“Los gobiernos usan el tema (discapacidad) porque da buena imagen”

Maritza Melara, asesora del CONAIPD y usuaria de silla de ruedas. A Maritza se le nota que tiene un carácter fuerte nada más saludarla y verla a los ojos, pero combinado con una sensibilidad que no deja lugar a la indiferencia. Gracias a su carrera como activista en la defensa de los derechos humanos de las personas con discapacidad, y su larga experiencia como consultora y asesora en el tema, ha podido viajar a más de 20 países y reconocer muchas de las formas de discriminación, especialmente en el ámbito laboral.


Una cosa es cómo ven y otra como yo me siento.  Yo me considero una persona con conciencia social, con conciencia colectiva, intento ser coherente totalmente con los derechos humanos. No concibo hablar en el trabajo de los derechos humanos y llegar a casa y violentar a todo el mundo. Y siempre he sido una mujer con carácter fuerte, pero con un pensamiento totalmente libre. No tengo precio.

He tenido una vida complicada y compleja, pero es interesante porque yo siempre digo que la vida de una persona con discapacidad no es tan diferente a la de una persona sin discapacidad, desde el sentido que cuando uno es pequeñito igual tiene ganas de jugar, y juega, y se involucra en actividades que le interesan, sufren por algunos temas, por algunos otros no…

Me dio polio cuando tenía cinco años y medio. El desarrollo de un niño, una niña, en el interior de las familias es fundamental, y yo tuve la suerte de tener una familia; no sé cómo lo experimentaron ellos porque nunca se lo pregunté, pero nunca me sentí diferente, de hecho siempre me trataron igual.

Cuando salí del hospital e inicié mi proceso de rehabilitación, me exigían cosas que yo físicamente no podía, pero que tenía que hacer de acuerdo a mi edad, por ejemplo tomar un lápiz, escribir, lavar mi ropa, era una cosa muy fuerte…pero creo que todo eso me ayudó un montón. Cuando me tenían que regañar, me regañaban y cuando me tenían que consentir, me consentían; me exigían mucho, sí, creo que fue una de las cosas más importantes para mi desarrollo porque nunca me tuvieron ninguna consideración en razón de discapacidad.

Cuando empecé a ir a la escuela junto a mis hermanos, los vecinos le preguntaban a mi madre, Juanita, para qué me mandaba a la escuela, que iba a ser objeto de burla, o que era demasiado sacrificio, o porque seguramente cuando  fuera grande nunca iba a tener que trabajar.

(Maritza se emociona)

Pero mi madre, siempre muy sabia, me dio a elegir: ‘si usted quiere va a la escuela y si usted no quiere no va’, me decía, pero también: ‘todos sus hermanos van’. Y entonces a mí sí me gustaba ir a la escuela y estudiar muchísimo. Entonces yo solita me iba poniendo retos por todo lo que yo escuchaba de las demás personas en contra de mi propio desarrollo; no creo que lo hayan hecho por maldad, creo que lo hacían por sobreprotección o desconocimiento, pero es interesante cómo una persona tan chiquita lograba decodificar y actuar con rebeldía, porque siempre hacía muchas cosas por actuar en contra de lo que decían los demás y creo que es una característica que forma parte de mí para siempre. Reconozco que muchas cosas hoy día ya no las puedo hacer, pero al menos sé cómo se hacen, cómo las quiero y a quién pedirle apoyo cuando lo necesito.

En la escuela solía sacar buenas calificaciones, mi infancia fue normal, con amigas, peleas y juegos. En mi adolescencia tuve novios, tuve muchísimos amigos, era muy vaga, de mis hermanos la más vagabunda, después de clase me iba siempre al parque, al cine, a la playa…

Después empecé a trabajar y estudiar. Hice Administración de Empresas en la Universidad de El Salvador. La universidad fue difícil, una época dura. Yo pienso que fue la etapa más fuerte.

(Los  ojos se le humedecen, mira hacia arriba).

Pero en contra de los pronósticos de muchos profesores,  logré terminar la carrera. Me gradué, no porque fuera mi meta, sabía que tenía que hacerlo, pero no era mi bandera de lucha, pero sí el demostrarle a los profesores retrógradas que no tenía nada que ver ni que fuera mujer, ni que tuviera una discapacidad para poder estudiar y concluir mis estudios, sin ningún favor y sin ningún privilegio, simplemente porque tenía las ganas y la capacidad.

Siempre trabajé y estudié, después empecé a trabajar más formalmente porque ya no tenía dedicar tiempo para el estudio. Me incorporé al movimiento asociativo para personas con discapacidad, pasé por juntas directivas, muchas representaciones nacionales e internacionales y aprendí muchísimo. Pero creo que lo más importante es que yo, desde el movimiento asociativo, aprendí precisamente esa conciencia colectiva de los esterotipos, del estigma, de la discriminación, porque sí viví muchas cosas antes del movimiento, pero las vivía yo sola y algunas me dolían, me traumaban, otras las superaba…pero iba ahí, pero cuando una adquiere una conciencia colectiva todo cambia porque ya no era solamente yo con todos mis líos que se me hacían con las escaleras, con las rampas, los baños, con las actitudes, sobre todo, sino que realmente era una cuestión cultural, que tristemente sigue impregnada en nuestra sociedad.

Aquí todo el mundo le va poniendo a uno etiquetas, que si es bajita, que si es gordita, que si mira, que si no mira, que si es mujer, entonces al final uno se vuelve como un poste lleno de etiquetas y sobre las cuales los otros deciden qué puede hacer y qué no puede hacer, y a dónde puede ir y a dónde no puede ir. Es una lucha constante, sobre todo reivindicativa, está día a día en espacios que por más discursos bonitos que haya, en las prácticas cotidianas hacen todo lo contrario. En algunos espacios de trabajo ha sido una tortura real.

Pero tuve buenas experiencias de trabajo, por ejemplo trabajé nueve años con la cooperación alemana y fue un aprendizaje muy interesante, tanto para la cooperación  como para mí.

La gente siempre está sobre el discurso inclusivo, sobre los derechos y la dignificación,  y al final es mentira porque del discurso no pasan porque ya cuando les toca realmente trabajar con personas con discapacidad, hacer adecuaciones y entender que el otro es un interlocutor completamente válido, ya no les cabe en la cabeza y eso pasa en todas las sociedades. Es una lucha todavía pendiente, desde los movimientos asociativos y colectivos,  como desde las instituciones que tienen la obligación por mandato de hacer cumplir los derechos de las personas con discapacidad.

Yo contribuí muchísimo en la política de inclusión de la UES, prácticamente la escribí, pero es prácticamente lo mismo al final, o sea, hay una política, hay una oficina de atención al estudiante con discapacidad, que por cierto fue el tema de mi tesis de graduación. Ha habido cambios importantes, pero cuando uno analiza lo sustancial, no cambia nada. Igual son modas, cuando ganó Funes (Mauricio Funes, expresidente de la República) se abrió la Dirección de Personas con Discapacidad y se nos permitió hacer muchas cosas interesantes y cambios sustanciales, sobre todo en cómo reconocer la participación activa, pero por algo que desconozco de repente se decidió ya no trabajar el tema. Son temas que en los gobiernos se utilizan porque dan una buena imagen nacional e internacional y se sale en la foto. Es mi sensación muy, muy personal del tema.

No voy a dejar de ser objetiva, pero las cosas fueran diferentes si las instituciones de verdad asumieran ese rol de garantizar los derechos de las personas con discapacidad y  no como un plus o por una buena imagen.

El Estado tiene esa deuda con el colectivo de personas con discapacidad. Yo no niego todo lo que se ha hecho, pero no puedo dejar de reconocer que el paradigma negativo subsiste hacia las personas con discapacidad.

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