Noticias de mentiras

El 4 de diciembre de 2016, la policía de Washington, DC capturó a Edgar Maddison Welch en una pizzería de la capital estadounidense. Welch había manejado unos 580 kilómetros desde su casa hasta el restaurante para “investigar” algo que había leído en internet: que en la venta de pizzas funcionaba una red de explotación sexual infantil dirigida por ¡Hillary Clinton! y John Podesta, uno de los principales asesores de campaña de la ex candidata demócrata.

Welch entró al restaurante después de haber manejado 6 horas; armado con un AR15, una de las armas largas más populares en los Estados Unidos, apuntó a uno de los empleados de la pizzería y luego, en un arranque de locura, empezó a disparar. El empleado logró huir y avisar a la Policía. El restaurante, dijeron luego las autoridades, estaba vacío: el episodio no dejó víctimas mortales ni heridos.

¿De dónde sacó el tirador la historia que involucraba a Hillary Clinton? De un sitio de noticias falsas, uno de miles que se han esparcido por Estados Unidos y por el mundo, también por El Salvador. Una noticia falsa, diseminada en el internet por sitios apócrifos (o no) de noticias falsas y por troles, esos monumentos a la cobardía: cuentas de Twitter falsas manejadas por mercenarios anónimos que reciben dinero por esparcir la basura de la que los alimentan sus patrones de turno.

Toda la historia del “pizzagate” era, por supuesto, una mentira monumental. Y Welch un lector incapaz de distinguir entre las mentiras con que lo bombardean a diario cada vez que se conecta a internet.

“Las noticias inventadas son malas porque mentir está mal. Pero son un problema porque la gente las cree o, por lo menos, porque quiere creerlas… Este tipo de basura no tendría demasiada importancia si todos pudiesen reconocer como huele el desperdicio cuando se pudre. Pero está claro que no todos pueden, o no todos quieren”, escribió el columnista Callum Borchers en el Washington Post al comentar el incidente de la pizzería.

Hace poco, y no por primera vez, sitios salvadoreños de noticias falsas, y un puñado de troles asociados a ellos, intentaron esparcir eso, noticias falsas, a propósito de Revista Factum o de sus periodistas.

Desde el viernes pasado, por ejemplo, varios troles han inundado las redes, copiando a medios y colegas tuits con la foto de uno de nuestros periodistas y amenazas a su integridad física. Estos troles han hecho amenazas similares al menos a un colega de El Faro. En principio, este tipo de cosas las veríamos como lo que son: basura cibernética. Sin embargo, a estos tuits siguió el acoso a nuestro colega por tres individuos que lo acecharon cerca de su vivienda en San Salvador. Seguimos entonces, lo que marca nuestro protocolo de seguridad: hacer las denuncias respectivas en Policía y Fiscalía, así como a comités de protección de periodistas en Estados Unidos y Europa, además de garantizar, en la medida de nuestras posibilidades, la integridad física del reportero.

Es como el ejemplo de Washington: un imbécil o un fanático armado, con un AR15 o con una cuenta de Twitter, puede ser muy peligroso. Sobre todo cuando hay más imbéciles dispuestos a escucharlo.

De Factum también dijeron hace poco que el dominio de esta revista es propiedad del empresario salvadoreño Adolfo Salume. La mentira, esta vez, nació de que entre los dominios de internet —casi una centena— que ese empresario ha comprado hay uno que se lee www.revistafactum.net. Al entrar a ese link, el lector puede ver enlaces que llevan a otros que no tienen contenido alguno. Es decir, sitios basura. No sabemos por qué Salume compró un dominio parecido al nuestro. Preguntamos y no recibimos respuesta.

Ya en enero de 2015, después de que lo incluimos en la lista de los protagonistas de los peores actos de corrupción del año anterior, el expresidente Mauricio Funes, a través de una columna de opinión y sin ningún fundamento,  había expandido mentiras similares. Porque esos también son troles, de otra variedad y acaso más peligrosos por la cantidad de incondicionales que les siguen: los que diseminan mentiras sin filtro alguno amparados en la lealtad ciega, irracional, de sus seguidores.

El dominio de esta revista es www.revistafactum.com y ese, como ya publicamos hace más de un año en nuestro Quiénes Somos, es propiedad del consejo editorial. Cuando armamos la Revista, a finales de 2014, le pedimos a una empresa privada, que se dedica a la gestión de dominios, que lo comprara y lo mantuviera, algo que a la fecha hace. Esto escribimos entonces:

“El dominio revistafactum.com es propiedad del consejo editorial de Revista Factum y es manejado por la compañía Guión Multimedia, propiedad del emprendedor salvadoreño Félix Pacas, quien ofrece mantenimiento al soporte digital de la Revista.”

Y sobre el consejo editorial escribimos esto:

“Revista Factum es una revista online fundada en 2014 por dos periodistas salvadoreños: Héctor Silva Ávalos y Orus Villacorta Aguilar. Silva Ávalos es un reconocido periodista investigador que ha trabajado sobre temas de crimen organizado, narcotráfico, corrupción, gobernabilidad y migración; ha sido diplomático en Washington y actualmente es investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos de American University. Villacorta Aguilar es un periodista salvadoreño radicado en México con amplia trayectoria en temas culturales y de entretenimiento. Posteriormente se unió el periodista salvadoreño César Castro Fagoaga, ex editor del área Judicial de La Prensa Gráfica y ex jefe de redacción de El Faro.”

Somos periodistas y administramos un sitio periodístico. Lo hacemos firmando nuestras notas y asumiendo todas las responsabilidades éticas y legales por hacerlo. Como tiene que ser.

Estas historias de sitios falsos, como apunta el columnista Borchers del Washington Post, tienen dos protagonistas: los sitios mismos y los lectores que, a pesar del tufo a mentira, deciden creerles.

En El Salvador, buena parte de los sitios de noticias falsas —incluidas cuentas apócrifas de Twitter y Facebook controladas por los llamados ‘troles’— se pusieron de moda durante la presidencia de Mauricio Funes, cuando desde cuentas como “Chico d’Anconia” o “Chico dice” grupos no identificados empezaron a cuestionar la vida privada del exmandatario. La respuesta llegó en forma de un blog al que estos mercenarios bautizaron “Quienes son”. Todo era basura cibernética. Chambres.

El asunto se sofisticó luego, cuando sitios con apariencia de periódicos se empezaron a multiplicar como hongos. Y aquí el asunto es más sutil: los hay desde algunos que tienen periodistas en planilla, hasta otros que no son más que versiones mejor diseñadas de los blogs-basura del párrafo anterior. Todos tienen algo en común: reproducen noticias de mentiras, inventos, historias falsas a las que pretenden vestir, en algunos casos, con ropaje periodístico.

Esta información la hemos obtenido a través de una investigación que dura ya un año y medio, que ha incluido entrevistas extensas con una docena de mercenarios cibernéticos que han manejado cuentas a políticos, a empresarios y a grupos económicos, y cuyos resultados finales publicaremos cuando tengamos atados todos los cabos.

¿Cómo diferenciar la basura de la noticia? ¿el afán periodístico de historias sin sustento real? Si usted, lector, está entre esos a los que interesa distinguir, algunas pistas:

¿Cuáles son las fuentes de esa información? ¿Cuál es la corroboración a la que el autor o autores de las notas han sometido la información? Si usted lee algo en el que abunden conjugaciones como “trascendió”, “se supo” o “se indica”, así con pronombres impersonales, muy probablemente está ante un sitio-basura.

Acudimos aquí, para ilustrar, a una escena de “Todos los hombres del presidente”, la película de Alan J. Pakula sobre la investigación periodística del Washington Post que destapó el escándalo Watergate. En esa escena, los dos reporteros protagonistas buscan una pista entre decenas de documentos esparcidos en una mesa de la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos mientras la cámara se aleja en plano cenital para mostrarnos lo compendioso de la tarea; esa pista, sabremos luego, llevará a otra pista, y a otra… La escena es un perfecto resumen visual sobre la cantidad de trabajo, de comprobaciones, de reporteo, que requiere corroborar una historia antes de publicar.

Las historias que publicamos en Factum suelen consumir semanas de reporteo y corroboraciones, múltiples visitas a los lugares donde han ocurrido los hechos u horas largas de entrevistas con protagonistas o navegando entre documentos, descuartizándolos, para determinar su autenticidad.

El otro asunto clave es el financiamiento. ¿De dónde viene la plata que sostiene a estos sitios? En el caso de Revista Factum, como ya lo hemos explicado, el dinero viene en esencia de organizaciones no gubernamentales estadounidenses sin fines de lucro, como la Open Society Foundations, la cual financia a algunos de los medios periodísticos más reputados de América Latina, como El Faro en El Salvador o Plaza Pública y Nómada en Guatemala.

Y, durante un buen tiempo, cuando recién la habíamos fundado, Héctor Silva Ávalos y Orus Villacorta Aguilar no cobraron su trabajo para hacer crecer la Revista. Luego, cuando fuimos capaces de demostrar que podemos hacer periodismo valioso, llegaron los financiamientos de estas oenegés, a las cuales sometimos propuestas periodísticas que nos tomó un buen tiempo elaborar.

En el caso de un sitio-basura o de noticias de mentiras, como los que han esparcido noticias falsas sobre Factum, no espere encontrar explicación alguna sobre sus finanzas. Si tiene dudas, escríbales un correo electrónico (si es que tienen) para preguntarles por la plata. No le contestarán. Muy probablemente, usted está, de nuevo, ante un sitio basura, de noticias falsas.

Otra pista: ¿quiénes firman las notas? ¿Quiénes son los periodistas o redactores de esos medios? ¿Quién es el jefe de redacción? ¿El director? Si usted encuentra algún nombre —en muchos casos tampoco hallará eso— pregúntese sobre esos escritores. ¿Cuál es su hoja de vida periodística? ¿Qué han escrito? ¿Cuáles son sus antecedentes éticos? De nuevo, si no encuentra respuestas, está usted ante un sitio basura.

El portal Clases de Periodismo, dirigido por la colega peruana Esther Vargas, tuiteó el 6 de enero pasado un enlace al sitio estadounidense Huffington Post sobre cómo reconocer a estos sitios basura. En realidad no es tan difícil. Le proponemos: revise esos en los que lee mentiras sobre Factum o sobre otros colegas y verá que todos cumplen con el perfil del que habla el Huffington Post.

Ahora bien, si a pesar de hacerse todas estas preguntas usted es de esos que no pueden o no quieren diferenciar la información procesada a través del periodismo del tufo a basura que emana de estos sitios de noticias falsas, pues usted es, lamentablemente, un buen candidato para hacer una estupidez o una locura como esa que hizo Edgar Maddison Welch en la pizzería de Washington, o, al menos, uno de esos lectores a los que, sí, les encanta consumir desperdicio.

La experiencia con Factum nos ha enseñado que los lectores de basura son los menos y que los ciudadanos que reclaman buen periodismo son los más. En honor a ellos, a los que nos escriben, nos ofrecen historias o nos piden poner nuestro ejercicio al servicio de las víctimas de la injusticia y la corrupción, y en honor a quienes nos han preguntado por las mentiras puestas a circular sobre esta Revista, y sobre nuestros reporteros, nos hemos tomado el tiempo de escribir este editorial.

¡Gracias por leer!

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