Un tema serio y peludo

Este trabajo de escribir columnas de opinión sobre sexo y erotismo es un oficio muy difícil. La semana pasada recibí un correo de un lector comentando el escrito ¿Con barba? ¡Sí, por favor!, explicando su desacuerdo sobre lo sexy del vello facial masculino y retándome a escribir uno sobre el vello púbico femenino, “porque nosotros los hombres también tenemos nuestros gustos”, decía el caballero en su correspondencia.

En primer lugar, agradezco que se haya tomado el tiempo de leerme y enviarme su opinión. Me alegro que haya decidido probar un mes su barba. Estoy segura de que su pareja se lo agradecerá si la sabe usar. Digo… recortar.

En segundo lugar, la decisión de “probaré un mes su teoría y le cuento” me provoca agradecer su apertura de mente a pesar del listado de contras que le amerita mantener una barba. Nada pierde con intentarlo. Y en serio, le suplico que al final de febrero me cuente.

Pues bien, hablemos del vello púbico femenino. Ese que suele censurarse en la pornografía asiática y en occidente ha provocado millones de gritos al ser removido con cera caliente. El pobrecito y vilipendiado por la cultura del bikini y los estándares imposibles que impuso la muñeca Barbie con su piel lisa y ningún poro abierto.

Esos ricitos escurridizos que sirven para anunciar el desarrollo físico, ayudar a proteger la zona de posibles peligros, sobre todo en la mujer, a mantener la temperatura corporal (seamos honestos, es uno de los primeros lugares donde sentimos frío o exceso de calor) y que ha desatado un debate junto a la profesión más antigua de la historia. Aquellos que son objeto de burla cuando su dueña se cambia el color del cabello y debe soportar la frase “¿y la alfombra hace juego con las cortinas?”.  Esos.

Y claro, la pregunta del millón: ¿con o sin?

Nunca voy a olvidar una conversación de colegas de trabajo hablando justamente de cómo preferían a sus novias y esposas. Cuando la mayoría de ellos habían coincidido en algún tipo de depilación total o parcial, el último soltó la frase: “yo prefiero que se lo deje todo. Me gusta sentir que estoy con una mujer adulta, no con una muñeca inflable”. Madre mía, eso cambió por completo la perspectiva de los demás.

Con tanta influencia de series de TV, películas y todo tipo de revistas (sí, sobre todo las porno), nos fueron vendiendo la idea de que no solo es estética, también es higiene. O al menos hay que darle forma al asunto, surgiendo así diferentes estilos: el bigote de Hitler, la pista de aterrizaje o brasileño, el Triángulo de las Bermudas, el punto y seguido, una flecha hacia abajo,  un corazón, la inicial del nombre, depilado total o cualquier otro estilo para evitar los “bigotes de gato”.

Eso, sumado al contundente y definitivo argumento del sexo oral. En esos momentos, el vello es de las pocas cosas en que ‘menos es mejor’. Ya de por sí a los hombres les cuesta saber acomodar su humanidad en una zona tan reducida para poder hacer su trabajo decentemente, como para tener que pelear con una selva tupida y sin machete.

Sepan, estimados hombres, que no siempre se tiene presupuesto para depilación láser (que es menos dolorosa y más duradera), por lo que se debe recurrir a otros métodos de jardinería: tijerillas, rasuradoras, cremas depilatorias (que no son las mismas de las piernas o el rostro), cera caliente y otro par que son menos dolorosos y por eso inversamente proporcional a su precio.

Así como algunos se quejan de tener que rasurar su barba cada día porque les crece muy rápido, muy espesa, desordenada o todo lo contrario, así las mujeres sufrimos la misma pereza y aprovechamos los momentos de soltería para olvidarnos de ese asunto estético para parecer más un cuadro renacentista. Mientras que otras, reconocemos que es una ventaja, es más práctico hacer algún deporte porque estorba menos con la ropa y en general da una sensación de libertad como cuando se abren las ventanas el domingo en la casa. Y exactamente lo mismo aplica para los hombres. Si van a pedir gustos, sepan dar lo mismo y pongan un poco de su parte; más bien, recorten un poco de su parte.

Por supuesto que –como todo en este tema- siempre depende de gustos y preferencias y eso es lo bonito de sentarse y hablar con tu pareja. ¿Se imaginan dedicar un café a este tema?… Qué belleza.

O bien, como les suele gustar a algunas mujeres:  sin avisar deciden hacer un cambio radical en ‘ese’ sentido y provocarle el mayor infarto posible de puro placer a su hombre. Benditas ellas.

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