Volver

Ya lo cantó Gardel en su famoso tango “Volver”: “Yo adivino el parpadeo/De las luces que a lo lejos/Van marcando mi retorno/Son las mismas que alumbraron/Con sus pálidos reflejos…/”.

Este inicio de año, la Unión Europea (UE) de los 28 ha visto con dolor cómo un miembro importante se ha ido de ella, con todo lo que eso significa de rotura, tensión y angustia para miles de británicos esparcidos por la UE común. Solo en España, casi 400,000 residen allí, y hay pueblos en las comunidades de Valencia, Andalucía y Canarias que son más del 80 por ciento de sus habitantes. También están afectados los españoles en el Reino Unido, más de 100,000, y cifras parecidas de franceses, italianos, etcétera, que viven en el Reino Unido.

Curiosamente, nadie quiere recordar que fue Winston Churchill quien, en 1946, en la Universidad de Zúrich, señaló por primera vez la necesidad de crear unos estados unidos europeos. Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial con aquellos 60 millones de muertos y era necesario, de una vez por todas, que los pueblos de Europa dejaran de guerrear por unas pajas fronterizas entre Alemania y Francia o entre Italia y Austria, etcétera.

Así habló Churchill el 19 de septiembre de 1946: “Deseo hablarles hoy sobre la tragedia de Europa. Este noble continente, que abarca las regiones más privilegiadas y cultivadas de la tierra, que disfruta de un clima templado y uniforme, es la cuna de todas las razas originarias del mundo. Es la cuna de la fe y la ética cristiana. Es el origen de casi todas las culturas, artes, filosofía y ciencias, tanto de los tiempos modernos como de los antiguos. Si Europa se uniera, compartiendo su herencia común, la felicidad, prosperidad y la gloria que disfrutarían sus tres o cuatrocientos millones de habitantes no tendría límites”.

Impresionado por los efectos de aquella guerra con la explosión de la primera bomba atómica, dijo: “Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y solo de esta manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena”.

Hoy, una vez más, el ser humano demuestra que es capaz de destruir aquello que anhelaba como solución de sus problemas. Cierto que la construcción de Europa no ha sido fácil. Churchill tuvo la genial idea, pero no es menos cierto que otro gran hombre, Charles de Gaulle, que vivió en sus propias carnes el desprecio de algunos ingleses cuando era representante de una futura Francia liberada del nazismo, siempre tuvo rencor a cómo lo trataron los ingleses, y ello lo expresó vetando por dos veces la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea (CEE), la entidad que antecedió a la UE.

La intransigente postura del general provocó que Harold Macmillan, entonces primer ministro del Reino Unido, se echara a llorar. “Este pobre hombre, a quien no tenía nada que dar, parecía tan triste, tan golpeado”, dijo luego De Gaulle a su gabinete, “quería poner mi mano sobre su hombro y decirle, como en la canción de Édith Piaf, ne pleurez pas, milord (no llore, mi señor)”.

De Gaulle le señaló a su homólogo británico que el Reino Unido tendría que abandonar su “relación especial” con Estados Unidos si quería unirse a Europa. Curiosamente, hoy ha sido Donald Trump, presidente de Estados Unidos, uno de los puntales más firmes de Boris Johnson para irse de la UE.

Hubo que esperar a que muriera De Gaulle y el Reino Unido (incluido Gibraltar) por fin entró en 1973 a la UE, junto a Irlanda y Dinamarca. Entonces se llamaba Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la cual fue la primera semilla de la UE.

La relación del Reino Unido con la UE no ha sido fácil. Siempre los británicos se han comportado en la UE con una cierta altanería, y famosa es la actitud de Margaret Thatcher con aquella frase de “¡Quiero que me devuelvan el dinero!” en la cumbre de la Unión Europea, en Dublín, en 1980.

Ahora se consuma el desencuentro y se cierra un ciclo que deja al Reino Unido muy dividido: el 51 por ciento quiere salirse de la UE y el 49 por ciento desea permanecer en ella. A favor de irse está la gente de más de 50 años y del mundo rural, mientras que la población joven y citadina es la que desea quedarse. Como ocurre con las guerras, da la impresión de que unos pierden y otros ganan; pero, en verdad, todos salen malparados. La Unión Europea ahora no tendrá una población de 512 millones de personas, sino de 446 millones, en un mundo globalizado en donde dos grandes potencias, China y Estados Unidos, desean que desaparezca la UE, para ellos ponerse de acuerdo, y cuentan con la ayuda de Rusia, a la que también le molesta la UE, porque entre sus nuevos socios están aquellas naciones que integraron la Unión de Repúblicas Socialistas soviéticas (URSS). El conocido intelectual británico Thimothy Garton Ash ha comentado: “El Reino Unido no se ha ido de Europa; solo se ha ido a otra habitación. Su puesto en Europa siempre ha sido complejo y ambivalente”.

También se cumple otro aserto que decía el historiador R.W. Seton-Watson en 1937: “El deseo de aislamiento y la conciencia de que es imposible: esos son los dos polos entre los que sigue oscilando la brújula británica”. Era cierto entonces y lo es más hoy.

Bloomberg Economics señala que el Brexit le habrá costado al Reino Unido, a estas alturas de los dimes y diretes de si me voy o si me quedo, alrededor de 236,000 millones de euros en pérdidas de crecimiento económico, curiosamente casi la misma cantidad que el país ha aportado al presupuesto de la UE durante todo su periodo de pertenencia, desde 1973.

Los partidarios del Brexit afirman: ¿Qué tiene de malo una Europa de naciones-estado democráticas y soberanas que cooperen de forma pacífica? Evidentemente, ha habido errores que han generado tensiones, como el excesivo dominio en la UE de las posiciones de Francia y Alemania, que han producido resquemores en el Reino Unido, en España y en otros países europeos, ya que la historia ha enseñado que no es buena idea imponer a los distintos pueblos europeos una misma norma común para todos. Bien lo ha sabido el imperio español, el francés e incluso el inglés en la historia pasada. Por ello, la salida del Reino Unido debe hacer repensar que la UE debe reorientar su marco de acción y que una Europa de competencia descontrolada entre estados en defensa de sus estrictos intereses nacionales tiene pocas probabilidades de seguir siendo democrática, próspera y pacífica durante mucho tiempo. La salida del Reino Unido y las tensiones con polacos y húngaros obligan a la UE a repensar muy seriamente su futuro.

Se equivocan los que piensen que el Reino Unido es el único que debe cambiar porque el Brexit sea una excentricidad británica.

Hay demasiadas realidades y voluntades de que la UE debe seguir y sobre todo modificar conductas para fortalecerla, y uno de esos campos es el de la educación; y, en ese sentido, el programa Erasmus ha cumplido una gran labor: ha influido en una nueva manera de moverse por Europa. Han sido 3.5 millones de estudiantes europeos, en cerca de 4,000 universidades, en los casi 30 años que lleva de existencia. Y ello ha beneficiado, así mismo, al personal docente, promoviendo desde su creación cambios enormemente positivos en la vida académica, social, cultural, formativa y económica de Europa.

Concretamente, el programa en el Reino Unido ha representado la mitad de los estudiantes británicos que salen al extranjero y ha traído cada año a más de 30,000 estudiantes europeos a este país. No es casualidad que se diga que el futuro de Europa está en manos de “la generación Erasmus”.

Los 27 miembros de la UE deben reflexionar si creen que el Reino Unido es el único que debe cambiar y que el Brexit es una locura británica. El Brexit lleva una semilla en su interior que ha crecido en la UE y es el nacionalismo populista y antiliberal. Nigel Farage estaría muy cómodo en una Francia gobernada por Marine Le Pen, y el principal ministro pro-Brexit del gobierno, Michael Gove, está muy cerca de las políticas de la Hungría de Víktor Orbán. La UE también tiene que aprender las lecciones del Brexit y que sirva para fortalecerla corrigiendo errores, como el exceso de burocracia, modificar algunos patrones del desarrollo económico, hacer mas hincapié en la cultura y en la educación, como ya señaló uno de sus padres fundadores lamentando que se había puesto demasiado énfasis en el mercado. “Si tuviera que volver a empezar la construcción de Europa, lo haría por la cultura”, dijo años después un Jean Monet arrepentido.

La cultura y la ciencia deben ser los valores compartidos en el Viejo Continente y con los que siempre soñó la intelectualidad europea. No hay más que repasar la historia con Spinoza, Erasmus, Hegel, Marx, Conrad, Orwell, Zweig… la unión, la ciencia y la cultura tienen objetivos globales, es necesariamente cooperativa y posee un lenguaje común de avance y progreso.

Varios son los intelectuales británicos como Julian Barnes que han declarado: “Lamento y lloro la salida del Reino Unido de Europa como el que más; me parece un acto de masoquismo engañado. Pero la historia es cíclica, así como de que mi fascinación y mi admiración por Europa son cosas que comparte la mitad del país y van a ser capaces de soportar cualquier nueva estupidez con la que nos sorprenda nuestro gobierno.

Es probable que la presencia del Reino Unido haya dificultado el desarrollo y la profundización del proyecto europeo, pero su marcha no garantiza el éxito de este. Seguiremos viviendo en una complejísima unión de estados y ciudadanos, cuyo lema, “unida en la diversidad”, refleja más una aspiración que una realidad.

Habrá quien crea entre los partidarios del Brexit, que sueñan con un Global Britain (o incluso un Singapore-on-Thames), es decir, una economía de servicios altamente competitiva, que se librarán por fin de la pesada carga de una UE esclerotizada por la burocracia y la sobrerregulación. Pero se olvidan de que el mercado inglés vende el 46 por ciento de su producción a la UE y que algunas industrias como la del automóvil o la farmacéutica dependen muy sustantivamente de la colaboración en su materia prima de la UE.

Tampoco puede olvidarse que en Escocia los nacionalistas mayoritariamente desean permanecer en la UE para justificar el secesionismo. Las declaraciones de su primera ministra, Nicola Sturgeon, nos hace entender que ella sabe que no contará para la causa de la independencia con la complicidad de los gobiernos europeos, pero confía en doblegar la voluntad de Boris Johnson para que permita la celebración de un nuevo referendo, y que ese será el camino de regreso a la UE que una amplia mayoría de escoceses se niega a abandonar.

Y en Irlanda del Norte tampoco le pinta muy bien la situación a Johnson, donde los partidos nacionalistas superaron a los unionistas por vez primera en las recientes elecciones generales. La posibilidad de permanecer alineados con la UE durante cuatro años, que pudieran ser ocho, podría hacer muy atractiva una futura reunificación de Irlanda.

No es la primera vez que se cumple el aserto de Ernest Renan: “Olvidar la historia, e incluso contarla de forma equivocada, forma parte esencial de la construcción de una nación”.

Estamos en una nueva fase de un nuevo mundo mucho más globalizado en donde el aleteo de una mariposa en Pekín desata un huracán en Londres, Paris o Nueva York, y buena prueba de ello son los efectos del coronavirus en estos días.

Habrá que esperar para ver cómo se desarrollan los acontecimientos. No puede negarse que hay un enorme malestar en el mundo. No hay más que ver las noticias y las impresionantes manifestaciones que hay en él, desde Chile a París, pasando por Barcelona y Australia. La creciente desigualdad existente, la pavorosa corrupción en demasiados gobiernos y países, la falta de identidad de los partidos políticos y la ausencia de ideologías positivas han hecho que demasiados hablen ya de una “cultura insolidaria del descarte”. Hay un virus que está afectando a la sociedad y ello, en un mundo globalizado, es preocupante: el virus de la individualidad y el egoísmo que da la impresión de que se cumple el poema de Góngora: “Ande yo caliente, y ríase la gente. /Traten otros del gobierno/del mundo y sus monarquías, /mientras gobiernan mis días /mantequillas y pan tierno/y las mañana de invierno/naranjada y aguardiente, /y ríase la gente…/”.


*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.

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