Amaños, enfermedad incurable

El perdón y el olvido no son de fácil digestión. Ni uno ni otro se han procesado en las tripas de los seguidores de la selección salvadoreña de fútbol, luego de meses de desintoxicación, una larga cuarentena sin amistosos internacionales como local, tras el caso de partidos amañados que engangrenaron la pasión por el equipo nacional.

Hace apenas semanas, el amistoso entre El Salvador y Panamá lucía como posible plebiscito para afrontar el tema de nuevo. Rodolfo Zelaya, el mejor delantero del país, esquivó el castigo de por vida a pesar de embarrarse del escándalo. Ya cumplió su exilio temporal, volvió a la liga mayor, a ser elegible para la selección.

¿Convocar o no convocar a Zelaya? Al técnico de selección, Albert Roca, le tocaba de Salomón. Para su suerte, el mismo Fito dio el veredicto. En la cancha no muestra más su nivel óptimo, no decide partidos, no golea seguido, y una reciente suspensión disciplinaria por agredir a un árbitro enterró el caso. El debate por Zelaya se suspende hasta nuevo aviso.

Pero el amaño de partidos de fútbol es, con o sin plebiscito, una enfermedad incurable. Cuando el cuerpo aprende a convivir con el virus, baja la fiebre, mas nunca desaparece. Al menos no en este tiempo. Si el negocio es lucrativo, legal o no, siempre habrá alguien dispuesto al riesgo.

Y si no se habla del tema en casa, se grita donde el vecino. La selección Nicaragua, que enfrentamos en el segundo amistoso de la Fecha FIFA novembrina, vive su propio Armagedón de amaños. Algunas de sus estrellas no fueron convocadas al fogueo contra El Salvador por sospechosos de arreglar resultados, y su ex seleccionador Enrique Llana ha dado detalles públicos de cómo se vendieron encuentros en el pasado reciente. Llana menciona como protagonista de intoxicar el plantel a Armando Collado, el salvadoreño-nicaragüense ex Once Municipal, ex Alianza y ex padrino de las apuestas ilegales en nuestras canchas.

Queda en la mente del futbolero de tribuna el debate interno. ¿Confiar o no confiar? ¿Creer que la nueva generación de seleccionados se nieguen a vender partidos por ofertas de miles de dólares que quizá vean sobre la mesa? ¿Superarían la atracción a la codicia?

Para asumir la dimensión del conflicto hay que sumergirse en el caso salvadoreño. El amor por la selección no parte de un logro, sino de la pertenencia. La selecta no es ganadora. El seguidor no compra la camiseta para celebrar campeonatos; su amor no nace en la atracción. La pasión se contagia por entorno: familia, amigos, el himno en el estadio, y esa fuerza tribal que no se halla en ninguna otra plataforma popular del país. En ningún sitio fuera de un partido de fútbol de la selecta calza mejor la palabra “nosotros” entre los salvadoreños.

En tal escena, nuestra visión de competencia y resultados debería ser menos trágica, quizá como el Cádiz del “Magico” González, donde la grada era feliz con una gambeta florida aunque se perdiera 1-4. El Cádiz donde se cantaba en las gradas: “¡Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual!”.

Mas el resto de nuestro ambiente es demasiado espinoso para adoptar excesos de  romanticismo. En el fondo, todavía esperamos que un día ganemos (quizá por arte de magia, porque mientras nuestros equipos no tengan divisiones juveniles será imposible), y esa fantasía lejana nos enfurece aunque las derrotas sean anunciadas.

Por eso entre el coctel de nuestra visión retorcida entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, y el callejón estrecho de tener al fútbol como casi única plataforma de sentimiento colectivo unánime, la venta de partidos nos marchitó el alma. Un país que se traiciona sin remordimientos, y no le queda limpio ni el fútbol, es un bloque depresivo.

La respuesta en el Cuscatlán frente a Panamá fue nuestro reconocido optimismo amargo. La gente pobló las gradas, y mutó su expectativa sana en insulto cuando perdimos jugando mal. Se culpó al proceso, al técnico. El desahogo saló la noche.

Por eso el debate no acaba. Por ahora nuestro fútbol no tiene remedio, y sin revoluciones ni mesías a la vista. Con la basura de los amaños escondida bajo la alfombra, un bulto que no nos deja ver un partido tranquilos.


  • Rodrigo Arias es un periodista salvadoreño. Columnista ocasional de Revista Factum. Entre los trabajos en los que ha participado en el pasado, destaca su trayectoria como periodista en el periódico deportivo El Gráfico.  Fue productor de deportes de Telemundo; colaborador del programa radial Güiri Güiri al Aire, del programa televisivo Fanáticos+ y del diario deportivo alemán Kicker. Fue también parte del comité de elección del Salón de laFama del Fútbol en Pachuca. Es actual miembro de la RSSSF.

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