Mi historia y el comienzo de una nueva Historia

“Desde niño crecí creyendo que lo que tengo contigo pertenecía al terreno de la ciencia ficción. Que amar a un hombre, al hombre de mi vida era tan posible como viajar en el tiempo, como colonizar un planeta lejano o viajar en una nave espacial. Pero también aprendí con el tiempo que la realidad es más poderosa que la ficción. Estar hoy acá frente a ti es una prueba viviente de ello.”

Así comencé los votos que pronuncié frente a mi esposo cuando nos casamos en una ceremonia en presencia de nuestros padres, hermanos y más de un centenar de amigos y familiares.

Este viernes recordé mucho ese día. Twitter reventaba a mil por hora con la noticia: la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos declaró en una decisión histórica, que los derechos y deberes que Michael y yo contrajimos en la capital de los Estados Unidos, a pocas cuadras del Capitolio y la Casa Blanca en 2013, son derechos de orden constitucional, en un país que reconoce la igualdad jurídica de todos sus residentes.

Hasta este viernes los residentes de 14 estados del país, todos ellos sureños, eran ciudadanos de segunda clase, con menos derechos que el resto de los habitantes del país al negárseles el reconocimiento legal de la unión entre parejas del mismo sexo.

“No hay unión más profunda que el matrimonio, ya que encarna los ideales más altos de amor, fidelidad, devoción, sacrificio y familia”, declaró la Corte Suprema en la pluma del magistrado Anthony Kennedy. “Sería una tergiversación el decir que estos hombres y mujeres (las parejas del mismo sexo) están irrespetando la idea del matrimonio. Su respeto por la institución es tal, es tan profunda que ellos mismos buscan la plenitud que otorga para sí mismos”, continúa la resolución.

Nunca pensé que yo viviría para ver un día como este, mucho menos que iba a ser parte de un cambio histórico y disfrutar la vida que siempre quise con el hombre que amo.

Michael y yo llegamos al matrimonio como llegan muchas personas en todo el mundo, después de vivir nuestros años más jóvenes de manera intensa, de viajar, de hacer carrera y explorar nuestros caminos, nuestra sexualidad y nuestros sentimientos. Fueron años divertidos, retadores y muchas veces confusos, en los que superamos el miedo –el pánico en algunos momentos– de salir del closet, años en los que pensamos que perderíamos lo que teníamos, familia y amigos incluidos, por ser honestos con nosotros mismos. Años en los que nos convertimos en los hombres que somos, en los que aprendimos que quien nos ama nos amará siempre como somos; pero que la vida no era justa y que tendríamos que vivir soportando una situación jurídica de segunda. Sobre todo, aprendimos a vivir con la idea de que muy probablemente formaríamos relaciones de pareja contra viento y marea, pero que había una gran posibilidad de que acabaríamos nuestras vidas solos. El sistema estaba en nuestra contra y contra eso no había más que esperar que la suerte nos sonriera y prepararnos para sobrevivir en el terreno de la doble moral y las apariencias.

La Corte Suprema entró con la decisión del viernes en un terreno que las leyes pocas veces allanan, el de la dignidad: “La esperanza (de estas personas) es que no se les condene a vivir en soledad, excluidos de una de las instituciones más antiguas de la civilización. Ellos piden la misma dignidad ante los ojos de la ley. La Constitución les garantiza ese derecho”. La declaración de independencia los Estados Unidos es la única en el mundo que proclama la felicidad como un derecho inalienable, en la misma categoría que la vida y la libertad.

“Sostenemos estas verdades como sagradas e inalienables: que todos los hombres son creados iguales e independientes, que de esa creación igualitaria se derivan derechos inherentes e inalienables, entre ellos la preservación de la vida, la libertad y la consecución de la felicidad”, dice el texto enmarcado en las vitrinas de los Archivos Nacionales en Washington.

Así, entonces, la Corte Suprema ha actuado en consonancia con la visión que los fundadores de este país, ya en el siglo XVIII, tenían de los valores que deberían constituir los pilares de la nueva nación que estaban creando.

El día de nuestra boda Michael, mi esposo, escogió un pasaje de los escritos de Thomas Jefferson, uno de los redactores originales de la declaración de independencia para ser leído en nuestra ceremonia:

“No soy un defensor de cambios frecuentes en leyes y constituciones, pero las leyes y las instituciones deben ir de la mano con el progreso de la humanidad. Mientras esta se vuelve más iluminada y desarrollada, nuevas verdades se descubren y las costumbres y las maneras y opiniones cambien, con el cambio de las circunstancias, las instituciones deben avanzar para mantenerse al ritmo de los tiempos”.

Por eso me divierte la reacción de muchos ultra conservadores modernos que aseguran que con esta decisión la Corte está destruyendo uno de los pilares de la civilización. Creo que al contrario, con esto está continuando el trabajo que comenzaron Jefferson y otros patriotas cuando se separaron del Imperio Británico en 1776.

239 años después, este viernes Michael y yo regresábamos a casa después de cenar y nos detuvimos por el supermercado para comprar un helado y refrescar la noche del verano de Louisiana, en donde vivimos desde hace poco menos de dos meses.

Por los pasillos semi desiertos de la tienda, pasadas las 11 de la noche, caminábamos rumbo a las cajas registradoras. Él me puso la mano sobre el hombro. Unos pasos después escuchamos una voz de mujer desde el otro lado del pasillo: “Disculpen”. Cuando volvimos, una mujer de pelo entrecano, con uniforme de enfermera y con cara de cansada nos miró y nos dijo: “Solo quería decirles que me alegro mucho y los felicito por la victoria de hoy. Creo que este país será mejor. Que tengan buenas noches y que Dios los bendiga”, nos dijo. No pudimos más que darle las gracias y contarle que sí, que era un momento feliz e histórico.

Volvimos a casa, nos comimos el helado, vimos televisión un rato y nos fuimos a dormir. Después de todo, no somos más que una pareja suburbana. Nos fuimos a la cama comprendiendo como pocas veces que con esa cotidianidad de miles de historias como la nuestra y de las miles más que vendrán, también se escribe la Historia.

*Julio Marenco es periodista salvadoreño radicado en Estados Unidos.

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