se puede cambiar por otro, como una mercancía. Entonces, abusar o matar a una mujer no es importante, no es un hecho extraordinario”.

La otra pieza fundamental que la sicóloga identifica como causa de la violencia de género es la percepción de lo que significa ser hombre salvadoreño. De una generación a otra se ha repetido que el hombre es el proveedor del hogar y eso le otorga poder y una serie de privilegios en diferentes ámbitos de su vida. La mujer, en cambio, se encarga de cumplir con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos.

Sin embargo, la sicóloga y yo estamos de acuerdo que eso ha cambiado. Argumenta que mientras las mujeres llevan años reflexionando sobre sus problemáticas, las formas de lucha y la conquista de sus libertades, los hombres enfrentan un deterioro en la subjetividad masculina porque siguen estableciendo relaciones basadas en el poder, el control y la subordinación. Este choque de roles genera en los hombres muchos temores, inseguridades y la respuesta ha sido violentar a las mujeres.

“Los hombres viven sus temores a flor de piel… temen que la mujer sea infiel, que lo crean homosexual o llegar a perder su capacidad de erección. Y frente a los temores lo más fácil es ser agresivo para mantener el control. En el fondo los feminicidas y agresores sexuales son hombres llenos de miedo, inseguros y con baja autoestima”, asegura la sicóloga.

Ahora concluyo que mientras Vilma Pérez comprendió que no tenía por qué soportar más el maltrato de su esposo, y tomó la decisión de ir a denunciarlo. José Adán Menjivar Miranda no fue capaz de concebir otro tipo de relación y, ante la terrorífica idea de renunciar a su rol dominante, prefirió matarla. Así funciona la violencia de los hombres temerosos.


* Esta columna fue escrita en el marco de la campaña del 18 aniversario de la celebración del día internacional y nacional para la eliminación de la violencia contra las mujeres impulsada por el Grupo Asesor de la Sociedad Civil de ONU Mujeres (GASC) en El Salvador.

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