“Ser crítico es una
de las características
necesarias de hoy…”Monseñor Romero
Homilía del 7 de mayo de 1978.
No son tiempos fáciles, pero quizá ningún tiempo lo sea, sobre todo cuando de defender la verdad y la justicia se trata. Es la era de la posverdad: la mentira y el engaño van diez pasos adelante de casi todo. Es la era de lo líquido y de lo inmediato: poner la mirada más allá del momento actual se vuelve difícil y comprometerse con tareas de largo aliento no resulta atractivo.
Entre tanto, hay fechas que nos invitan a poner calma en el caos y luz en la oscuridad, o al menos a intentarlo. Esta es una de esas fechas. Hoy conmemoramos al mejor de todos los nacidos aquí, a Monseñor Romero. El arzobispo al que la Iglesia luego nombró Santo, pero a quien el pueblo ya había canonizado.
Monseñor Romero “se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos”, dijo la ONU en 2010, en un documento mediante el cual proclama el 24 de marzo, día de su martirio, como el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas.
En unos días se cumplirá un año de un régimen de suspensión de garantías constitucionales que ha perdido toda excepcionalidad y que, si bien ha logrado resultados innegables en materia de seguridad pública, lo ha hecho propiciando graves violaciones a los derechos humanos.
Este régimen de suspensión de derechos no le representa ningún costo político al presidente y al gobierno. Por el contrario, representa su principal carta de presentación y los sondeos de opinión pública así lo reflejan. De hecho, en los considerandos de las últimas prórrogas al régimen se menciona el respaldo que esta medida ha tenido en sondeos de percepción ciudadana.
Además, la propaganda gubernamental adjudica al mismo todos los resultados obtenidos en materia de seguridad: desde la captura de una persona por la tenencia de una cantidad mínima de droga hasta la captura de miembros de grupos del crimen organizado. Nada escapa al superpoderoso régimen de excepción. Pero mirando más allá de lo inmediato, estas medidas nos están llevando a escenarios complicados.
Desde el 1 de mayo de 2021, cuando la Asamblea Legislativa asumió funciones, se ha aprobado una gran cantidad de leyes y reformas a leyes vigentes que van propiciando una reingeniería del ordenamiento jurídico salvadoreño. A esto le he denominado “hiperproductividad o hiperactividad legislativa”. Toda esta modificación paulatina de la legislación en nuestro país no es producto de la casualidad ni de la improvisación. El oficialismo, cuando de concentrar poder y de abusar del mismo se trata, no improvisa. Tampoco cuando se trata de ocultar información que debería ser pública.
Los cambios en la legislación penal, administrativa, ambiental y en otros campos deberían estar siendo analizados con mayor profundidad. Las preguntas que se pueden plantear son varias. Las respuestas aún no parecen estar disponibles. Pero se puede advertir que esta modificación de la legislación tiene la intención de ponerse al servicio del proyecto político y económico del presidente, su clan y sus aliados. Cambiar todo para que nada cambie.
Y si bien la seguridad pública es de vital importancia, lo son también otros temas que no alcanzan, en la conversación pública, una cobertura similar, pero que la gente resiente en su realidad cotidiana.
La incapacidad del gobierno para diseñar políticas públicas que alivien la situación económica de las familias, su incapacidad de impulsar una política en el agro que nos encamine a producir más alimentos, el nulo interés en propiciar una reforma tributaria que corrija la estructura fiscal regresiva que caracteriza al país, la utilización del dinero de la gente sin rendirle cuentas a nadie, la contratación de grandes proyectos de obra pública sin claridad, entre otras cosas, son asuntos urgentes de tratar. En estos temas no parece que el gobierno ni los diputados oficialistas tengan interés. En esto no ven necesario emitir decretos con dispensa de trámite.
En medio de todos estos abusos de poder, del oscurantismo y de la opacidad, son necesarias las voces que planten cara a quien hace culto de lo inmediato comprometiendo el futuro. La Iglesia no debe quedarse callada ante tanta abominación, decía monseñor Romero. Y hoy parece que tenemos una Iglesia con “afonía profética”, como dice el padre Manuel Acosta. Pero esto no es exclusivo de la Iglesia católica, también hay responsabilidad en las demás Iglesias. Hay otros líderes religiosos que cuando hablan es para ponerse a tono con el oficialismo, olvidando que su labor como pastores es la de ir en busca de la oveja perdida, no de bendecir los abusos de las autoridades de turno.
Pero los llamamientos de Monseñor Romero no se agotan en la Iglesia o las iglesias. Su carácter de pastor, pero, sobre todo, de ciudadano ejemplar comprometido con la defensa de los derechos humanos, de la verdad y de las víctimas, debería motivar a todas las fuerzas vivas del país a levantar la mirada y dejar de verse el ombligo.
Por ejemplo, el gremio de abogados, que debería tener un compromiso mayor con la defensa de la justicia, parece no encontrar ninguna fuerza. Los trajes bonitos y las corbatas finas, los tecnicismos legales y las intervenciones adornadas con palabras fatuas poco valen si se calla ante las injusticias, los atropellos y el acomodamiento de la legislación para ponerla al servicio del proyecto económico y político del presidente y sus aliados.
Lo mismo aplica para otros sectores, profesionales o no, que desde su ámbito de incidencia pueden aportar en la discusión pública e incidir en el rumbo del país.
Hoy, más que nunca, debemos reivindicar nuestro derecho a conocer la verdad, aunque se esté haciendo de la mentira y la manipulación una política pública.
Esta es una invitación a mirar, como nos dijo Monseñor Romero, las causas estructurales de donde brotan, como de una fuente fecunda, todas las injusticias que marcan la vida de millones de personas en El Salvador. Esta es una invitación a poner los ojos en las estructuras injustas, en el pecado estructural, en la raíz de los problemas, para que no sigamos repitiendo los mismos errores.
*Mauricio Maravilla es abogado de la República. Cuenta con experiencia en diferentes medios de comunicación como moderador de entrevistas en radio y televisión. Actualmente es conductor del programa Monseñor Romero: la Iglesia y el país, en YSUCA
Opina