Top 7: las mejores películas sobre periodismo

Los Oscares de este año me dan una buena excusa para escribir sobre dos de mis pasiones, el periodismo y el cine. El primero es mi oficio, lo que hago -excepción de un malogrado paréntesis de dos años y medio- desde 1993. Y el cine es la expresión artística, cultural, intelectual de la que me enamoré acaso en 1978, cuando en el San Salvador de pre-guerra fui a un cine del Paseo General Escalón a ver Star Wars. Sucede, a veces, que estos dos amores se juntan en forma de películas bien hechas que hablan sobre periodismo. He querido, aquí, mencionar las que, en mi opinión, son las 7 mejores películas -o series de TV- que sobre periodismo se han hecho desde que tengo uso de memoria.


Todos los hombres del presidente. De Alan J. Pakula. Protagonizada por Robert Redford y Dustin Hofman. Cuenta la historia de Bob Woodward y Karl Bernstein, los dos reporteros de la sección Metro del Washington Post que siguieron la pista de un hurto en el Watergate, un edificio de apartamentos de la capital estadounidense, hasta descubrir una trama de engaños, abusos de poder y corrupción que implicaba, sobre todo, al presidente Richard Nixon y a su Casa Blanca. La película, portento de corrección cinematográfica en el apartado técnico, acude a los tonos del cine negro de los 40 y 50 para contarnos ese Washington oscuro, de negros y grises, plagado de podredumbre política. Me encanta, en especial, una escena que habla, con dos retazos, de lo compendioso que es hacer periodismo del bueno: Woodward y Bernstein buscan un dato entre decenas de cajas llenas de papeles en la biblioteca del Congreso; la cámara, en tiro completamente vertical, se aleja de los dos reporteros, un plano tras otro, cada vez más lejos, hasta dejarlos empequeñecidos en medio de un mar de papeles que esconden un dato que no aparece y que se supone esencial para su historia. En estos tiempos de troles que se dicen periodistas, y de periodistas que cobran por trolear, la lección sigue teniendo una actualidad pasmosa: el buen periodismo cuesta horas, desvelos, y más horas. También hay, en la película, una frase ya clásica para cualquier reportero investigador que se precie: “Sigue el rastro del dinero”. Adelantemos a El Salvador de 2016, salvando todas las distancias: Francisco Flores, Mauricio Funes, Antonio Saca… “Sigue el rastro del dinero”.

Ciudadano Kane. Orson Welles es el padre de muchos hijos en el cine. De muchos detalles técnicos que se convirtieron en lenguaje cinematográfico que aún no ha sido superado: el montaje trepidante que asfixia el género de acción desde hace 20 años, los planos secuencias que hoy redescubre González Iñárritu, el uso dramático de la luz que tanto ha servido al mejor Spielberg (la fotografía de La lista de Schindler puede entenderse como un larguísimo homenaje). De muchos hijos. Y también es hijo primogénito del gran Orson, su debut de hecho, Citizen Kane, una película a la que tantos críticos consideran una de las mejores en la historia del cine. El filme no es, en esencia, sobre periodismo, sino más bien sobre el poder que la tinta -hoy el online– tiene sobre destinos individuales y colectivos. Citizen Kane es más bien un tratado sobre cómo las historias personales y las pasiones que existen en las esquinas más recónditas del alma suelen mover al poder, del que la prensa ha sido, se entiende, una parte indispensable en el mundo moderno.

 The Killing Fields. The Roland Joffeé. Es la historia de Sydney Schanberg, un periodista al que el New York Times mandó a cubrir los efectos que la guerra de Vietnam tuvo en la vecina Camboya. La película estuvo nominada a 7 Oscares en 1984; ganó 3, pero perdió la estatuilla a la mejor película, que ese año se llevó “Amadeus”. El centro dramático de la historia es la relación entre el reportero y su intérprete, un doctor camboyano que termina pudriéndose en los campos de concentración del Khmer rojo cuando Schanberg se ha ido a buscar historias a otro lado. Las actuaciones, soberbias, dotan de una pasmosa credibilidad a dilemas no resueltos del periodismo: ¿hasta dónde debe sacrificar un reportero su ética, su dignidad, su humanidad por conseguir una buena historia? Cada vez que el  oficio me puso frente a reporteros veteranos que cubrieron la guerra civil salvadoreña, como los estadounidenses Douglas Farah y Craig Pyes, el mexicano Epigmenio Ibarra, el maestro Francisco Campos, salvadoreño, o los hermanos Pineda, camarógrafos, entendí que eso que había visto de adolescente en esta película es un monstruo que vivió muy cerca de casa.

 

Spotlight.  De Tom McCarthy. Nominada a 6 Oscares este año. Como escribí en la crítica que acompaña este especial, el principal mérito de esta película es que, a diferencia de otras de la lista, dota a los periodistas que la protagonizan de un aire terrenal inusual en el cine. Aquí, los reporteros son hijos comunes y corrientes de una ciudad victimizada por curas católicos pederastas; son ciudadanos vulnerables al poder fáctico, de la iglesia en este caso, que deben sobreponerse a toda su educación, a su herencia cultural, para intentar llegar al fondo de la cloaca. “Todos dejamos que pasara”, dice uno de los periodistas al hablar de los años en que el abuso infantil pasó de largo por los pasillos de la ciudad, incluso por los del Boston Globe. ¿Cuántas cosas no hemos dejado que pasen frente a nuestras narices?

 

Good Nite and Good luck. The George Clooney. Cuenta la historia de Edward Murrow, el reportero estadounidense que cubrió la segunda guerra mundial y llegó a la CBS en los 50, donde se hizo famoso entre otras cosas por provocar la caída política del senador Joseph McCarthy, autor de la cacería de brujas contra artistas e intelectuales a los que acusó de comunistas. En la película, producida en blanco y negro y dotada también de ese tono sombrío del cine negro de mediados del siglo pasado, la fotografía sirve de marco a diálogos que hablan sobre el desgaste personal que para un periodista puede implicar enfrentar al poder político. McCarthys sigue habiendo muchos -Donald Trump es la imagen más obvia-, Murrows hay cada vez menos.

 

Territorio Comanche. Basada en la novela homónima del escritor español Arturo Pérez-Reverte. Cuenta la historia de dos periodistas, un reportero de televisión y su camarógrafo, que deben cubrir la guerra de los 90 en Los Balcanes. Filme y libro están basados en las experiencias de Pérez-Reverte, quien cubrió para la televisión española buena parte de aquel conflicto. La riqueza de esta película no está tanto en su factura técnica -aunque la actuaciones de Imanol Arias y Carmelo Gómez son por demás creíbles- como en el texto subyacente, que habla del asco infinito que puede llegar a provocar la estupidez humana, pero también en la impotencia que causa saberse un simple espectador de los horrores provocados por esa estupidez o por las danzas naturales de la muerte. “Territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos”, explica Pérez-Reverte la esencia de su obra. Vuelvo a esas palabras, y al bulto que aún me provoca su lectura cuando pienso en los horrores que vi durante mi carrera: decenas de cadáveres apuñados en una morgue que la Fiscalía improvisó en Santa Tecla el 13 de enero de 2001, después del terremoto de aquel año; el primer muerto que vi, en 1996, un niño atropellado por un borracho en un callejón de Ciudad Delgado; la mirada perdida de Yolanis, una niña a la que aún pude ver con vida en la segunda planta de un caserón de madera y concreto al que el huracán Mitch había dejado apenas de pie en la costa atlántica hondureña.

The Wire. Lo que más me sorprendió la primera vez que vi esta serie de televisión fue su capacidad de abordar, desde el muy específico tejido de Baltimore, una de las ciudades más violentas de Estados Unidos, del lenguaje universal que hablan el poder, los poderes, y sus miserias. En cada una de sus cinco temporadas, “The Wire” se enfrasca en alguno de ellos: el dinero, el crimen, la política, la prensa. En la quinta temporada la serie habla de la decadencia del periodismo estadounidense, agobiado por recortes, bajas ganancias y un concepto de la ética cada vez más difuso. En el quinto capítulo de esa última temporada, los guionistas elaboran, a través del personaje de un reportero tramposo, sobre las nefastas consecuncias que para este oficio suele tener la mediocridad.

 

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