Los niños del Mitch encaran las nuevas tormentas

La tormenta tropical Amanda, que causó 30 fallecidos, pasó a recordar cuan vulnerable es El Salvador. En el Bajo Lempa, donde residen quienes han pasado por inundaciones una y otra vez, hay una escuela de resistencia.

Foto FACTUM/Salvador Meléndez


Con el agua hasta el cuello, Iris puso a su hermano de cuatro años sobre sus hombros y caminó hasta la calle principal de la comunidad La Sabana, en el Bajo Lempa, en Tecoluca, San Vicente. Los pies hundidos en el lodo, el pelo y la cara empapadas, y su cuerpo tembloroso. Eso es lo que recuerda hoy, a sus 34 años, la mayor de cuatro hermanos. Iris, la muchacha que sobrevivió al huracán Mitch, uno de los peores desastres naturales que ha tenido El Salvador en la historia reciente.

Ocurrió en octubre de 1998. Iris Morales, en aquel momento de 12 años, vivía en una casa de bajareque con su madre, su padrastro y sus tres hermanos. Recuerda los gritos, el llanto de los otros niños y las súplicas de auxilio de los señores de la tercera edad que quedaron atrapados cuando el río Lempa, tras una soberbia descarga de la presa 15 de septiembre, se tragó a todas las comunidades que acordonaban el caudal.

“Había llovido como un mes. Nosotros lo veíamos como algo normal, porque no imaginábamos que el río iba a rebalsar o que la presa estaba soltando agua. Aquí faltó como una cuarta para que se inundara completamente la casa. Cuando salí con mi hermanito en los hombros, ‘simasito´ me lleva el chiflón de agua, pero mi padrastro me logró agarrar”, relata Iris, mientras en el techo de su casa truena porque ahora, 22 años después, está en medio de otra emergencia, la  de la tormenta tropical Amanda.

Mitch causó 240 muertos en El Salvador y devoró comunidades del Bajo Lempa, donde en la actualidad viven unas 2 mil familias. Entonces no había agua potable ni energía eléctrica en el lugar. Tampoco había canchas. Los líderes comunales buscaron zonas verdes donde los helicópteros pudieran aterrizar y rescatar a las familias que quedaron anegadas. Con el tiempo, tras ir de tormenta en tormenta, los habitantes de esa franja de El Salvador adquirieron una destreza: aprendieron a transformar la tragedia en una escuela de resiliencia.

“Nos llevaron a San Carlos Lempa. Cuando llegamos, nos levantaron en un helicóptero a mí y a mis hermanitos. Como las personas que se podían movilizar, corríamos agachados. Nos fueron a dejar a un albergue de Zacatecoluca”, recuerda la joven.

Iris y sus hermanos permanecieron dos meses en el albergue. El 21 de diciembre de aquel año, regresaron a lo que quedaba de su casa. Todavía encontraron el terreno atascado de lodo y palos. Lavaron con lejía. Les tomó un día limpiar, pero Iris recuerda aquella escena como un momento feliz.

“Cuando llegamos, realmente se sintió la tristeza al ver cómo quedó todo, pero no veníamos con miedo. Veníamos alegres porque era regresar a la casa. En el albergue no se dormía, porque [había] mucho zancudo. Ahora duele recordarlo porque no queremos volver a vivirlo”, agrega, sentada en un corredor de su nueva casa, la que levantaron con cemento en el mismo terreno.

Iris ha pasado por la tormenta Stan, el huracán Adrián, la tormenta Ida, Agatha la 12-E, y, la más reciente, Amanda, la que llegó cuando El Salvador estaba intentando lidiar con la emergencia por la pandemia mundial de coronavirus. Después de tanta tormenta, hoy Iris es una de las encargadas del comité de prevención de desastres de su comunidad, La Sabana.

Su trabajo en un comité de protección civil empezó a los 18 años, con un grupo de jóvenes elegido por la junta directiva. Hoy sabe identificar cuándo es momento de evacuar. Está en cuatro grupos de Whatsapp en los que monitorean las tormentas y otros peligros.

Los habitantes del Bajo Lempa heredaron el sistema de comunicación de la guerrilla.  Son excombatientes, en su mayoría. La cadena funciona así: la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa (CEL) comunica al centro de protección civil, en San Carlos Lempa, donde hay un radio y un líder comunal, y ellos envían la información a los radios en las comunidades. Tienen radios en las comunidades Taura, Rancho Grande, Santa Marta y La Pita. Luego, los encargados de los radios difunden la información a quienes tienen teléfono celular.

“Las alertas tempranas no han nacido así por así. Realmente, aquí los líderes se preocuparon por crear estos comités. Aunque la municipalidad no ponga la acción, los líderes de la comunidad están activos y están monitoreando todo”, cuenta Iris.

Rosa Cáceres, de 41 años, sostiene una fotografía impresa donde ella baja de un helicóptero del ejército, durante la emergencia del Huracán Mitch, en 1998. Ahora, veintidós años después de la tragedia, los habitantes del Bajo Lempa se capacitaron para no volver a vivir aquella amarga experiencia. Foto FACTUM/ Salvador Meléndez.

Rosa Cáceres vive en la comunidad Rancho Grande. Tiene 41 años y apenas era una joven de 19 cuando llegó el Mitch.  ‘Rosita’, como le dicen en la zona, es hoy la encargada de uno de los radios en la comunidad donde vive. Desde su casa, en cuyo patio está la borda del río, alerta a la gente de Rancho Grande.

“Uno se acostumbra a vivir en esa situación. No es tan fácil, pero no tenemos para dónde [ir]. Aquí está todo lo que poseemos. La necesidad nos obliga a permanecer, aunque nuestra vida sea bien difícil en el tiempo de invierno”, dice Rosa.

La imagen de Rosa quedó registrada en el archivo de los periódicos que cubrieron el huracán. En una fotografía archivada por El Diario de Hoy se observa el rostro joven de una muchacha desconcertada. Es Rosa, junto al lado de Mariano Avilés, quien ahora reside en la comunidad Taura.

“Mi casa se llenó como por dos metros y medio. Prácticamente se me cubrió toda. La foto me hizo recordar cosas tristes que pasaron… y todavía sigo en los mismo. Hemos tenido varias inundaciones después del Mitch, pero no como antes. Estamos preparados como comunidad. Ahora se han formado comisiones de protección civil”, cuenta la lideresa comunal. Cuando dice «la foto», se refiere a la fotografía del archivo periodístico. No tiene otras fotos de su juventud.

Aunque de edades distintas, Rosa e Iris coinciden en que lo que les ayudó a salir a flote fue la organización comunitaria y la presencia y soporte de organizaciones no gubernamentales en la zona. Una de esas organizaciones es la Fundación para la Cooperación y el Desarrollo de El Salvador (Cordes), que ayudó a que las comunidades se levantaran con mayor rapidez.

¿Qué factores influyeron en la recuperación de los habitantes? “La capacidad organizativa de la comunidad y de la región. Eso es fundamental. Luego planteamos la perspectiva de rehabilitación y reconstrucción para el desarrollo. La gente que tenía una champita, después del Mitch tuvo una vivienda formal. Convertimos el desastre en una oportunidad para el desarrollo”, explica Emilio Espín, director de Cordes, un catalán que vive en el Bajo Lempa desde los años ochenta.

La escuela de la resistencia

Hay un papelógrafo en la fachada del Sistema Económico Social (SES) de San Carlos Lempa, un centro de operaciones administrado por las comunidades y las ONG. Los residentes anotan la cantidad de agua que CEL ha descargado este miércoles 3 de junio:  7:00 a.m: 500 metros cúbicos por segundo; 10:00 a.m: mil metros cúbicos por segundo; 3:00 p.m: 1,500 metros cúbicos por segundo.

“Para el Mitch le habían desalojado 15 mil metros cúbicos por segundo. La represa llegó a su tope, sin avisar ni nada. Teníamos cinco años de que la gente había llegado acá. Íbamos medio levantándonos. Moralmente la gente estaba destrozada, pero la organización nos hizo más fuertes”, explica Francisco López, residente de la comunidad El Porvenir, quien está al mando hoy.

La gente ahora tiene más capacidad de responder que cuando el Mitch. “Cuando descargan 1,500 o 2 mil metros cúbicos sabemos que tenemos un lapso de cuatro a seis horas para poder organizarnos. Sabemos que cuando descarguen 4 mil tenemos que evacuar, porque la borda no tiene capacidad para soportar eso”, cuenta Francisco.

Iris Morales, de 34 años, residente en la Comunidad La Sabana, en el Bajo Lempa, sostiene un grupo de fotografías impresas que fueron publicadas en 1998 durante la emergencia del Huracán Mitch. Ella tenía 12 años cuando su hogar se inundó por las descargas de la presa Hidroeléctrica 15 de septiembre. Foto FACTUM/ Salvador Meléndez.

Desde 2005, El Salvador tiene una ley que creó el Sistema Nacional de Protección Civil, Prevención y Mitigación de Desastres. Ese sistema, a su vez, está integrado por una comisión nacional, por 14 comisiones departamentales de protección civil, y las comisiones municipales y comunales. Una de las funciones de la comisión departamental es hacer evaluación de daños y de la necesidades departamentales, para luego presentarlo a la comisión Nacional.

El sistema está incompleto. El Gobierno de Nayib Bukele no ha nombrado a los gobernadores que lideren esas comisiones departamentales. La última vez que se le preguntó al presidente sobre el nombramiento de esos delegados gubernamentales, respondió caracterizando a los anteriores gobernadores como “macetas”, sin dar una respuesta clara sobre cuándo los nombraría.

Emilio Espín, coordinador de Cordes, cree que en el pasado los gobernadores sí se usaron como un instrumento político partidario –en algunos lugares menos que otros–. Sin embargo, opina que eso no significa que deba cerrarse el debate sobre la permanencia de esta figura estipulada en la ley.

“No es que el periodo anterior era perfecto en Protección Civil, pero había un andamiaje. Estaba la estructura de gobernaciones y estaba la estructura de protección civil armada. Ahora esto ha quedado un poco en stand by. Están los comités municipales, comunales, que desde luego aquí funcionan porque es la organización del territorio”, dice Espín.

Los comités del Bajo Lempa han trabajado con gobiernos del FMLN y Arena. El último cambio lo experimentaron en las elecciones municipales de 2018, cuando –por primera vez desde la firma de los acuerdos de Paz– el FMLN perdió la alcaldía de Tecoluca y llegó un gobierno de Arena. Pero la gestión del riesgo está intacta, según los residentes. El sistema de alerta en el Bajo Lempa funciona porque la comunidad hace que funcione. Las comunidades, incluso, hicieron lo suyo para evitar la propagación de la COVID-19: instalaron puntos de desinfección y verificaron el uso de mascarillas.

“Es la mística de la organización. Nos metemos el hombro todos, sin rivalidades. Eso nos dio la fortaleza desde el Mitch”, añade Francisco.

Para Espín, otro factor clave en el modelo del Bajo Lempa es que los residentes de la zona conservan una disciplina de la guerra: tienen horarios, dinámicas y una estructura que respetan al pie de la letra. “Para nosotros, que recibimos gente de distintos bandos, el gran desafío era cómo reconciliar a la gente en el lugar, y decirles: «bueno los coroneles, los comandantes, tendrán sus diferencias, pero ahora hay que incluirlos a todos». Sin duda, la disciplina militar de la gente que estuvo incorporada en el Frente o en la Fuerza Armada ayuda a un mecanismo de organización en tiempos de paz”, afirma Emilio Espín, director de Cordes.

La nueva vulnerabilidad

Julia, de 24 años, y su abuela Carmen, de 71, viven a la orilla del Lempa, en la comunidad El Naranjo. El martes 2 de junio de 2020 tuvieron que pasar la noche en un albergue porque el río escupió el agua adentro de su casa de lámina enmohecida. Ellas están acostumbradas a ir y venir con cada repunte. A lo que no estaban acostumbradas es a la asfixia económica que enfrentan desde que empezó la cuarentena obligatoria por el coronavirus.

“Después de la pandemia vino esta otra situación, y ya se nos complica mucho más porque, igual, no hay transporte para ir a trabajar a San Salvador. Estamos sobreviviendo de las cosas que nos han dado”, cuenta Julia, mientras termina de limpiar las cosas que se le enlodaron con la inundación.

Carmen y Julia saben reconocer el movimiento del agua con las descargas. Saben calcular en qué momento hay que evacuar. El pronóstico más incierto no tiene que ver con las lluvias. No saben cuándo volverán a venden sacos con almejas en el mercado Central de San Salvador. Solo cuando esa normalidad vuelva, Julia volverá a inscribir materias para terminar su cuarto año de estudios universitarios en trabajo social, en la misma universidad donde es compañera de clases de Iris.

Carmen, originaria de la comunidad El Naranjo, en el Bajo Lempa, no pudo inscribir a su nieta en la universidad este trimestre, por falta de dinero. La cuarentena evitó que pueda comercializar ostiones, los cuales lleva desde el bajo Lempa hasta el Mercado Central en San Salvador. Foto FACTUM/ Salvador Meléndez.

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1 Responses to “Los niños del Mitch encaran las nuevas tormentas”

  • Me gustó mucho la nota, se ve que buscaron fuentes confiables personalmente los conozco a todos! Soy de la Isla Montecristo, y me gustaría que hiciéramos una nota relaciónada al tema de la emergencia por Covid las lluvias y sobre un proyecto de conservación de tortugas marinas que cada año ejecutamos acá en la Comunidad con apoyo de otras 4 comunidades del sector, isla montecristo se situa en la parte baja del río Lempa al margen izquierdo de la desembocadura, 7658-9805 ese es mi número de WhatsApp,