Y en El Salvador, ¿cuándo?

Muchos salvadoreños hemos seguido con admiración y un poco de envidia las manifestaciones en Guatemala y Honduras.

En Guatemala, miles de personas se congregan en la Plaza de la Constitución cada sábado para protestar pacíficamente y exigir la renuncia del presidente Otto Pérez Molina, quien enfrenta serios señalamientos de corrupción; ya lograron la renuncia de la vicepresidenta Roxana Baldetti, la captura de varios miembros del gabinete y, con mucha paciencia, van a presionar porque más funcionarios se le unan al listado de desempleados. Por su parte, los hondureños han salido a las calles a pedir la renuncia del presidente Juan Orlando Hernández y su gabinete, a quienes investigaciones independientes han incriminado en millonarios actos de corrupción.

Analizando las protestas que se mantienen semanalmente en Honduras y Guatemala cabe preguntarse, ¿qué NO ha pasado en El Salvador para que sigamos arraigados en la comodidad de nuestras casas, viendo como el país se nos cae en pedacitos? ¿Los problemas todavía no son lo suficientemente graves como para que nos alarmemos y exijamos resultados inmediatos a quienes dirigen las instituciones estatales? ¿De verdad pensamos que los gobernantes tienen un plan bien estructurado y lo están ejecutando? ¿Tan poco nos importa El Salvador?

El listado de problemas en el país necesariamente lo debemos comenzar con el tema de la seguridad; 20 muertos diarios y el gabinete manifiesta que “la violencia es percepción”, que “en el tema de seguridad vamos por buen camino, con plan definido”.

En el tema de salud nos encontraremos con joyas argumentales como “el sistema de salud es modelo para el mundo” o “las enfermedades se curan solas”, mientras en los hospitales no hay medicinas, ascensores y a veces ni agua.

Del sistema educativo nos llevamos otra gran decepción, cuando las escuelas no cuentan con infraestructura y menos con personal capacitado para brindar educación de calidad.

Y, por si fuera poco, tenemos que enfrentarnos a los distintos grupos parlamentarios defendiendo su amplio listado de asesores, su “derecho a viajar” o los excesivos gastos; o a las sorpresas de viajes fantasmas, terrenos estatales en ganga y funcionarios obteniendo dudosos favores de sus amigos. Estos son algunos problemas actuales, y si nos ponemos a revisar la historia salvadoreña de los últimos 25 años quizá las tristezas y decepciones no varíen mucho.

Los problemas que El Salvador tiene no son pocos y mucho menos pequeños. Pero hay una situación que no hemos superado, la cual fue origen del conflicto civil y se disimuló algún tiempo después de los Acuerdos de Paz: la polarización. Esta se ha vuelto más evidente a partir de las elecciones presidenciales de 2009 y 2014, además de las últimas conformaciones de la Asamblea Legislativa, donde la brecha diferencial entre las dos fuerzas mayoritarias es estrecha.

El ambiente político de El Salvador se ha convertido en la tierra de “o estás conmigo o estás contra mí”, donde se valoran muy poco los argumentos razonados “del contrario”; y digo “el contrario” entre comillas porque hay una contradicción implícita, ya que los que nos preocupamos por un mejor país somos más aunque tengamos ideologías o filosofías distintas. Los que queremos que el país despegue en el desarrollo económico, se acabe la violencia, se respeten los derechos de mayorías y minorías, se administren bien los fondos estatales, somos más y de todas las ideologías; bastará que muchos se quiten el velo partidario para que se den cuenta de que el punto en común, trabajar por un mejor El Salvador, debería unirnos en lugar de enfrentarnos.

Dicho lo anterior, a El Salvador le llegará la hora de salir a las calles cuando sus ciudadanos maduremos políticamente y comprendamos que la corrupción e ineficiencia no tienen color partidario. Igual de corrupto e ineficiente puede ser un funcionario tricolor, que uno que todos los primeros de mayo se viste de rojo (o blanco) y sale a marchar; igual de corrupto puede ser quien tiene una colección de corbatas anaranjadas o quien pertenece al partido azul de las manitas. En Honduras y Guatemala ya se dieron que hay corrupción en sus instituciones estatales y que estas prácticas no son exclusivas de uno u otro partido. El rechazo a dichas prácticas es lo que ha unido a los ciudadanos guatemaltecos y hondureños para salir a las calles y sumarse espontáneamente a las protestas.

Vamos a avanzar como país en el momento en que dejemos de defender a personas “porque son de mi partido” y seamos capaces de criticar y condenar las prácticas erróneas y corruptas de donde vengan; avanzaremos cuando una protesta no sea tachada de responder a los intereses de la “derecha oligárquica” o de la “izquierda comunista” para deslegitimizar sus objetivos, a conveniencia de algunos sectores políticos. El día en que superemos ese sesgo y asumamos que todos nos tenemos que poner la camiseta de ciudadanos, exigiremos juntos que la corrupción sea juzgada conforme a Derecho.

Cuando caigamos en cuenta que la corrupción e ineficiencia puede estar en todos lados nos vamos a preocupar por los procesos de selección de funcionarios públicos, para que en los puestos claves de la estructura estatal estén los más competentes y honestos (mezcla de cualidades necesaria e imprescindible en quienes deben ostentar el poder político). Y vamos a presionar porque los nombramientos de todos los funcionarios comprendidos en el artículo 131 ordinal 19 de la Constitución se hagan de forma correcta. Ese día vamos a ver el inicio de un cambio en El Salvador, donde todos los ciudadanos exigiremos que los funcionarios se comporten y trabajen con la dignidad que merece y les ordena su cargo.

 

 

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.