Laberinto: formado por intrincados caminos de los cuales cuesta encontrar la salida. Que provoca confusión y enredo.
En los últimos meses, América Latina, especialmente el sur, nos ha demostrado nuestro laberinto. Desde Argentina, Bolivia y Chile hasta Colombia y Ecuador, nos muestran diferentes caminos al desarrollo, conduciendo el mismo por senderos algunas veces parecidos, pero que en todos estos casos han producido crisis de las cuales resulta difícil salir.
En todas esas crisis el pueblo ha sido el gran actor; el actor que ha sido la chispa de las crisis, que se ha expuesto y arriesgado, el motor de los estallidos, el que ha rechazado los caminos tradicionales de “cambiar un poco para no cambiar nada” y, ojalá, el motor de cambios más profundos. En todos esos casos han fallado los líderes. Líderes que “no supieron escuchar al pueblo”, líderes que se vieron corrompidos y sacrificaron la democracia por sus ansias de poder, mandatarios que no supieron ser líderes en los momentos difíciles.
Bolivia, con un líder que tuvo logros significativos, que supo integrar y unificar a un país pluricultural y plurinacional, que trajo estabilidad —tanto política como económica— después de años de no tenerla, que logró amplios beneficios sociales, especialmente en la reducción de la pobreza. El líder que hubiera podido retirarse en sus laureles. Pero sale como el líder al cual lo corrompió el poder; poder que no quiso abandonar. Líder que después de que el pueblo le dijera en repetidas ocasiones que no a otra reelección, prefirió sacrificar la democracia. Salva al país un pueblo que se rebeló; un pueblo que se le enfrentó. Ello, ante las ansias del líder de permanecer en el poder, lo llevo a él al fraude, a provocar violencia y a sacrificar sus logros de unificación y estabilidad. La policía se niega a reprimir y el ejército se limita a sus funciones de defensa y apoyo a la policía cuando es necesario.
Argentina, el país culto y rico, pero con un sistema político que penetra su sociedad y que se dedica a cambiar de un partido a otro, polarizando la sociedad. Con líderes corruptos en ambos lados, aunque con diferencias notables en sus intereses. Ambos lados provocando fuertes crisis económicas que tienen gran costo para la sociedad, especialmente para los pobres. Una derecha que sigue los consejos del FMI y logra financiamiento enorme, de miles de millones de dólares, del sistema multilateral financiero para “salir de la crisis por los gastos desmedidos de los otros”, pero que solo consigue incrementar la deuda nacional.
La gran sorpresa la da Chile, el “gran modelo”, que estalla por la inequidad que el mismo conlleva. La economía le falla al modelo, pues el estado no interviene con la fuerza necesaria para corregir sus desbalances, los cuales, como siempre, castigan más a los pobres. Un modelo que el sistema financiero internacional presentaba como ejemplo, señalando el crecimiento y estabilidad financiera que producía, pero fallando en ver la inequidad y la pobreza. También aquí es el pueblo el que sale a las calles, el que cuestiona el sistema, que exige cambios. Un presidente que después de admitir que no supieron escuchar al pueblo, acude a los militares como jueces y “garantes” de la democracia y el orden.
Colombia le da un duro golpe a su presidente y a los partidos tradicionales en las recientes elecciones locales. En rechazo al sistema político tradicional, los colombianos eligen mandatarios de fuera del statu quo, mandando así un mensaje de repudio a las viejas promesas de los políticos que ofrecen el cambio que nunca llegó.
Ecuador, un ejemplo más del fracaso de las recetas del FMI. Recetas que podrían tener validez desde el punto de vista de las finanzas públicas, pero que el fondo olvida que son políticas públicas de alto contenido social y político, y por ello llevaron al régimen de Moreno a una situación muy difícil al quererlas implementar. Desafortunadamente en este caso, como en otros, salen los militares a “garantizar el orden público”, convirtiéndose nuevamente en jueces en momentos críticos.
Le cuesta a Latinoamérica salir de su laberinto. Ello se nos facilitaría si aprendemos de esta historia reciente; sabríamos que no podemos tener como objetivo macroeconómico solo el crecimiento, que ello debe ir mano a mano con la lucha contra la pobreza y la reducción de la inequidad; que la alternancia en el poder es buena y debe ser obligatoria; que el papel de los militares es el de la defensa nacional y no el garantizar la estabilidad política y social; que el sistema político y sus partidos, tal como están ahora, deben cambiar; aprenderíamos a tomar con un grano de sal los consejos del FMI y el sistema financiero internacional; nosotros los ciudadanos valoraríamos —y usaríamos más— el poder de nuestra voz y representación.
Cuánto ganaría nuestra América si tuviéramos más líderes visionarios que sobrepusieran los intereses de sus naciones a los suyos propios y que pudieran resistir la corrupción que tanto les tienta a través del poder. Para mientras estos aparezcan, América Latina está eligiendo en algunos casos, y en rechazo al sistema político tradicional, nuevos líderes más independientes; líderes que asumen una gran responsabilidad, pues son ellos la alternativa que si falla, matará muchas esperanzas y dejará a las mayorías sin rumbo claro.
*Mauricio Silva ha trabajado por más de 40 años en administración pública. Ha sido director y gerente de varias instituciones en El Salvador y experto en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
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1 Responses to “El laberinto de América Latina”
Don Hector Silva, yo no quiero comentar sobre su articulo solamente hacerle una pregunta personal yo vivi en USA en mi juventud tengo 71 anos de edad y usted se parece bastante ficicamente a un gran amigo en California el se llama Carlos Silva y su hermana Rebeka fueron unos de mis mejores amigos, me vine a vivir al Salvador y perdimos contacto si usted es pariente de ellos por favor comuniquese conmigo se lo agradesere mucho, mi correo es fibrascastanedas@yahoo.com o al telefono 22608039