El club de los cuarentones

La objetividad no está garantizada. Le sugiero que dude del siguiente texto. Lo firma un cuarentón que a continuación se despachará una catarata de elogios motivados por lo que un selecto club de cuarentones mutantes está consiguiendo en el espectro deportivo en tiempos de post-millennials.

Foto Flickr con licencia Creative Commons


Entre muchas de las noticias deportivas que nos dejó el agitado fin de semana recién pasado, una pareció perderse entre la jungla de la ociosidad, a pesar de su enorme trascendencia: un griego de veinte años llamado Stefanos Tsitsipas se animó a desafiar al que quizás sea el mayordomo ilustre del club que privatizó a la fuente de la eterna juventud. Derrocando a la dictadura de las canas y las arrugas, a este insurrecto ateniense se le ocurrió que ya era tiempo de reivindicar a la Generación Z y eliminó del Abierto de Australia a Roger Federer, ese Benjamin Button suizo que parece burlarse del tiempo y que lleva atizando –por quince años y con singular impunidad– a la competencia del tenis mundial. Y conviene tener muy claro la trascendencia de lo acontecido: cuando en 2004, Roger Federer ganó tres de los cuatro Grand Slams del circuito de tenis –y alcanzó por primera vez el número uno del ránking mundial–, Stefanos Tsitsipas apenas tenía seis años y muy posiblemente encontraba en Los Rugrats a su mayor fuente de entretenimiento. 

Entonces, podría pensarse: «Es normal que, siguiendo las normas del atleticismo, el pichón venza con facilidad al jurásico». Pero lo cierto es que en el deporte actual estamos asimilando con normalidad cierta anomalía atemporal, cierto desajuste en el que los que ven más próxima la emisión de su credencial del geriátrico se rehusan a conceder sus dictaduras ante la muchachada imberbe y la juventud en éxtasis. 

Supongo que este lunes, en los garages del selecto club de los forty somethings mutantes, Tom Brady y sus 41 años estacionarán su Cadillac Scalade junto al Ferrari 458 Italia (grey edition) de Manny Pacquiao y sus 40 tacos. Ambos reirán cuando les salude el mayordomo Federer y sus 37 primaveras. No podrán resistir la tentación del bullying y entonces le dirán: «Tranquilo, pichón. Te faltan tres años para ganarte tu membresía».

Los cuarenta son los nuevos veinte

Y es que en este fin de semana vimos, primero, cómo el sábado pasado el boxeador filipino Emmanuel Dapidran Pacquiao –alias “Manny” o “Pac-Man”– venció sin discusión alguna al estadounidense Adrien Broner, un rival que partía con la imprudencia de ser once años menor. Si bien Pacquiao defendía el título de peso wélter de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y no rehuía el favoritismo que siempre se les concede a las leyendas, Broner representaba un obstáculo preocupante, sobre todo por la irrebatible diferencia de edades. Se suponía que la velocidad del que apodan como “The Problem” podría enviar a Pacquiao al retiro. Sin embargo, lo que se vio en el MGM Grand Garden Arena de las Vegas fue otra cosa. Desde el primer round, quien sí mostró una velocidad apabullante fue el filipino. Llevaba dos años sin una pelea oficial en Estados Unidos, pero Pacquiao lució con la fiereza que pareció extraviada en los combates más emblemáticos del ocaso de su carrera, si bien su pegada ya no tiene el impacto de hace una década. 

La noche del sábado, cuando lucía soberbiamente inmune, después de haber reinado por doce rounds, Pacquiao incluso envió un mensaje a Floyd Mayweather Junior para que salga del retiro y organicen una revancha de lo ocurrido en 2015. Cuesta entenderlo, pero no puede negarse que el mayor espectáculo que el negocio del boxeo actual podría montar es el de un rematch entre “Pac-Man” y “Money”, dos atletas que actualmente tienen 40 y 41 años, respectivamente. Habrá que conseguirles bastones para que suban al ring.

¿Y qué se puede decir de Tom Brady y la certificación de que volverá a un Super Bowl más? El mariscal de los Patriotas enfrentaba un desafío durísimo en el juego por el campeonato de la Conferencia Americana de la NFL. Visitaba al ruido endemoniado del estadio Arrowhead y los Chiefs de Kansas City. Frente a él, lo perdido: la juventud insurgente de Patrick Mahomes y sus 23 añitos. Pero Brady volvió a encontrar la manera de imponerse, si bien esta vez los principales créditos deberían corresponderle al acarreador, Sony Michel y a una defensa sobrada en eficiencia. 

En el Super Bowl LIII –a realizarse el próximo 3 de febrero en Atlanta, frente a los Rams de Los Ángeles–, Brady jugará su noveno partido de esta estirpe (tercero consecutivo) y se convertirá en el mariscal de campo con mayor edad que alguna vez haya disputado un Súper Tazón. De ganarlo, él y sus 41 años y 184 días de edad desplazarán a Peyton Manning, quien ostenta el récord como el quarterback más longevo que ha conquistado el anillo de campeón.

Lo cierto es que el reinado de estos especímenes –al que habría que sumarles a Lebron James y sus 34 años o a Cristiano Ronaldo y sus 33– representa una anomalía que se plantea con la incertidumbre de si acaso se repetirá en el futuro. Cada día, y de manera más frecuente, la juventud asalta como una tormenta a los principales deportes de la humanidad: Patrick Mahomes o Saquon Barkley en la NFL, Max Verstappen en la Fórmula 1, Luka Doncic en la NBA, Kylian Mbappé en el fútbol, Vladimir Guerrero Junior en la MLB. Todos ellos se balancean entre las generaciones Y y Z, pero acometieron el estrellato con una precocidad asombrosa y que se perfila como la norma a seguir. 

Que existan cuarentones que aún dominan con tanta autoridad sus disciplinas deportivas en los tiempos que corren debe tomarse como algo insólito. Deberíamos contemplarlo con la admiración que se merece, porque no sabemos cuándo vuelva a repetirse algo así, como un fenómeno expansivo. Y quién sabe, además, en estos tiempos de apabullante velocidad informativa, si no estamos siendo conscientes de que en un período de una década quizás habremos visto competir –a lomos de la jubilación– a una generación irrepetible: con el mejor tenista de la historia (Federer), el mejor basquetbolista (Lebron), el mejor futbolista (Messi), el mejor quarterback (Brady), el mejor golfista (Tiger), el mejor boxeador (Mayweather Junior) y el mejor piloto (Hamilton).

Sin duda estas nominaciones están abiertas a discusiones interminables, pero el solo hecho de que sean posibles –y que sostenerlas no represente un absoluto disparate– les vuelve trascendentales.

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