“El streamer se vuelve figura principal de un panóptico invertido: el que da a ver lo que está pasando desde su ojo situado, desde su cuerpo implicado, es también el que vigila al poder.”
Guiomar Rovira, 2017
Suele ser común en las conversaciones cotidianas una postura crítica ante los medios de comunicación sea cual sea su índole. Se critica fuertemente que respondan a intereses comerciales, políticos, editoriales y, en algunas ocasiones, ideológicos y que su contenido esté determinado por ello. De esa manera, la emergencia de una política prefigurativa de acciones ligadas al internet ha logrado alterar la dependencia de la visibilidad mediática, que en muchas ocasiones se ha convertido en la voz única para encuadrar los hechos de interés público.
El “hacktivismo” es una rama del ciberactivismo que ha implementado una serie de tácticas para irrumpir en el escenario político y del debate público, permitiendo la construcción de una acción colectiva que nos proporciona una cantidad importante de información que no podríamos obtener de otra manera, en especial, en países en donde se ha implementado una política de secretismo y de amurallamiento de la información pública.
Es un tipo de ciberactivismo que tiene como principal objetivo interceptar tecnologías con fines políticos, y muy al contrario de lo que creen algunos mostrándolos como “criminales informáticos” o como crackers, o desde un sesgo generacional: “delincuentes juveniles”, en realidad funcionan como colectivos con un compromiso social de acercar herramientas de interacción tecno-políticas al ciudadano, para promover la libertad de expresión y los derechos humanos.
Por el otro lado, en esta polarización informativa, tenemos una política mediatizada, extremadamente sumisa a las técnicas y formatos de la espectacularización para elaborar una agenda restringida, centralizada y que marca una perspectiva única; y en especial, que exalta la noción del show y de la farándula característica de presidentes como AMLO, Bolsonaro, Macri, Trump o Bukele, para tapar todos los proyectos políticos fallidos, o, en el ¿peor? de los casos, la inexistencia de ellos. Líderes políticos seductores, pero antidemocráticos, que no piensan ni en el Estado ni el bienestar colectivo, sino que se preocupan por su guerra comunicacional.
El hacktivismo busca, contrario a lo que hacen los medios y la política mediatizada, generar flujos de información al margen, para visibilizar demandas, necesidades y movimientos, con el ánimo de crear un bloque de resistencia ante el circuito hegemónico de la información. Mientras la tecnología se erige en una planeación calculada de datos para obtener el máximo de rendimiento, los hackers se proponen hacer estallar esas posibilidades ocultas de la tecnología.
Casos como los “Guacamaya Leaks”, como un ejemplo de red hacktivista, pretenden hacer una ingeniería a la inversa para desbordar los usos tradicionales de la información, porque hackear implica sacar una caja de herramientas no solo para ver cómo funcionan las cosas, sino par desmontarlas y encontrar los elementos más ocultos de cómo está construido un aparato hegemónico y con el fin de desentrañar otros caminos posibles de entendimiento.
Las acciones hacktivistas como los “Guacamaya Leaks” ponen a nuestra disposición la posibilidad de salirnos de las lógicas de sometimiento, permite poner al alcance, des-ocultar y extender. El devenir hacker afecta los modos de la movilización social más allá de los hechos técnicos, permite un campo específico de lucha para la disrupción y, aunque la interpretación de ciertos sectores apunta a que este tipo de acciones va más allá de la ley, lo cierto es le ofrece al ciudadano lo que por derecho se le ha negado: el acceso a la información pública.
El hacktivismo, a través de la descentralización, nos invita a discutir sobre toda esa información que debe estar accesible de manera igualitaria y que este gobierno nos ha negado sistemáticamente; nos invita además a desconfiar de la autoridad política y mediática. El éxito de estas redes no es ganar autoridad, ni liderazgo, más bien, el éxito es abrir información para que sea usada, reapropiada, remixeada y copiada.
Ya lo dijo Scott Lash en “La crítica a la información” (2005): el poder también se torna informacional y su valor no solo se ve en el uso y el cambio, sino en lo que se oculta, la ganancia está en la desinformación, en la desigualdad que se da en términos de exclusión del ciudadano. Esta apropiación del internet y de otras herramientas tecnológicas ha configurado posibilidades significativas que, si bien no son una forma emancipatoria, sí ha producido acciones contrahegemónicas para el cambio social.
Referencias:
Gradin, C. (2004). :(){ :|:& };: Internet, hackers y software libre. Buenos Aires: Editora Fantasma.
Rovira, G. (2017). Activismo en Red y multitudes conectadas. Comunicación y acción en la era del Internet. Ciudad de México: Icaria Editorial
Rheingold, H. (2004). Multitudes inteligentes. La próxima revolución social, Barcelona, Gedisa.
*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Doctorante en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco bajo la línea de investigación “Comunicación y Política”. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación y especialista en Estudios de Opinión “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.
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