Miedo y represión

“Para que no se repita jamás”

Una de las armas más eficaces y destructivas de los regímenes militares fue el miedo. Fueron muchos años de regímenes militares, unos sesenta, dependiendo de cómo se cuentan. En todo ese período, el miedo paralizaba parte del accionar de cualquier oposición, algunas veces hasta quebraba su unidad; otras veces, aun después de que mujeres y hombres valientes habían tomado las decisiones mas difíciles y temerarias, el miedo volvía a frenarlos contra el régimen.

El miedo no era eficaz si no iba acompañado de otros elementos: una red que infiltraba toda posible oposición, un sistema corrupto que fuera capaz de tentar y frenar a muchos, y, por supuesto, en la base del sistema, un régimen represivo. Regímenes que reprimían con discriminaciones, censuras, listas negras, encarcelamientos y torturas. Apoyar la oposición implicaba correr el riesgo de que no te dieran trabajo, porque podías alborotar a los otros trabajadores. Pero, sobre todo, eras alguien que no estabas con ellos y, por tanto, estabas contra ellos. “Ellos” eran el statu quo, los poderes económicos, sociales y militares detrás de los regímenes de turno.

Te ponían en listas negras, que en los primeros años fueron secretas, aunque de alguna forma te hacían saber que estabas en ellas, “que tuvieras cuidado”. Luego, el uso de esas listas fue más abierto, incluso publicadas en los diarios. Las listas negras se complementaban con las manos blancas pintadas en la puerta de tu casa. Si aparecía la mano blanca en tu puerta, quería decir que estabas señalado. Si tu nombre estaba en una de esas listas, o tu puerta tenía la mano blanca, daba miedo, mucho miedo.

Difícil saber cómo aparecías en esas listas. La mayoría de los que estábamos en ellas algo habíamos hecho en apoyo a la oposición. En muchos casos era fácil saber quiénes eran oposición, los que manifestaron, los que expresaron —de cualquier forma— crítica al régimen, los miembros de los partidos de oposición, y en aquellos tiempos todos los partidos eran de oposición, demócratas cristianos, socialdemócratas, del Partido Comunista, los que tenían “tendencias de izquierda” y luego los que simpatizaban y, peor aun, los que estaban vinculados a la guerrilla. Pero en esas listas había de todo, desde políticos demócratas de oposición, trabajadores y estudiantes críticos al régimen, hasta los guerrilleros. Pero las listas y su uso no discriminaban a la hora de aplicar el castigo.

La libertad de información y la libertad política no existían. No se podía publicar nada en contra del régimen o en contra del statu quo. Los medios de comunicación autorizados, porque muchos no podían salir al público, se autocensuraban. Muchos tratamos de publicar artículos o expresar opiniones críticas, sin ningún éxito más que arriesgarnos todavía más.

De lo más dañino de esos años fue la autocensura. La propaganda del régimen era mucha y eficiente. Ello calló a muchos. Pero también el miedo de ir en contra de algo que era tenido como exitoso, pero sobre todo poderoso, llevo a muchos a callar. Ello causó daños al sistema democrático y a la libertad de expresión.

La represión aumentaba la oposición; una oposición más grande hacía más difíciles la censura y la represión; ellas seguían dando miedo, pero cada vez eran más ineficientes, llegando a rayar en lo absurdo. A un amigo le confiscaron su título de Harvard cuando estaba pasando la frontera a su regreso al país. El título estaba en latín y ello generó sospechas ante “los agentes del orden”, que por supuesto no tenían idea de lo que tenían en sus manos.

La represión también debilitó la democracia. En 1972 fuimos a cuidar urnas para la Unión Nacional Opositora (UNO). Fui delegado por esa alianza de partidos para supervisar la votación en el departamento de La Unión. Cuando llegamos reinaba un clima de fiesta. Desde nuestro arribo, una pareja de guardias armados estuvo a nuestro lado. Ello era atemorizante, especialmente cuando nos tocó visitar las áreas rurales más remotas. Al final de la jornada recibimos una llamada de la sede del partido en San Salvador: “Parece que vamos ganando, guarden y escondan todas sus copias de las actas de votación, insignias, en fin, cualquier cosa que los pueda identificar con la oposición, y vénganse a la sede del partido”. Ese viaje estuvo lleno de emociones muy encontradas, especialmente esperanza y miedo. Esa esperanza murió con otro golpe de Estado. En esa ocasión se reprimió toda comunicación, se callaron prensa, radio y televisión por una semana, al fin de la cual se citó a la parte de diputados que no se oponían al régimen y que nombraron presidente a su candidato.

Para elaborar las listas negras y hacer sentir la represión ocuparon muchos métodos, todos desde el Estado o con el apoyo del Estado. Los regímenes de terror y el Estado eran uno solo. Uno de esos métodos fue el infiltrar las organizaciones, partidos, manifestaciones, etcétera. Debe haber sido un aparato grande para montar todo eso. Ese aparato de Estado fue eficiente en meter miedo y parcialmente eficaz en obtener, calificar y utilizar información, pero también deformó el Estado. El aparato estatal se utilizó políticamente. El Estado estaba al servicio del régimen, de las fuerzas políticas, económicas y sociales que lo formaban, y, por tanto, en contra de la democracia, ya que limitaba la oposición, la información y la libertad. Era un Estado que discriminaba, un Estado parcial.

Se llegó a deformar de tal manera al Estado que existían muchas instancias institucionales cuyo objetivo principal era esa red de represión. Los órganos más temidos eran la Policía de Hacienda (PH) y la Guardia Nacional (GN). La guardia fue creada para apoyar la introducción del café y la creación de los latifundios necesarios para su cultivo; pero ello rápido la llevo a tener que reprimir para lograr juntar los minifundios y eliminar los ejidos. La PH fue creada para proteger las aduanas. Ambas se utilizaron y se especializaron en represión, la GN en el campo y la PH en lo urbano.

Era normal en esos tiempos decir: “Está seguro, no hay policías”. Era de temer que te detuvieran para revisarte papeles, por cualquier pequeño percance podías terminar en la cárcel y al estar allí las cosas se podían complicar. Si te arrestaban había que avisar rápido, para dejar constancia que estabas preso; pues luego si te golpeaban o te torturaban era más complicado que te dejaran libre, pues eras prueba de tortura.

La lucha contra “el mal”, en esos años identificado como “el comunismo”, justificó en muchas instancias que se violaran los derechos humanos. Ello generó un círculo de corrupción, deformación de los cuerpos de seguridad y falta de transparencia.

Son muchas y ya conocidas las historias de las atrocidades cometidas por esos “cuerpos de seguridad” como se llamaban. Los muertos que aparecían tirados con los dedos amarrados por detrás eran obra de la GN. Los calabozos de la PH eran de temer. Sus historias de tortura quitaron el sueño a muchos y marcaron o quitaron la vida de otros. Se ponían bombas, la radio de Monseñor Romero, la YSAX, fue destruida creo que cerca de una docena de veces. Cuando empezó la guerra se redujo la tortura, pero se pasó más rápido a desaparecer y a matar personas. Ya era guerra abierta. Las únicas opciones, si querías ser oposición, eran o “te desaparecías”, te exiliabas o te hacías guerrillero.

Todo ese miedo y represión no fueron eficaces en su objetivo de eliminar la oposición. Lo contrario sucedió. El miedo y la represión generaron más adeptos en contra de los regímenes militares que debilitaron la democracia, generaron un círculo de violencia, trajeron corrupción, deformaron el Estado y luego dieron campo a la guerra civil.


*Mauricio Silva ha trabajado por más de 40 años en administración pública. Ha sido director y gerente de varias instituciones en El Salvador y experto en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

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