Crear es trascender

“525,600 minutos, 525,600 momentos tan queridos. 525,600 minutos, ¿cómo se mide un año? En luz del día, en puestas de sol, en medias noches, en tazas de café. En pulgadas, en millas, en risas, en penas.”

Así reza la primera estrofa de la pegajosísima obra insignia del musical “Rent” que Jonathan Larson puso de moda en Broadway en la década de los noventa. No solo tiene una melodía adictiva – óiganla una vez y la van a tararear todo el día– su relativización de cómo medimos el tiempo es también un signo de interrogación.

En el caso de Factum, un año bien podría medirse en columnas, reportajes y ensayos. En pláticas de dormitorio de la Ivonne, en piezas de análisis del cáncer de la corrupción por parte de Héctor. Sin embargo, es imposible medir un año de Factum —una revista que aspira a descifrar los efectos del contexto histórico de El Salvador y la región,  describir la coyuntura e idealísticamente escribir su futuro— sin tomar en cuenta lo que es un año en El Salvador y los números que pueden usarse para medirlo.

Tristemente, los titulares y portadas a nivel internacional, indican que en El Salvador un año se mide en muertos. En presos que no caben en las prisiones. En familias divididas por la guerra a la que nadie le dice así pero que deja similares efectos sangrientos. En migrantes que en otras partes del mundo serían llamados refugiados porque más que emprender la ruta atraídos por lo que tienen de frente, huyen empujados por lo que dejan atrás.

Factum, desde su inicio, se creó con la idea de ofrecer (en formato online) discusiones que a veces solo se tienen en tertulias en las que, con amigos y con tragos, se intenta arreglar el mundo. De agregarle “carnita” periodística a la respuesta de tantos ‘porqués’ en el país y la región. De ser un puyón en las costillas al conformismo y un anzuelo cultural que intelectos interesados pudieran picar. De su propia página:

“Hacer de lo que no funciona un permanente tema de conversación”.

No para estancarnos, sino, idealmente, para ser la piedra en el zapato de los responsables de buscar, oír e implementar soluciones.

La meta es ambiciosísima. Y más cuando se consideran los actuales problemas en el país, treinta y ficha de muertos diarios, producto de una situación de violencia estructural. Cuando al sentarse frente a la página en blanco, para celebrar un año de Factum, se ponen en perspectiva los números con los que medimos un año en el país y la región… bueno, la pluma se congela y tiembla de puritita impotencia. La pluma periodística, la que tiene filo y que corta a través de corrupciones, desenmascarando verdades, se tuerce impotente ante la violencia. No resucita muertos repetir que estamos mal y que urge cambiar algo… ¡Cualquier cosa! Cabe preguntarse, ¿para qué escribir, en estas circunstancias atroces que dejan impotente a la pluma?

Factum, en su ideario, menciona la aspiración de trascender a la aldea. Lo hacen en el contexto de reconocer que la identidad salvadoreña es más que las fronteras y se encuentra a lo largo del mundo.  Pero es ese concepto, el de la trascendencia, el que invita a retomar la impotente pluma y usarla en los espacios disponibles, mientras quede aliento, mientras haya quien lea.

Porque si bien la opinión, el periodismo investigativo o el “poner conversaciones sobre la mesa” no resucita muertos ni interrumpe la violencia, no pierde la capacidad de crear, incluso cuando todo alrededor es destrucción. De crear esperanza: de que hay mentes pensando soluciones. De crear estímulos intelectuales: para que la violencia e inseguridad no maten también la creatividad, el arte y las ideas (que bien podrían convertirse en soluciones).

Y crear, es trascender. Gracias Factum, por crear.

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