Después del cataclismo en Estados Unidos

El candidato ganador, a sabiendas de la profunda división política que le hizo incluso perder el voto popular en las elecciones, ha salido a aceptar humildemente la victoria en las primeras horas del 9 de noviembre de 2016, fecha histórica, y ha llamado a la conciliación y al esfuerzo conjunto mientras que los votantes del partido perdedor se alistaban para levantarse en violentas manifestaciones en muchas ciudades de todo el país.

El candidato repite su mensaje en los días siguientes apreciando la pasión de los manifestantes, que son prueba del fervor que todos estos ciudadanos de distintos estratos sociales sienten por la patria. El mensaje cala y la economía respira esperanza: los índices de la Bolsa de Valores han alcanzado nuevos picos; la Reserva Federal aumentará con un 92% de probabilidades las tasas de interés antes del fin del año; el país se prepara para salir de la recuperación más lenta en la historia estadounidense después de una recesión y para disfrutar de los beneficios de un crecimiento económico -talvez sin precedentes-, todo  gracias a la confianza de la población en el presidente electo, a pesar de las serias acusaciones que se vertían en su contra durante una de las campañas más sucias de las que se tienen registro.

Lo descrito arriba era más o menos predecible.  El protagonista, sin embargo, fue un giro totalmente inesperado en el guión de estas elecciones.  La inmensa mayoría de las encuestas predijeron una victoria relativamente sencilla de Hillary Clinton.  La del sitio web fivethirtyeight.com, considerada como la más favorable para Trump (de las serias, en todo caso), le daba al republicano, en el mejor de los casos, una probabilidad de 65%-35% en contra en los días previos a la votación.  Pero una vez resignado a los eventos, el mundo entero cuestiona la durabilidad de estas buenas noticias económicas.  ¿Prevalecerá este clima de confianza y, en todo caso, por cuánto tiempo?  ¿Va Trump a seguir dando con la tecla una vez asumido el poder? Y, específicamente respecto a la promesa-amenaza de campaña más importante para América Latina, ¿podría el potencial éxito económico de la nueva Administración actuar como una excusa para llevar a término la deportación masiva de inmigrantes indocumentados que actualmente viven en Estados Unidos? ¿Podría en dado caso el nuevo gobierno contar con el soslayo de una población que sí que se siente triste por todas las familias que van a ser devueltas a sus ya de por si convulsionados países pero, sin importar el partido por el cual hayan votado, esperan ansiosos ya sea la diáspora inversa de bien remunerados y abundantes trabajos que solamente uno de los dos candidatos prometió, o en su defecto, asistir al linchamiento público de dicho candidato, quien ya en ese momento será su cuadragésimo quinto presidente?

Un hecho fundamental es que Trump contará con la ventaja de que su partido tendrá el control de ambas cámaras del Congreso, lo que sumado a la política en pro de los negocios y la falta de regulación estatal (estorbos creados por burócratas, diseñados para disminuir la eficiencia que dejaría en evidencia la incompetencia del gobierno, según la mayoría de los republicanos), vaticina una círculo virtuoso de demanda superando a la oferta, generando aumento de precios, salarios, ganancias, crecimiento económico.  El suyo podría convertirse en un gobierno muy exitoso, y para sorpresa de todo el mundo, los gringos todavía confían en el candidato que eligieron la semana pasada, y se gustan a sí mismos por haberlo elegido (bueno, 60 millones de ellos para ser más concretos).  Si bien es cierto existieron importantes disidencias dentro de los mismos republicanos durante la campaña, es de suponer que la similitud de las filosofías entre el partido y las propuestas del billonario les llevará a trabajar juntos en pos de una economía mucho más nacionalista, aislacionista y que se enfoque en el crecimiento y la inflación (tan añorada después de estos años, si bien no de deflación, de crecimiento casi inexistente).

Mucho habrá que decir y analizar en las semanas, meses y años siguientes, ya que una ceremonia con la aguja del medidor de incertidumbre fuera de rango tendrá lugar el 20 de enero del próximo año, cuando un (acusado de ser) keniata musulmán y comunista le pase la batuta de la Economía y del Ejército más grandes del globo al (acusado de ser el) nuevo Hitler.  Como siempre, la verdad se encuentra más o menos en medio de ambos extremos, y todos trataremos de leer la cara que los acusados ponen en la foto.

 

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