Hace un par de semanas hice una entrevista al cardenal Gregorio Rosa Chávez -el padre Goyo Rosa, como le llamaba Monseñor Romero. Él decía que ahora los grandes periódicos no critican a Romero, que no se atreven. Y, según él, no es casual: la canonización es un tsunami y esa cobertura blanda de los medios es una muestra. El ascenso de Monseñor a los altares es, en primer término, una cuestión religiosa, de tradición católica pero con mucha importancia e incidencia. Es, de hecho, para los salvadoreños “un momento providencial”, me decía el cardenal y yo creo hay que vivirlo como tal. Luego, vienen otras connotaciones de este evento.
La canonización también es un reconocimiento a la lucha por los derechos humanos, como sostenía en una entrevista reciente el obispo retirado de la diócesis de Santiago de María, monseñor Orlando Cabrera, entrevista en la que además cuenta cómo muchos obispos y sacerdotes no contribuyeron a que la labor de Monseñor fuera reconocida. Eso no es nuevo: se sabe de la enorme resistencia de una influyente corriente conservadora en el seno de Iglesia católica -en Roma y en El Salvador- a reconocer a Monseñor Romero. El mismo postulador de la causa lo reconoció hace poco también en una entrevista, cosa que no sobra pero tampoco faltaba porque el mismo Papa Francisco ha llegado a decir que “el martirio de monseñor Romero (…) fue también posterior porque una vez muerto -yo era sacerdote joven y fui testigo de eso- fue difamado, calumniado, ensuciado. Su martirio se continuó incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en el episcopado“.
No se trata de hacer, en el marco de la canonización, una especie de reproche a quienes no lo quisieron y ahora parecen, por lo menos, aceptarlo. Eso también es parte del milagro de este proceso. Monseñor Romero -como simplemente lo llama el pueblo- es para todos. Su mensaje de justicia, sus llamados a la paz, a la convivencia entre hermanos, a no utilizar la violencia como forma para exigir derechos o mantener privilegios, no pierden vigencia en un país con tantos niveles intolerancia y de desigualdad a más de 38 años de su asesinato. Pero, así como Monseñor Romero es para todos, parece que, tristemente, también da para todo. La utilización de su nombre para abanderar proyectos políticos particulares ha sido una cosa visible. Pero, peor aún, y como lo advierte el doctor Héctor Dada en el prólogo del libro Monseñor Óscar Romero y los medios de comunicación(del que me regaló un ejemplar el cardenal), hoy día hay un afán por volver a Monseñor Romero un “santo de palo, inocuo” y que esto “parece la norma para los mismos medios de comunicación que en vida llegaron hasta a calumniarlo, en lo que no pocos católicos participan”. Sobre lo que ahora los medios de comunicación hacen también podríamos decir mucho, bastará con advertir que, al parecer, Romero también vende. Es decir, que hablar de Monseñor Romero también atrae lectores, televidentes o radioescuchas y ahí toman fuerza estas palabras del doctor Dada. El mismo cardenal Rosa Chávez, en la entrevista que menciono, recordaba un programa que se transmitía en la Telecorporación Salvadoreña, del Mayor Roberto d’Aubuisson en el que advierte a Monseñor Romero de que tuviera “cuidado con sus sacerdotes, porque son comunistas”. Y, curiosamente, nadie tiene registro ni copia de esos vídeos, “pero yo los vi”, dice el cardenal. Las cadenas de televisión y los periódicos -de marcada línea conservadora- han dedicado horas y páginas a Monseñor en los últimos meses, han realizado entrevistas y enviado corresponsales a Roma, pero habrá que observar con cuidado a cuál Óscar Romero nos quieren mostrar: si al que hoy día seguiría denunciando los altos niveles de desigualdad e injusta distribución de la riqueza o al piadoso santo de palo al que se refiere el doctor Dada Hirezi.
Lo peor que nos puede pasar es que, con la canonización, caigamos en una suerte de veneración hueca a San Óscar Romero. Él no ha llegado a los niveles de reconocimiento a nivel mundial por sus posturas blandas y alejadas de la realidad de su pueblo, él siempre quería “Sentir con la Iglesia”, tal cual fue su lema como arzobispo. ¿Y qué significa que un pastor sienta con su Iglesia? Quizá, para responder a esta pregunta, nos ayude una famosa frase suya, pronunciada entre las palabras de agradecimiento a un teólogo de la Iglesia Presbiteriana que en noviembre de 1979 viajó a El Salvador a agradecer a Monseñor Romero por no haber atendido una invitación de la Comisión Nacional de Iglesias de Estados Unidos, que había organizado una semana entera para recibir “al pastor más querido del pueblo hispano“. Raro es que le agradezcan a alguien a quien admiran tanto por no llegar a un evento organizado en su nombre, pero en el caso de Monseñor su ausencia resultó todavía más impresionante que su propia presencia porque en El Salvador el ambiente político era complicado, sobre todo porque apenas habían pasado unas semanas del Golpe de Estado de octubre de ese año y el pastor de este pueblo no podía dejar a su grey. Esa fue la explicación que le dieron a quienes se reunieron en la Iglesia de San Patricio, Nueva York, quienes se conformaron con escuchar una grabación a larga distancia y aplaudieron la homilía como si Monseñor estuviese frente a ellos. Monseñor Romero en sus palabras de réplica pidió al teólogo presbiteriano que llevara “el testimonio de que con este pueblo no cuesta ser un buen pastor. Es un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz. Por eso, más que un servicio que ha merecido elogios tan generosos, significa para mí un deber que me llena de profunda satisfacción”.
Según el cardenal Rosa Chávez, con la canonización, el Papa Francisco también envía el mensaje de que esta es la Iglesia que él quiere, cercana a los marginados y que sus pastores deben cumplir con ese llamado. Por eso entusiasma la postura de la Iglesia en temas como la lucha contra la explotación minera o la ley de aguas, aunque también podría hacerse más en otros temas. Pero vamos caminando, quizá sea otro de los milagros de Monseñor Romero.
En su libro Una sociedad según el corazón de Dios, el politólogo Álvaro Artiga sugiere que Monseñor Romero tenía una especie de “propuesta de país”, es decir, que en el pensamiento de Monseñor se puede descubrir una serie de principios que pueden guiar la construcción de una sociedad más justa y en paz, algo con lo que coincide el cardenal Rosa Chávez, que sostiene que este país tiene futuro si tomamos en serio a Romero. Tomarlo en serio pasa por comprender que no tenía un mensaje político, sino que ejercía una labor de pastor, fiel al Evangelio y la Iglesia, que fue aprendiendo a hacer sus análisis de la realidad a la luz de la palabra de Dios y el magisterio de la Iglesia y que, como pastor, tenía que iluminar esas realidades.
Este es un momento de profunda alegría para los católicos, pero también puede serlo para todos los salvadoreños en la medida en que entendamos la dimensión del mensaje de Monseñor Romero, que comprendamos su propuesta de construir una sociedad basada en la fraternidad, en el pluralismo, la equidad y otra serie de principios recogidos en el libro del doctor Artiga. También pueden alegrarse los hermanos de otras confesiones “que por designios de Dios no comparten con nosotros la plenitud de nuestra vida cristiana como el catolicismo la concibe”, como el mismo Monseñor llegó a decir.
Se juntan en el ambiente la alegría por la canonización y el sinsabor de otra campaña electoral más, con discursos y canciones pero con pocas propuestas realizables. Ojalá que también el mensaje profético de Monseñor ilumine a los candidatos y que sepan responder a los anhelos del pueblo. Para ellos, y para toda la clase política, también San Óscar Romero tienen un mensaje: “Si Dios les da a ustedes la vocación política y de organizar para bien del pueblo, aprovechen ese don del Señor, también es una vocación. Es una vocación la política, no todos la tienen y por eso no se puede organizar a todos; así como yo no puedo empujar a todos: vénganse por el sacerdocio, o un casado no puede empujar a todos: métanse por el matrimonio, sino que tienen que buscar su propia vocación. Respetemos qué le dice Dios a este hombre, a esta mujer, pero sí, entre todos aportemos a la unidad, bellísima y pluriforme, del reino de Dios de la Iglesia”. Aportemos en la construcción de una sociedad según el corazón de Dios.
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