“El Primi”, El Salvador y los ochenta

Armas en el suelo. Esa es la imagen que cita Ramón “el Primitivo” Maradiaga sobre su primera visita al estadio Cuscatlán. Fusiles frente a sus ojos en territorio de guerra. Él y la selección de Honduras salieron del túnel a la cancha, y aparte de contemplar un estadio repleto (y sobrevendido), lo que robó su atención fue un puñado de armas descuidadas por los vigilantes que debían proteger el evento. Era el 23 de noviembre de 1980, y El Salvador, aparte de participar en las eliminatorias mundialistas de la CONCACAF, paría un doloroso conflicto armado. Menos de 50 días después del debut del “Primi” en canchas salvadoreñas iniciaría la ofensiva que paralizó al país en enero de 1981.

Maradiaga era entonces volante y capitán de la selección catracha, y no imaginó que sería apenas la primera de decenas de tardes en el Cuscatlán, donde jugó tres finales de la liga mayor salvadoreña con tres equipos distintos (Independiente, Alianza y Águila) en la década del 80.

Por su carácter sobrio digirió con calma una escena densa aquella tarde de domingo de 1980. Él priorizó la pelota, el equipo de Maradiaga olvidó el miedo y creó enormes problemas a la defensa de El Salvador, que necesitó que su arquero, Guayo Hernández, atajara un penalti, y que “el Mágico” González y “el Lotario” Guerrero tuvieran una tarde celestial en ataque para imponerse 2-1. Pero el resultado fue lo de menos. Aquel había sido el reencuentro de ambas selecciones tras 11 años de separación amarga por la Guerra de las Cien Horas. Maradiaga tenía 14 años en 1969 cuando se enteró de que su país, Honduras, combatía contra El Salvador, país de sus cuatro abuelos, pero ni los ecos de las balas ni la mecha del odio general llegaron a su tierra, la pequeña Amapala en el Golfo de Fonseca. La guerra no fue un tema recurrente con su abuela más cercana, la migueleña Ana Paula Chávez, a quien no le gustaba el fútbol y no dio excesiva importancia cuando su nieto fichó por el equipo de su ciudad natal, el Águila.

“El Primi” fue un exponente exótico del fútbol hondureño en aquella selección mundialista de 1981. En un cuadro de carreras y pelotazos, él bajaba la pelota, buscaba el pase preciso y daba criterio al caos. Fue capitán y pieza indispensable en la hexagonal ’81, ganada por Honduras. Por eso El Salvador lo ablandó como pudo en su duelo en Tegucigalpa, donde incluso “el Mágico” se ganó tarjeta amarilla (y suspensión de un juego) por una patada excesiva contra Maradiaga.

Mas el respeto entre ambos planteles era mutuo. Por eso “el Primi” se quedó en El Salvador el resto de los 80 para vivir algunos de sus mejores años y partidos memorables. En las eliminatorias de 1985 asistió Tony Laing en el gol de la victoria hondureña 1-2 sobre la selecta, el día en que rozamos la tragedia: un Cuscatlán empacado, lleno hasta un punto irresponsable, pudo colapsar al minuto 0, cuando un temblor sacudió San Salvador, pero la multitud no entró en pánico, y el desastre se evitó.

La Nochebuena de ese mismo año, Maradiaga no celebró las fiestas con su familia; estuvo concentrado en Hotel Vista al Lago de Ilopango, junto a sus compañeros del Alianza, quienes al día siguiente cayeron contra el Marte en la ilustre Final de la Navidad.

Maradiaga pasó luego al Águila, donde jugó un fútbol más sabio y cerebral, mientras vivía en carne propia las incontables plagas de El Salvador ochentero: una sequía interminable, un terremoto devastador y un conflicto cada vez más crudo. En 1987, cuando Alux Nahual ilustró la época con la canción “Alto al fuego”, “el Primi” llegó a otra final, donde lo persiguió la mala fortuna: falló un penalti en la tanda decisiva contra el Alianza y sumó su tercer subcampeonato de liga (el primero, con Independiente en 1982). En 1988 alcanzó por fin  su ansiado título con un Águila espectacular, que dominó el circuito sin fisuras, y dejó una anécdota: fue el último campeón que se consagró entre semana, la noche del miércoles 27 de enero. En la vuelta olímpica lo acompañaron dos padrinos de sus hijos, Salvador Coreas y “el Pelé” Zapata. “El Primi” tenía ya pasaporte salvadoreño para que el Águila abriera más cupos de extranjeros y armar aquel equipazo con los sudamericanos Güelmo, Carreño y Ned Barboza.

Maradiaga acabó su carrera como jugador con el fin de los 80, pero volvió a El Salvador como entrenador en el año 2003. No tuvo la misma suerte. Su Águila, que apostaba por un proyecto “a largo plazo”, no ganó partidos al inicio de su proceso y fue despedido de prisa. Sin pena ni gloria.

 

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