Locura en Amherst por los Patriotas

Amherst es una pequeña ciudad ubicada a unos 150 kilómetros del puerto de Boston. En los linderos de esta ciudad está el campus principal de la Universidad de Massachusetts. Aquí la afición por los Red Sox, el equipo de béisbol de Boston, y por los Patriots de Nueva Inglaterra es casi una religión.

En 2003, cuando los Red Sox se encaminaban a ganar su primera serie mundial en más de 80 años, a 150 kilómetros de Fenway Park, el estadio de la franquicia bostoniana, en la Universidad de Massachusetts, cientos de estudiantes llenos de adrenalina se amotinaban en una de las área residenciales del campus. El motín, que causó alrededor de $20,000 en daños, no era el primero de ese tipo, ni sería el último.

Desde el riot de 2003, casi cada vez que un equipo de Nueva Inglaterra gana un título en alguna final –e incluso cuando lo pierde– ha habido motines en el mismo rincón de Amherst, sin importar las medidas de prevención impuestas todos los años por la policía y la universidad. Y aunque en los últimos años la intensidad de los amotinamientos ha bajado –se ha pasado de incendios y carros destrozados a simples saltos y gritos de algarabía-, las precauciones de la universidad y la policía han incrementado. Pero el resultado sigue el mismo camino que generaciones de estudiantes han trazado por décadas en la universidad. La noche del domingo pasado, la del 1 de febrero de 2014, tenía todo el potencial de revivir aquellos disturbios de 2003, y hasta cierto punto así sucedió.

El domingo pasado los Patriots y Tom Brady, su ya legendario mariscal de campo, se jugaban su sexto Super Bowl, la oportunidad de ganar un cuarto título de la NFL. También era la oportunidad para que Brady ingresara al selecto club de quarterbacks con cuatro anillos de campeones.

Seis días antes del Super Bowl que los Pats disputarían con los Seahawks de Seattle, en Amherst se esparcía el rumor de una política “increíblemente ingenua y estúpida”, como un estudiante la calificó, y que sería protagonista el día del partido. Un par de días más tarde, todos los estudiantes en el sistema de la universidad recibieron un correo informándoles sobre los detalles y validez de la nueva política.

Decía el correo:

“De 12 a 12 el domingo 1 de Febrero, los estudiantes que residen en la universidad no podrán tener invitados de otros edificios en su residencia”.

Para entender los efectos de la política es importante entender el esquema residencial de la universidad, que está compuesto por cinco áreas residenciales que contienen decenas de edificios en los cuales viven miles de estudiantes.

Aunque la regla de “no invitados” era el eje principal del plan de prevención creado por las autoridades, este también incluía la presencia de 150 elementos policiales esparcidos en el campus, cuyo principal objetivo era prevenir, o en el peor de los casos, disolver un amotinamiento.

Junto con las reglas explícitas creadas por las autoridades, estaban también las reglas no escritas, que eran igual de importantes. Caminar en grupos de más de ocho personas era mala idea ese domingo, así como también lo era caminar con una botella de agua que pudiera parecer vodka, o hacer una publicación en redes incluyendo la palabra “riot”; por esto último fueron amonestados varios estudiantes después de que la universidad –que había estado monitoreando el internet y especialmente las redes sociales en esos días– viera sus tuits o posts en Facebook. Aquello no era un juego. Historias de arrestos, enfrentamientos con la policía, y hasta muerte rondaban el campus. La semana, llena de expectativa y fiestas en honor al gran encuentro, contaba también con un poco de tensión previo al pitazo inicial.

Poco a poco, a lo largo de la semana, se volvía cada vez más claro que las políticas implementadas para prevenir los motines no serían nada más que una formalidad por parte de las autoridades en una situación de “alto riesgo” como aquella. A las 12 de mediodía del domingo, cuando las nuevas reglas entraban el efecto, alrededor del campus se compartían fotos de habitaciones llenas de estudiantes listos para celebrar, de alguna manera u otra, los resultados de esa noche.

Y los Pats ganaron el juego en un final de infarto.

Y comenzaron los festejos.

El ritmo de la noche cambió por el silencio que una caída causó. La policía advirtió por medio de sus alto-parlantes que era hora de parar. Un estudiante que se había subido a celebrar la victoria en uno de los frágiles árboles del área, cayó de cabeza cuando una de las ramas que lo sostenía se quebró. El silencio fue largo y tenso, pero cuando el muchacho se levantó –confundido pero estable– los gritos y la euforia regresaron, y los alto-parlantes se volvieron distantes e insignificantes de nuevo. Los Patriots ganaron. Tom Brady empató a Joe Montana como el quarterback con más campeonatos en la historia de la liga. La celebración fue pacífica, pero imponente.

2015 no fue 2003, y no hubo miles de dólares en daños, pero fue especial y significativo para muchos en su propia luz.

Kerri Ready, estudiante de comunicaciones y asistente de los riots, dijo:

“Esta experiencia ha sido el momento más emblemático de mi juventud”.

*Foto principal tomada del Facebook de los New England Patriots.

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