La guerra que no viví y la paz que quiero construir

Durante la guerra mi madre perdió a sus padres en San Miguel. Mi abuelo materno era periodista y fue propietario de un estudio fotográfico y de un pequeño rotativo llamado “El Eco de Oriente”, y además fue vicepresidente de la Asociación de Periodistas de Oriente. Mi abuela se dedicaba a un pequeño negocio familiar que sacaba adelante con la ayuda de mi madre y mis tíos, unos niños en aquel entonces. Resulta que mi abuelo, Amadeo Mendizábal, era un fiel defensor de la libertad de expresión. Sin caer en el fanatismo, sus creencias ideológicas tenían una tendencia hacia la izquierda. Era un hombre de argumentos sólidos. Un intelectual, según narran quienes le conocieron.

El 25 de abril de 1981, mi abuelo Amadeo, a sus 59 años de edad, fue asesinado frente a la catedral de San Miguel. Según el Observatorio de la Libertad de Prensa en América Latina, él se habría negado, en defensa de la libertad de expresión, a borrar unas pintas revolucionarias de la fachada del edificio donde funcionaba su rotativo. Al día siguiente de la advertencia fue asesinado por supuestos agentes de la Guardia Nacional.

La historia que conoce mi familia es casi la misma: frente a la catedral de San Miguel forcejeó con un hombre que lo había embestido. Mi abuelo puso resistencia, le rociaron gas pimienta y luego lo acribillaron en plena luz del día. Después de su muerte, los asesinos se fueron tras los pasos de mi abuela María Elena. La sacaron de su casa y días después fue encontrado su cuerpo.

Un blog del veterano periodista Carlos Domínguez narra algunas de las “estampas del periodismo salvadoreño” y nos comparte el siguiente dato: “Entre enero de 1980 y mayo de 1981 se registraron 114 actos diferentes de persecución contra periodistas en el país. La responsabilidad recae en su mayoría en los diferentes cuerpos armados que operaban en esa época: Policía Nacional, Policía de Hacienda y Guardia Nacional, que junto al ejército realizaban labores de seguridad pública. Muchos de los crímenes fueron cometidos por desconocidos vestidos de civil”.

Después de lo sucedido, la vida de mi madre y mis tíos fue tan dura como la de miles de salvadoreños que sufrieron imperdonables actos de violencia durante la guerra civil. Mi padre no conoció estos actos de crueldad en El Salvador, puesto que no es salvadoreño, y en mi infancia la guerra solo fue parte del pasado; historias que surgían de vez en cuando, y en ocasiones, abrían viejas heridas.

A pesar de la ideología de mi abuelo, mi madre siempre votó por la derecha, aunque me confesó que en 2009 votó por Mauricio Funes y que luego se sintió víctima de un engaño. Para ella una de las peores decisiones electorales que ha tomado. Actualmente, solo cree en algunas figuras políticas contadas con los dedos de una mano; no hace falta más, puesto que ella asegura que ya no cree en la clase política de nuestro país, a excepción de unos pocos.

En mi caso, sin coincidir con la ideología de mi abuelo, siempre me he inclinado por la derecha. Tiempos distintos, pensamientos distintos. Sin embargo, en lo que coincido con él es en dejar a un lado los fanatismos, y en cierto afán por el periodismo.

En este 2017, el 25 de abril, justo un día después de que yo cumpla mis veinticuatro años, mi abuelo tendrá treinta y seis años de muerto. Y mi frustración será la misma que hasta este momento. Seguiré sin entender cómo es posible que personas como mi abuelo fueron llevados hasta la tumba junto a sus seres queridos por mantenerse firme en sus convicciones y su ideología. Y yo estoy ante un gobierno que al parecer dejó sus convicciones sepultadas junto a mi abuelo y muchos más para volverse “más de lo mismo”.

En esta batalla eterna que libramos todos los días entre la frustración y la esperanza es la esperanza de evocar las convicciones de mis abuelos, y las de muchos salvadoreños más, las que siempre me hacen reafirmar que todos tenemos un compromiso con El Salvador.

No importa nuestra ideología política, la historia nos ha demostrado que los fanatismos y los extremos solo han devastado nuestra integridad ciudadana. Por eso creo que lo importante es nuestro empeño en sacar adelante a nuestro país. Nuestra simple convicción de ser salvadoreños debe ser razón suficiente para involucrarse y dejar atrás a aquellos que han sido cómplices de lo que maldecimos por haber tenido la oportunidad de hacer cambios y optar por seguir haciendo “más de lo mismo”.

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