Los votantes latinos se dieron a conocer en números sin precedentes durante la amarga y destructiva campaña presidencial estadounidense. Sin embargo, su presencia no fue lo suficiente ni para elegir a una competente centrista, quien sin embargo no inspiraba mucha confianza, ni detener a un errático showman de televisión que apoya políticas totalmente opuestas a los intereses de esos latinos. Aunque la ex Secretaria de Estado Hillary Clinton perdió en el colegio electoral –el ente determinante en el sistema electoral americano— ganó el voto popular por un margen pequeño, algo que sirve de poco consuelo para los latinos. Donald Trump y las fuerzas que lo acompañarán en el Ejecutivo se han comprometido a encaminar sus esfuerzos para deportar a millones de inmigrantes indocumentados, construir muros para mantener a los latinoamericanos fuera del país y revertir décadas de políticas diseñadas para fortalecer los lazos entre las Américas. Esta elección recalcó varias brechas dentro de la democracia estadounidense:
- Una coalición inclusiva de urbanitas con altos niveles de estudio, jóvenes y minorías raciales y étnicas perdieron frente a un bloque de votantes blancos y encolerizados provenientes de la clase trabajadora y de pueblos y zonas rurales. Estos últimos fueron animados por un hombre cuyo comportamiento y retórica se estimaron como repugnantes incluso por los líderes de su propio partido. Estos resultados dan fe del grado hasta donde llegarán los grandes segmentos de la población estadounidense que se sienten ignorados y denigrados por las élites políticas y culturales. Además, son personas que se sienten afectadas por los profundos cambios sociales que se aceleraron durante la administración de Obama, incluyendo cambios en temas de identidad de género y sexualidad, pero en especial temas de diversidad racial y empoderamiento.
- Este “reacción blanca” (white lash) dirigida por Trump había sido sobre todo retórica hasta ahora, pero dentro de poco se manifestará en políticas públicas con consecuencias de vida o muerte para los inmigrantes, poblaciones minoritarias y ciudadanos de escasos recursos. Sí existe la posibilidad que la facción de Trump se modere con ciertos temas. Pero aterroriza pensar que en 1932 menos del 37 por ciento de los votantes alemanes se movilizaron para apoyar a un cóctel análogo de resentimiento racial mezclado con impulsos violentos. En el 2016, casi la mitad del electorado estadounidense hizo precisamente lo mismo, con implicaciones profundas para el discurso civil, la tolerancia y el respeto para los sectores marginalizados de la población de este país. Si la retórica excluyente de Trump se traduce en políticas que concretamente disminuyen la diversidad del país, Estados Unidos perderá su puesto entre los lugares más dinámicos y creativos a nivel mundial.
Se esperaba que el voto latino fuera uno de los factores decisivos para darle el gane a Clinton y mover la balanza en el Senado nuevamente hacia los demócratas, aunque fuese por el margen más pequeño. Pero, a pesar de su influencia en reducir el margen de victoria de Trump en los tradicionales fuertes del Partido Republicano, como lo son Arizona y Tejas, y darles la victoria a los demócratas en estados como Nevada, Nuevo México y Colorado, el voto latino fue insuficiente para cambiar el destino a favor de Clinton en los estados cruciales de Florida y Carolina del Norte. Mientras que en 2012 Obama tuvo una ventaja aproximada frente a su oponente de 71 a 27 por ciento entre los votantes latinos, Clinton no logró aproximarse a este margen. Las encuestas de boca de urna indicaron que los votantes la apoyaban por un 65 por ciento a un 29 por ciento de Trump, un candidato que explícitamente atacaba los intereses de los latinos. Trump hizo un llamado a la deportación masiva de los cerca de 10 millones de residentes latinos indocumentados. Además, exigía un retroceso en los esfuerzos de la administración de Obama para darles asilo y estatus legal al menos a la mitad de este segmento vulnerable de comunidades estadounidenses. Sin importar las razones de su baja participación, estas comunidades ahora enfrentan serias amenazas existenciales.
Si Trump cumple con sus promesas, el impacto se verá en ámbitos que tienen implicaciones profundas para el bienestar de los latinos en Estados Unidos y que van más allá de la inmigración y temas de derechos humanos relacionados. Estos incluyen la composición de la Corte Suprema y su compromiso con el derecho al voto; las protecciones contra la discriminación en el trabajo, la vivienda y los servicios financieros; el acceso a los servicios de salud para las 20 millones de personas que pudieron entrar al sistema por primera vez a través del Acta para el Cuidado Médico Accesible (Affordable Care Act), mejor conocido como Obamacare; las oportunidades para la educación preescolar y superior; y las regulaciones ambientales necesarias para proteger la salud y la seguridad pública.
Los cientistas políticos y los ciudadanos informados ahora deben reconsiderar sus suposiciones sobre el impacto que una creciente población latina puede tener sobre los resultados de una elección presidencial. La brecha que separa a los dos partidos en cuanto a las preferencias de los latinos es vasta y se consolida cada vez más, lo cual sugiere una desventaja enorme y perdurable para los republicanos. Pero la idea de que el voto latino puede llegar a considerarse decisivo en vez de simplemente influyente es mucho más incierta. El enojo de los votantes blancos, por lo menos en esta instancia, ganó el día. Esta “reacción blanca” puede o no ser un fenómeno transitorio, pero la potencialidad de los esfuerzos por hacer de Estados Unidos una fuerza para bien en el mundo, y del gobierno un agente por la justicia económica y social para todos, dependerá en gran medida del poder de movilización de la comunidad latina. El futuro de Estados Unidos –y por ende, la del mundo entero— depende de la capacidad de los votantes latinos de, utilizando las palabras de Trump, hacer América grande otra vez.
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