La batalla del volcán: incurables cicatrices del sujeto cultural salvadoreño de posguerra

La metáfora de la revolución convertida en paz no convence sin antes explicar cómo el vigoroso impulso revolucionario que tensionó la vida de la sociedad centroamericana desde la década de los setenta y explosionó en los ochenta se agotó tan rápidamente.

Edelberto Torres-Rivas

El relato audiovisual “La batalla del volcán” (2019), del documentalista Julio López Fernández, representa una actualización del recuerdo frente al olvido en el imaginario colectivo salvadoreño, mientras la coyuntura actual devela que gran parte de la población ha optado por darle vuelta a la página del episodio de la guerra civil.

Por su parte, la realidad nos golpea todos los días desde la necia memoria, pues las formas de violencia y los negocios de los juegos del poder político se encargan de actualizar a cada instante las cicatrices del drama de la historia reciente, las cuales se enfrentan con los militantes del prepotente hedonismo que la niega.

Las historias que reconstruye el autor inician con un procedimiento arqueológico de archivos del corresponsal de guerra de origen mexicano Epigmenio Ibarra. Además, utiliza otros fragmentos periodísticos de los noticiarios televisivos salvadoreños de la época que le permiten construir el texto audiovisual. Este punto de partida posibilita hacer de los hechos de la guerra una propuesta ficcional mediada por la focalización del director, quien entiende que la frontera entre el pasado y el presente es frágil, dolorosa e inconclusa.

En este documental es clave la estrategia discursiva propuesta por López Fernández, que en un primer momento establece un diálogo entre los hombres y mujeres guerrilleros del periodo de guerra civil, elaborados desde el periodo de posguerra; procedimiento que también realiza con soldados y mandos medios del ejército gubernamental. Desde esta perspectiva, lo más importante no es conocer la versión de los altos mandos de ambos ejércitos, ni de las voces institucionales de los grupos políticos enfrentados; sino, más bien, visibilizar desde el punto de vista de los salvadoreños combatientes el microespacio de los últimos combates de la ofensiva “Hasta el tope”.

Según la convención teórica, la guerra es un conflicto en el que dos ejércitos se enfrentan de manera violenta, mediante el uso de las armas, con el propósito de someter por la fuerza al contrario. Por su parte, la posguerra es el momento subsiguiente a la finalización del conflicto armado, en el cual se termina la disputa por la vía armada; pero continúan la tensión y el conflicto por el poder, sobre todo si la confrontación no terminó con un vencedor.

Estas ideas son claves para comprender que el desconocimiento de los hechos desde una perspectiva histórica, cultural e ideológica no permiten resolver estas formas de conflicto social, que, según consta en la realidad del presente, esa violencia político-militar ha mutado hacia patologías psicosociales incontrolables, que por ahora solo se vuelven tangibles en las estadísticas de asesinatos, desapariciones y desplazamientos forzados; así como en la  violencia intrafamiliar, femicidios y todas las formas de irrespeto a las leyes que, en pocas palabras, son consecuencias fundamentales de la cultura de guerra.

En “La batalla del volcán” se utiliza una técnica cinematográfica clásica, que nos permite desde el tiempo de la ficción juntar el pasado con el presente, pues la disposición de las historias construidas por López Fernández se articula desde un contrapunto polifónico; ya que volver productivo el encuentro de los tiempos, a partir de las subjetividades de los salvadoreños, requiere del dominio del arte audiovisual y de la comprensión del tratamiento del problema desde múltiples voces.

En cada protagonista provoca un monólogo, que momentos después se convierte en diálogo entre compañeros de bando; pero lo más importante en el uso de este recurso técnico es el instante en el que posibilita el encuentro entre salvadoreños de bandos diferentes; es decir, que expone magistralmente las voces de exguerrilleros y exmilitares marcados por ideas contrarias del pasado y hermanados por la realidad de los despojos de la guerra civil en pleno siglo XXI.

La dimensión temporal que produce el texto audiovisual se carga tanto de contenido semiótico cuando actualiza el recuerdo y reconstruye el olvido en la memoria del presente, especialmente el proceso de relectura de sentidos que valoran los hechos y revisan las ideas con criterios de otra generación, lo que contrasta las realidades de los dos momentos. En ese sentido, es clave la reconstrucción que hacen los protagonistas el día que visitaron el lugar de los hechos con el documentalista, desde la perspectiva de un pasado irremediablemente ido.

Por ahora falta establecer un segundo momento de búsqueda en las subjetividades de la sociedad salvadoreña actual, que permita reconocer desde un enfoque interdisciplinario qué ocurre en la vida de los salvadoreños de nuestros días, pues el conflicto que se establece entre recuerdo y olvido produce expresiones de violencia en el inconsciente colectivo, las cuales se identifican tanto en la necrofilia cultural, como en la violencia simbólica y hasta en la agresividad discursiva que desborda en las redes sociales.

Por ahora, las masas que interactúan por estos medios no han dimensionado que la frontera que se establece entre “lo simbólico”, “lo discursivo” y “el experimento social twitteril” es frágil, a tal grado que utilizando un lenguaje figurado podemos advertir que “cuando el palo de un Twitter le pegue a un panal equivocado y las avispas tengan en su código genético esencias de la guerra, no sabemos dónde podremos ir a parar como país”, pues los aguijones venenoso del militarismo contienen toxinas imborrables.

“La batalla del volcán” es una metonimia de la guerra civil salvadoreña y se vuelve trascendente en la historia de la producción audiovisual en tres sentidos; primero, porque pondera la voz de los combatientes, sobre la de los mandos edificados como héroes en la historia oficial de la narrativa testimonial guerrillerista y de la gloriosa Fuerza Armada; segundo, no relata las versiones grandilocuentes de los triunfadores, que, dicho sea de paso, no hubo, sino la humanización que producen los dramas reales en los combates; y tercero, porque transita de la interpelación de los protagonistas del relato filmográfico hacia la atmósfera de los espectadores en las butacas del cine, que lloran y ríen treinta años después de los hechos.

“La batalla del volcán” rompe las fronteras entre ficción y realidad cuando en la diégesis los protagonistas desde la cotidianidad actual restauran su presente propio de la posguerra. Esta doble dimensión ocurre porque los personajes que relatan su versión de los hechos son sujetos que tienen la particularidad de estar atravesados ideológicamente por las proezas que rememoran. De ahí que tratar este tema desde la ligereza política es peligroso, porque puede activar espacios de memoria de incalculable dimensión.

La construcción de la cuarta dimensión que produce el filme es paradójica, porque, en lugar de producir espacios maravillosos, activa un horizonte de expectativas hiperrealista; pues el lugar en el que ocurrieron los hechos de guerra, como las populosas colonias Zacamil y Metrópolis al norte de San Salvador, la exclusiva colonia Escalón al norponiente y la colonia Santa Marta ubicada al sur, así como los municipios de Ciudad Delgado, Cuscatancingo y Mejicanos existieron y existen; es decir, los espacios geográficos que se referencian se pueden constatar en el presente.

Esta característica propia del pacto narrativo de este documental permite salir de la pantalla y recorrer los escenarios de guerra. Esta ruptura con el cine convencional vuelve productiva la participación del espectador, lo cual puede ser utilizado como recurso cultural para rememorar; sin embargo, también nos interpela como sociedad “si estamos dispuestos a evitar estas formas de confrontación social”, de las que muchas veces sabemos explicar el comienzo, pero casi nunca sabemos cómo terminan.

En otro ámbito, Julio López Fernández, desde “lo no dicho” en su narrativa, nos condiciona a que comprendamos que los personajes de la ficción documental de guerra son seres humanos de la realidad de posguerra que viven en el presente, que sufren sus cicatrices de memoria, que padecen de sobresaltos nocturnos en el insondable silencio de la oscuridad; que las lágrimas no son el resultado de una actuación, porque quieren convertirse en personajes de cine, sino que las produce el llanto y su condición de salvadoreño que protagonizó una guerra en la que se jugó la vida.

El drama real que vivieron las mujeres y los hombres que libraron esta batalla de pronto también dejan ver entre el sollozo una serie de reflexiones; por ejemplo, unos se preguntan si sirvió de algo esta forma temeraria de querer cambiar la realidad desde la lucha revolucionaria; mientras los otros, si valió la pena luchar desde el ejército para defender los intereses del Estado salvadoreño y el estadounidense, así como el de los poderes económico y oligárquico. Este recuento es, en síntesis, uno de los productores de sentido más reveladores de este trabajo audiovisual.

Debe quedar claro que las condiciones de producción cultural específicas de una sociedad que ha protagonizado una guerra civil originan expresiones socioculturales de tal complejidad que las subjetividades de los seres humanos que la protagonizaron no terminan con un decreto legislativo; ni mucho menos con un edicto presidencial. En pocas palabras, el simple hecho de nombrar la posguerra significa que existe, a tal grado que un conglomerado significativo de la población lo reproduce de forma inconsciente o, en el otro extremo, de manera voluntaria pretenden olvidar. En ese sentido, debemos asumir que este no es un tema a tratar, sino más bien un problema a resolver.

Para finalizar, es claro que la posguerra civil salvadoreña como dispositivo ideológico no termina cuando finaliza la alternancia política partidaria en el juego electoral; sino, más bien, comienza la parte más complicada del periodo, porque los poderes de los proyectos políticos de la modernidad del siglo XX se agotan y simultáneamente producen formas extrañas de organización política, como resultado de la fragmentación ideológica e identitaria; así como por el desencanto con la retórica de los políticos que se contradicen entre “lo que dicen” y “lo que hacen”. Por ahora, “La batalla del volcán” es un documento audiovisual que debe ayudar a mirarnos.

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