¿Hacia dónde vamos?

Leer cada día la prensa es motivo para pensar aquel dicho tan popular de: “Por favor, paren que me bajo”. Las noticias no son halagüeñas. Arde el pulmón del mundo, la Amazonia; las pequeñas guerras en varios sitios no cejan; los venezolanos llevan varios años siendo “liberados” por el “chavismo castro-comunista” ahora reconvertido en “madurismo social-busero”; huyen de su país, a mansalva, a los países vecinos.

A Colombia, país en el que estoy en estos días, entran diariamente entre 37,000 y 40,000 venezolanos —según Migración colombiana, de esa cantidad se quedan alrededor de 5,000—. ¿Qué país, por solidario y potente económicamente puede aguantar una inmigración como esta? Y, aun así, los colombianos reciben a sus vecinos con paciencia y ayuda, recordando que en tiempos pasados, cuando la violencia insana era el pan de cada día en su tierra, fueron acogidos por los venezolanos. Ellos han hecho realidad el refrán: “Hoy por ti, mañana por mí”.

O ver cómo una parte de la autonomía catalana desea ser nación, con una interpretación torticera de la historia, ya que nunca lo han sido, rompiendo así siglos y siglos de historia y olvidando el papel que los catalanes han desempeñado en la historia de España. Y todo ello para tapar la inmensa corrupción que sus políticos en la actualidad democrática, que algunos la cifran en sus más de veinte años de gobierno en 15,000 millones de euros. No hay más que leer el libro del Josep Borrell y Joan Llorach “Las cuentas y los cuentos de la independencia” (2015).

Pero el día a día no deja de sorprender cuando un Trump se empecina en que todo el mundo pase por su aro, o Boris Johnson, hoy convertido —ver para creer— en primer ministro. Ya nadie se acuerda de aquel día, al siguiente de la votación del referéndum, cuando él y Farage dimitieron de su liderazgo, aceptando que habían mentido ignominiosamente en sus mítines y habían tergiversado datos y planteamientos, y hoy es nada más y nada menos que primer ministro. Un mentiroso compulsivo, entre otras cualidades.

Así podríamos seguir poniendo noticias tristes y muchas luctuosas como la migración que se dirige a Europa a través del Mediterráneo y el lamentable espectáculo que están dando los líderes de la Unión Europea.

Estas líneas no desean ser pesimistas, pero no deja de sorprender cómo está el mundo en la actualidad. Y por si fuera poco lo descrito, ya se apunta una nueva recesión para el año que viene, cuando aún no nos hemos repuesto de la anterior del 2008.

Steve Pinker publicó el año pasado un libro emblemático sobre la historia de la humanidad: “En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (2018), donde afirma el descenso de la violencia y la mejora de las condiciones de vida en el proceso evolutivo del ser humano e “identifica los valores de la Ilustración —la razón, la ciencia y el humanismo— con las causas de ese progreso, y señala como fuerzas que pueden obstaculizar su continuación al fundamentalismo religioso, el populismo en política y las críticas a la ciencia desde posiciones ‘posmodernistas’.”

Es continuación de otro: “Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones” (2011), en donde Pinker argumenta que la sociedad actual es mucho menos violenta que en siglos pasados, e incluso que en décadas pasadas; y afirma que en la actualidad por la globalización y los medios comunicación se conoce más el número de víctimas de violaciones, asesinatos y guerras y que se informa mucho más ahora sobre hechos violentos y por ello se da la impresión de un  mayor el número de víctimas de violaciones, asesinatos y guerras que antes.

Pinker afirma que en la actualidad hay un declive radical de comportamientos violentos y afirma que ello no es debido a un cambio en la biología o en la cognición, sino a cambios en el entorno cultural y material.

No todos coinciden con las tesis de Pinker, afirmando que algunas de sus conclusiones son excesivamente optimistas y que sus análisis en ocasiones de mezclar churras con merinas, que, aunque todas son ovejas, las unas dan una carne exquisita y las otras una lana. Y eso no es lo mismo. De allí el error.

Planteadas así las cosas, uno se acuerda del famoso libro de Amín Maalouf en el 2009 “El desajuste del mundo”, por lo revelador de por dónde íbamos y que, además, si no corregíamos los defectos, “los resultados no serían buenos”. Recordemos que en 2008 estalló la crisis económica mundial antes citada y de la que aún colean las consecuencias.

Lipovetsky, que es una referencia en la filosofía social mundial gracias a sus libros “La era del vacío’, ‘El imperio de lo efímero’ y ‘Los tiempos hipermodernos’, nos señala claramente en sus declaraciones que “sin una mirada crítica ocurren cosas como la subida de Trump”.

Ya Bauman, autor de otros libros tan emblemáticos como el citado “Vida líquida” (2006), “Miedo líquido: La sociedad contemporánea y sus temores” (2007), ya nos hablaba de esto. Todos esos libros fueron escritos antes de la crisis del 2008, aunque hay otro del 2015 con un título más que sugerente: “Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida”.

Tanto Bauman como Lipovetsky afirman que estamos en un mundo líquido o ligero, lo que es obvio. Ambas concepciones tratan de definir cómo estamos viviendo. En una reciente entrevista en estos días en El Tiempo de Bogotá, Lipovetsky viene a señalar con diferentes palabras: “Ambas apuntan a un fenómeno que no es sólido. El problema del concepto ‘líquido’ es que carece por fuera de cualquier estructura, pero la sociedad, aunque no deje de transformarse, está profundamente estructurada. Prefiero mi concepto de ‘ligero’, porque ‘líquido’ es demasiado general. El mío permite entender el imperio de la moda que cambia muy rápido”.

Lo triste no es que la sociedad sea líquida o ligera, sino que los actos que están haciendo los gobernantes nos están llevando a una inoperancia fatal, en algunos aspectos, y a una catástrofe segura en otros, si no se pone remedio; lo cual es francamente preocupante, pues la inepcia de algunos políticos pone en duda esa frase tan manida de que los pueblos, cuando votan, siempre tienen razón. Ello es harto discutible. Y si los pueblos se equivocan y los políticos además de ineptos son corruptos, pues el desajuste está servido, ergo, la catástrofe es más que evidente.

Pongamos ejemplos reales.

Es insólita y espeluznante la frivolidad de algunos líderes mundiales, empezando por el “premio Nobel” en este sentido que es Trump, cuyos tuits son (pongan aquí la palabra que quiera según su tono emocional e ideológico) a las declaraciones de Bolsonaro, Salvini, Johnson, Putin, Sánchez, Kim Yong-nam, etcétera, y ya no digamos las inmensas idiocias que exclaman muchos políticos locales cuando tratan de ocultar sus metidas de patas, sus corrupciones, sus trapicheos y su falta de inteligencia emocional y cognitiva.

La pregunta que surge de inmediato es: ¿en verdad los pueblos se merecen estos líderes? O, si se quiere, ¿realmente el método de elección de líderes es eficiente? Dado que si ellos son los representantes de sus pueblos, cabe usar el refrán de “apaga y vámonos”.

El gran problema que surge de todo esto es que si el avance del que hablaba Pinker se está sosteniendo, estamos entrando en una involución, como ha pasado en otras ocasiones cuando imperios famosos en logros culturales y sociales inmensos fueron barridos de la historia y esta tuvo periodos de abismos insondables. Hay quien afirma que por primera vez los inventos y logros que está desarrollando la humanidad escapan al uso directo de la mano y de su inteligencia, pero eso es entrar en otro tema, que no es el motivo de hoy, ya que hoy el desajuste y el desmadre que estamos viviendo en verdad no sabemos a dónde nos lleva.


*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.

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