Las otras víctimas de Hugo Osorio

Los hijos del hombre a quien llaman el asesino de Chalchuapa también sufren las consecuencias de los crímenes de su padre. Ser discriminados por la comunidad y no tener la atención del Estado los ha convertido en víctimas indirectas de Hugo Osorio. La madre de los niños dejó de vender tortillas por el estigma en su vecindario y pintó la fachada de su casa para despistar. Ahora solo quiere alejar a sus hijos de esa condena. 

Foto FACTUM/Gerson Nájera


El pequeño Gabriel le preguntó a su mamá qué hacían tantos hombres picando el suelo de cemento del patio de su casa. No entendía por qué, de repente, esos hombres habían llegado esa tarde de enero de 2022 a invadir su casa. Cubrieron con plásticos negros, como si fueran cortinas, el área donde iban a trabajar. Gabriel alcanzó a ver, por los resquicios que se hacían entre los plásticos, que los hombres picaban para hacer hoyos en el suelo. María, su madre, le respondió que esos hombres habían llegado para ayudarles a construir una piscina para divertirse. Gabriel se entusiasmó con la noticia. Pero María no decía la verdad.

 Los hombres que partían el patio de la casa de Gabriel no eran constructores de albercas. En realidad eran policías, fiscales y reos en fase de confianza. Y los huecos que cavaban no eran para hacer una piscina: querían verificar que en la casa de Gabriel no hubiera más cadáveres de víctimas de su padre. Porque en el pasaje Estévez, del municipio de Chalchuapa, donde vivía su padre, los investigadores ya habían encontrado decenas de cuerpos enterrados. Y entonces pensaron que en la casa de Gabriel, ubicada en otro municipio, hallarían más.

 Porque Gabriel, que tiene seis años, es hijo de Hugo Osorio, el expolicía. El asesino de Chalchuapa. El hombre que el 10 de junio de 2022 fue condenado por un tribunal de Santa Ana a 70 años de cárcel por los feminicidios de una madre y su hija y sobre quien pesan investigaciones por más de cuarenta asesinatos.

 Gabriel estaba contento con la idea de tener una piscina en su casa para jugar con su hermana, Karina, que es mayor que él por cuatro años. Y María, la madre de ambos, se las iba a tener que ingeniar después para encontrar una excusa de por qué no iban a tenerla.

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En la comunidad a María la dejaron de saludar. Allí la conocen como la esposa de Hugo Osorio, aunque en realidad ella nunca se casó con él. Y, de hecho, ya tenían varios años de haberse separado. Al menos tienen de separados la edad que tiene el pequeño Gabriel, según cuenta ella. Aunque él seguía visitando a sus hijos una vez al mes. Les llevaba 50 dólares con cada visita, cuando podía, dice María. 

Dos de los hijos de Hugo Osorio, el asesino de Chalchuapa, tienen menos de diez años de vida. Saben que  su padre siempre estuvo ausente del hogar, pero ahora añoran que llegue a visitarlos aunque sea una vez al mes. Se consuelan con sus juguetes y una foto que conservan de él. Foto FACTUM/Gerson Nájera.

Los hijos de Hugo Osorio y María son tres: Gabriel, Karina y Ernesto, el mayor, que tiene 20 años. Ernesto trabaja y lo que gana se lo da a su madre y a sus hermanos. María asegura que Osorio tenía dos parejas más y que con una de ellas también tuvo hijos.

 María tiene 40 años y solo tiene una amiga, Consuelo, que está al tanto de cualquier necesidad de ella y de sus hijos. Consuelo la ayuda en lo que puede, la escucha cuando quiere desahogarse y también la defiende de vecinos que señalan a María y sus hijos por su vínculo con Hugo Osorio. Vecinos que creen que María y su familia son cómplices, defensores o que, incluso, han hecho lo mismo que él.

Cuando se platica con vecinos de María, se refieren a ella como “la esposa de Osorio”. Dicen que no sale mucho de su casa. Que no la saludan porque es una mujer callada. Que saben poco de ella y que les sorprendió saber por las noticias del caso de Chalchuapa.

 —Un día, una señora andaba hablando que en la casa habían hallado tres muertos. El niño me preguntó que cuáles muertos. Yo le respondí que la gente es loca—cuenta María con indignación.

—Mi hija solo llora y me dice que la gente no nos quiere aquí. Más una señora que le ha agarrado con los chuchos —dice María, y recuerda que uno de sus perros un día mató a uno de los pollos de su vecina. —Nos dicen que los chuchos son asesinos como él (Hugo Osorio). La vecina le dice a mi hija: Mirá, bichita, amarrá a esos tus chuchos tremendos que me van a matar a los pollos. Es odio lo que esa señora trae con nosotros. Me ven mal a mis hijos. Ellos han oído que dicen que así como son de asesinos los dueños, así son los chuchos.

 María dice que quiso inscribir a Gabriel en un kinder cercano a su casa para este año. Pero no lo aceptaron. Tiene la sospecha de que ese kinder no admitió a su hijo porque Gabriel también es hijo de Hugo Osorio. Matriculó al niño en otro centro escolar, un poco más alejado de su casa. María dice que ya no quiere seguir viviendo en esa comunidad. Le agobia pensar que miren mal a sus hijos, o que hablen mal de ellos, o que les quieran hacer daño.

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 El 11 de mayo de 2022, la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (Fespad) presentó un análisis del caso de Hugo Osorio y el cementerio clandestino descubierto en su casa en Chalchuapa: once fosas en las que había más de cuarenta víctimas. Todo el trabajo analítico tuvo como base el tratamiento periodístico del caso y, como uno de los puntos más importantes, el abordaje de las víctimas y sus familiares. En ese documento, como reflejo de la cobertura periodística sobre los asesinatos de Osorio durante casi un año, solo se encuentra la perspectiva desde las familias de las víctimas directas del asesino de Chalchuapa.

 En ese análisis no aparecieron ni María ni sus hijos como víctimas indirectas de Hugo Osorio. No se mencionó las consecuencias que las acciones del expolicía les significaron a sus hijos y demás parientes. Y en las recomendaciones que expusieron los analistas, cuando se refirieron a que el Estado salvadoreño debe darles apoyo económico y psicológico a las familias de las víctimas, no apuntaron su preocupación, también, a la familia del victimario.

 —Reiteramos la deficiencia en las investigaciones de las personas desaparecidas en el país. Y si esa deficiencia existe para las víctimas, ya no se diga el tema de la atención a la familia del victimario del caso Chalchuapa. Realmente, desconocíamos esa situación. Probablemente también se trate de víctimas. Pero es un abordaje que se debe hacer desde la institucionalidad y no se ha hecho. Se debe hacer un análisis sobre qué hacer en esos casos, porque si de por sí ya es deficiente la atención a las familias de las personas desaparecidas, no digamos en este caso a las familias de los victimarios —dijo Dina Martínez, de la dirección de acceso a la justicia de Fespad.

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 La plancha para cocinar que tiene María está abandonada. Antes de la pandemia, la usaba para hacer tortillas. Dice que tenía un convenio con el hospital de su municipio y le vendía tortillas. También sus vecinos le compraban. Eran tiempos mejores para ella y sus hijos. Pero la pandemia hizo que el hospital dejara de comprarle. Cuenta que luego de la noticia de que su expareja era el principal sospechoso de ser el asesino de decenas de personas, sus vecinos se alejaron de su pequeño negocio. Dice María que ha escuchado que sus vecinos comentan que dejaron de comprarle tortillas porque ella los podía envenenar.

Una  de las exparejas de  Hugo Osorio vendía tortillas en su comunidad. Después de que se hizo público el caso Chalchuapa, sus vecinos dejaron de comprarle.  Desde entonces, su única fuente de ingresos se esfumó y solo conserva su plancha. Foto FACTUM /Gerson Nájera.

La mujer cuenta que recurrió a su familia, pero no recibió mucha ayuda. Relata que se fue de su casa a vivir con un tío. Se llevó a sus hijos. Pero dice que no pasó mucho tiempo para que también en su familia empezaran a verlos mal. Ernesto, su hijo mayor, la convenció de regresar. Consiguieron pintura y le dieron a su casa otro color, para despistar a los curiosos que habían visto dónde vivían por las fotos en los periódicos.

 Eso tranquilizó un poco a María. Pero fue por poco tiempo. Dice que le dio miedo leer en los comentarios de las redes sociales a gente que opinaba que los hijos de Hugo Osorio también debían sufrir lo que sufrieron sus víctimas. Pensar en eso le saca las lágrimas. Dice que ninguna institución estatal la ha buscado para darle asistencia psicológica a ella o a sus hijos.

La vida de los hijos de Hugo Osorio y de su expareja cambió desde que al expolicía lo detuvieron en Chalchuapa. Ella se fue de su comunidad. Huyó para proteger a Gabriel, a Karina y a Ernesto. Siente que la casa donde vivían es ahora una cárcel y por eso la puso en venta. Aunque tiene miedo de que sus vecinos le hagan mala fama a quienes quieran comprarla.

—Esta casa tiene malos recuerdos —dice María, mientras mira hacia el televisor que se encuentra sobre un mueble al centro de la sala. Junto a los sillones está el comedor y también en ese mismo espacio está la plancha que usaba para hacer tortillas.

—Los niños se acuerdan de cuando él (Osorio) venía y se ponía a ver televisión con ellos. Y les ponía música. Hay una canción que no dejo que oigan mucho, una de (José María) Napoleón, “trata de ser feliz con lo que tienes”, y otra de “yo quiero tener un millón de amigos”. Porque esas les ponía él —cuenta, preocupada por la tristeza de sus hijos. 

Karina tiene una foto de su padre partiendo un pastel. La guarda debajo de su almohada. Ella quiere verlo de nuevo, pero María le dice que es difícil. También Gabriel pregunta por él y su hermana le presta la foto. Para la madre, es complicado explicarles a sus hijos pequeños que su padre es el principal acusado de decenas de asesinatos en Chalchuapa.

Los hijos de Hugo Osorio conservan una fotografía como recuerdo de su padre. En esta se observa a Osorio frente a un pastel el día de su cumpleaños. Los niños se turan para conservar esa foto debajo de sus almohadas. Foto FACTUM /Gerson Nájera.

María dice que quiere huir de todo. Irse lejos con sus hijos.

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 Hugo Osorio fue condenado a 70 años de cárcel por el doble feminicidio de una madre y su hija. Fueron las primeras víctimas que la Policía encontró en su casa en Chalchuapa. Ellas no estaban enterradas en su patio. Osorio las acababa de asesinar. De hecho, fue la hija quien logró escapar y gritar por ayuda en el pasaje Estévez antes de que Osorio la volviera a atrapar y la llevara de nuevo a su casa para matarla. Esos gritos alertaron a los vecinos de Osorio y llamaron a las autoridades. Para cuando llegaron, encontraron a las víctimas asesinadas dentro de la casa en Chalchuapa.

 El Juzgado Especializado de Sentencia para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres de Santa Ana condenó a Osorio, quien vio todo su proceso judicial desde un monitor en el penal de máxima seguridad en Zacatecoluca. Al juzgado solo llegaron los defensores, los fiscales y los testigos. El día de la sentencia, el viernes 10 de junio de 2022, al juzgado llegó José Cruz, padre y abuelo de las víctimas. Supo de la condena de 70 años contra el asesino de su hija y su nieta.

—Fueron 35 años por mi hija y 35 años por mi nieta. No sana la herida, porque fueron mis hijas —dijo José antes de suspirar y empezar a llorar a la salida del tribunal.

 El juzgado ordenó a la Fiscalía proveerle atención económica y psicológica a José Cruz y a su familia. Por primera vez en el caso del asesino de Chalchuapa, por orden judicial, el Estado salvadoreño fue obligado a atender a una de las familias de las víctimas.

Consuelo vio por televisión la noticia de la condena. Salió de su casa a contarle a María.

—Le fui a contar porque ella no ve noticias. Por los niños, usted sabe. Los vecinos creo que también se dieron cuenta, pero no pasó nada más. La gente sigue igual aquí con ellos —dice la amiga.

María no tiene interés en la condena de su expareja. Su única preocupación es que sus hijos logren alejarse de todos los señalamientos que les hacen.

—Pues pasó lo que tenía que pasar, ¿no? Creo que la niña se dio cuenta porque ha andado triste y me ha preguntado. Ella me preocupa. La trato de consolar. Ella ve a las familias que tienen papá y mamá y me dice que ella quisiera vivir así. Pero después me dice que es mejor solo tener a su mamá.

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Área de la cocina y parte del patio donde los investigadores realizaron excavaciones. Después de un mes de trabajo, no encontraron nada. La reputación de una de las exparejas de Hugo Osorio quedó marcada por este hecho, y desde entonces, algunos vecinos se refieren a ella con los mismos adjetivos que se le atribuyen al expolicía. Foto FACTUM /Gerson Nájera.

En la casa de María no encontraron cadáveres. Tampoco fue testigo ni acusada en el juicio de Hugo Osorio. El saldo de la búsqueda infructuosa de la Policía y la Fiscalía en el patio de su casa fue la incomodidad para ella y sus hijos durante más de un mes que tardaron las excavaciones. También se contagiaron de Covid-19. María cree que uno de los agentes o fiscales andaba enfermo en ese enero de 2022 y les transmitió el virus. Y también les costó, como dice María, las habladurías de la gente. La discriminación.

 El pequeño Gabriel le preguntó a su mamá por qué los hombres que picaron el suelo de su patio se fueron. No entendió por qué, de repente, volvieron a llenar de tierra los huecos, encementaron de nuevo, quitaron el plástico y dejaron de llegar. María le respondió que ya no les alcanzó el dinero para terminar la piscina.


Los nombres de María, Gabriel, Karina, Ernesto y Consuelo no son los reales, para proteger su identidad. También se omite el nombre de su comunidad para evitar la revictimización.

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