La conciencia en gestación

Me tomaré el atrevimiento de ser esperanzada. Me disculpo con los lectores, no tengo otra forma de existir. No es que desprecie el pensamiento pesimista, ni siquiera el cínico, es más, creo que un diálogo entre ambas visiones es importante y necesario para poder dilucidar la realidad y vislumbrar el futuro.

El Salvador, lo más destacado del año… ¿qué decir?  Desde la perspectiva de una nueva ciudadanía en gestación creo que lo más destacado de este año son aquellos hechos que nos han permitido sacar  tres conclusiones:

  1. Los principales problemas que aquejan al país tienen una causa en el sistema político.
  2. La fuerza para empujar los cambios que requiere la  política está fuera de dicho sistema político.
  3. El Salvador no tendrá una “primavera”.

Veamos a qué me refiero.

Respecto del primer punto, aunque en las principales encuestas de opinión pública y medios de comunicación destaquen situaciones como la falta de seguridad (LAPOP, 2014:13), el estancamiento de la economía, la crisis fiscal, entre otros, como problemas apremiantes del país, reiterados análisis de opinólogos, especialistas y organizaciones civiles coinciden en que “la raíz” de todos los problemas es de naturaleza política y nombran ya a la corrupción, a la polarización o al autoritarismo impregnados en las élites gobernantes como las causas de nuestra doliente realidad. Un poco de razón hay en este análisis  –aunque al final haré una salvedad– en tanto que dichas actitudes y prácticas no permiten acuerdos de país sostenibles, inclusivos y legitimados en esos otros temas que inundan la prensa todos los días. Aún en 2015 seguimos buscando el norte al cual apostarle.

Como segunda gran conclusión se delinea que ni la corrupción, ni la polarización, ni el autoritarismo cambiarán por iniciativa de quienes se encuentran “dentro” del sistema político. Perder las ganancias de la polarización y los espacios de discrecionalidad en el uso de lo público no está –como es lógico– dentro de la agenda de los partidos. No obstante, flota en el ambiente (y cada vez con más claridad) la necesidad de hacer cambios estructurales que inviertan la ecuación de poder entre gobernantes y gobernados (mayor rendición de cuentas, mayor apertura a la participación real, mayor escucha y tolerancia a la crítica e ideas disidentes).

En los últimos años hemos visto algunas muestras de reformas a dicho sistema: la ley de partidos políticos, ley de acceso a información pública, reformas al código electoral, entre otros, las cuales claramente fueron impulsados desde grupos organizados de sociedad civil. En ese orden de ideas, una reforma política más completa que lleve nuestra democracia a otro nivel debe provenir sectores de la sociedad que conformen un movimiento ciudadano independiente, amplio y plural. Estoy segura de que la ciudadanía tiene más incentivos para superar la polarización que los partidos, y que es posible aglutinar a todos los liderazgos que dicho movimiento requiere. Me esperanzan espacios de protagonismo juvenil como la iniciativa “Diálogo Debate y Democracia” o el cúmulo de ideas plasmadas por los autores de “El país que viene”, que buscan, superando las fracturas de nuestra sociedad, construir en un intercambio respetuoso y tolerante una visión de país desde las nuevas generaciones.

En tercer lugar, me parece que las organizaciones ciudadanas hemos descartado la idea romántica de tener nuestra propia “primavera árabe”,  “revolución de Facebook” o al menos una manifestación multitudinaria en contra del sistema político (en resumen un momento ultra mediático para contarle con orgullo a nuestros nietos). ¡Qué bien por nosotros! El 2015 dejó a la ciudadanía varias protestas fallidas. Quedó claro que aunque protestar es una legítima forma de participación, no es el camino por el que se configurarán cambios duraderos en la política, especialmente si no existen propuestas concretas. Creo que El Salvador no merece una primavera, sino cuatro estaciones completas (y más) de transformaciones profundas.

Aunque hechos como derrocar a regímenes dictatoriales (en el caso árabe) o de procesar a los más altos funcionarios por graves actos de corrupción (caso chapín) son precedentes importantes, dichas coyunturas corren el riesgo de caer en el juego del gatopardismo, de modo que “todo cambie para que nada cambie” (G. Tomasi, 1958). Creo que no podemos darnos ese lujo. Más nos valdría como ciudadanía seguir profundizando los esfuerzos de diálogo, organización, construcción de confianza y articulación de alianzas para generar propuestas  con el potencial de debilitar la polarización (la paralizante), la corrupción y el autoritarismo y producir una democracia con más espacios de decisión para la población.

Para finalizar, vuelvo ahora al primer punto que toqué al inicio. ¿Cuál es el principal problema del país, el verdadero origen de todos los síntomas de los que nos quejamos a diario? La estructura política es importante, ciertamente, pero no parece explicar el panorama integralmente. Los vicios del sistema político son quizás una causa intermedia, que debe abordarse, pero ¿luego qué? Una nueva fuerza ciudadana debe también entrar con valentía a debatir  y hacer propuestas sobre el tema de la distribución de la riqueza. Si revisitamos la historia con atención, la distribución del poder político ha cambiado en los últimos veintitrés años, pero no la distribución del poder económico.

Conversando con mi maestro, Álvaro Artiga, discutíamos que el gran tema político de El Salvador resulta ser económico. La definición del rumbo del país y la decisión de si seguimos caminando hacia el despeñadero o damos un vuelco de timón pasa por tocar algunas incómodas preguntas: ¿Cómo debe abordarse la desigualdad? ¿Qué nivel de desigualdad nos podemos permitir? ¿Cómo reducir la desigualdad existente? Encontrar respuestas requiere  poner al descubierto intereses, asumir costos, priorizar agendas, administrar disensos. La política actual no presenta las condiciones para hacer esto de forma constructiva, por eso hay que cambiarla. Sigamos trabajando en ello desde donde estemos y si nos atrevemos unámonos para hacerlo. Pero la gestación de esta nueva conciencia ciudadana no debe perder de vista esta causa más profunda. Ello es reto pendiente para 2016 y lo que viene.


[Claudia Ortiz es licenciada en Ciencias Jurídicas y en estos momentos cursa su maestría en Ciencia Política. Actualmente se desempeña como investigadora del área macroeconómica de la Fundación Nacional para el Desarrollo, FUNDE y forma parte de la organización ciudadana Proyecto Cero. Puede seguirla en Twitter como @ClauMechita]

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