Una tarde a mediados de enero, yo estaba entrevistando a una mujer en una panadería, en una comunidad de Soyapango que, por seguridad de ella, no voy a mencionar. Estaba reporteando para entender mejor el fenómeno de los desaparecidos, y mi pregunta guía era: ¿por qué es tan fácil desaparecer en El Salvador?
Entrevistaba a una mujer que en este texto voy a nombrar Evelin, una líder de un grupo de niños y jóvenes en su comunidad. Evelin me explicó muchas cosas. Me dijo que una de las principales causas por las que, según ella, desaparece tanta gente en este país es por cruzar las famosas fronteras invisibles, esas que imponen las pandillas. “Si las cruzás, o te matan de un solo o te desaparecen”, me dijo.
A media plática, quise entender qué tan interiorizado tienen los niños esa idea de las fronteras.
—Mirá, aquí los niños desde chiquitos tienen que saber que en la colonia todos son de los mismos, pero del otro lado están los contrarios, los de la MS. Ellos saben que ahí no pueden llegar, ni los de allá pueden venir a la colonia —me dijo Evelin.
Y luego me soltó otra frase:
—Te lo voy a decir así: aquí los niños desde chiquitos tienen que aprender una cosa: primero me cuido yo, segundo yo y tercero yo. Solo así van a poder sobrevivir.
Terminamos la entrevista y nos quedamos hablando de cualquier cosa. Tomamos café y nos comimos un pedazo de pan dulce mientras esperábamos a otra fuente: un amigo suyo que, por su trabajo, tiene que cruzar todos los días las famosas fronteras.
En esas estábamos cuando Evelin me soltó una frase que me cayó como bomba entre las manos:
—Uno de mis gemelos se comió al otro —me dijo.
Aturdido, levanté la mirada del teléfono que me estaba distrayendo y le pregunté que qué carajo acababa de decir.
Y empezó a explicar.
Resulta que Evelin sufre desde hace muchos años de leucemia, una enfermedad que le impide tener hijos. Por eso, desde hace muchos años, usa un método anticonceptivo.
En septiembre del año pasado, es decir, cinco meses antes de aquella conversación, Evelin se sometió a un trasplante de médula ósea para intentar curarse. Para lograrlo, tuvo que reunir $2,800 con ayuda de familiares, amigos y pidiendo donaciones por redes sociales.
Pero después de la operación, los doctores se dieron cuenta de que el trasplante no había funcionado. Extrañados, sometieron a Evelin a varios exámenes hasta que uno de ellos le preguntó si de casualidad no estaba embarazada. Evelin lo sabía: ella no podía ni debía quedar embarazada. Por eso el método. Además, le habían realizado varias pruebas de rayos X y una operación contraindicada en estado de embarazo.
Pero sí. Evelin no solo estaba embarazada, estaba reembarazada: tenía en su interior a unos gemelos gestándose desde hacía un mes.
Al enterarse, los doctores decidieron suspender momentáneamente el tratamiento contra la leucemia y enfocarse en darle control al embarazo. Sometieron a Evelin a ultrasonografías cada semana y la mantuvieron en observación.
Al cabo de un par de meses, los doctores vieron que uno de los embriones se estaba yendo hacia abajo, como buscando la salida. “Puede ser que se le venga este embrión o que se le vengan los dos y ahí se acabe el embarazo”, cuenta Evelin que le dijeron.
Pero algo extraño pasó: en las últimas ultrasonografías de noviembre, el embrión que amenazaba con venir al mundo antes de tiempo había regresado a su lugar. Los médicos, al ver que la situación se había normalizado, decidieron dejarle el control hasta el final del siguiente mes.
A finales de diciembre, a Evelin se le ocurrió caminar varias cuadras dentro de su colonia. Unas diez. Al llegar a su destino, tuvo un dolor. Un retorcijón repentino y un sudor helado. La llevaron de emergencia al hospital.
Al llegar, los médicos la ingresaron y le hicieron otra ultra para ver cómo iba el embarazo. Y entonces vino la sorpresa, la frase que me aturdió en la cafetería:
—Los doctores me dijeron que uno de los gemelos se había comido al otro.
—No. Eso no puede ser —le dije yo de nuevo, en aquella cafetería, mirándola con los ojos agrandados.
—Sí. Eso me dijeron. Que el que estaba arriba se había comido al otro y que subió porque el de arriba lo estaba jalando.
Nos comimos unos pedazos de pan dulce y regresé con Gerson a San Salvador. En todo el camino no pude dejar de pensar en aquella escena.
Al llegar a mi casa pensé que no era posible, que aquella mujer me tuvo que haber mentido. Busqué en mi celular “gemelos, uno se come al otro”. Y Google me respondió: síndrome del gemelo evanescente o gemelo desaparecido. “Se produce cuando uno de los embriones de un embarazo múltiple desaparece en el útero durante el embarazo como resultado de un aborto involuntario y es reabsorbido total o parcialmente por la madre, la placenta o incluso por el otro gemelo”, leí.
Solo entonces recordé lo que horas antes me dijo Evelin de los niños en su comunidad:
—Aquí los niños desde chiquitos tienen que aprender una cosa: primero me cuido yo, segundo yo y tercero yo. Solo así van a poder sobrevivir.
*Bryan Avelar es periodista salvadoreño. Colaborador de The New York Times, The Guardian, Vice, Revista Factum y otros medios de comunicación.
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1 Responses to “La ley de Soyabronx”
De una.cosa te pasaste a la.otra, vine por lo. Curioso del tema pero repetirte lo mismo como 3 veces “Aquí desde chiquitos los niños tienen que aprender una cosa” .Te entretuviste más en la historia dela enfermedad de tu entrevistada que olvidaste a lo que ibas