El Nobel de Bob Dylan separa a apocalípticos de integrados

“Por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, la Real Academia de las Ciencias de Suecia le otorgó ayer el Premio Nobel de Literatura 2016 al célebre cantautor —y poeta— Bob Dylan. El galardón es uno de los más prestigiosos en materia de arte a nivel mundial. La decisión de entregárselo a Robert Allen Zimmerman gestó una pregunta que fue ampliamente discutida, por levantar cierta polémica: ¿es una decisión justa? El siguiente artículo plantea, más bien, que hay otra pregunta igual o más apremiante y cuya respuesta podría abrazar a un paradigma menos ortodoxo: ¿qué es literatura en el 2016?


La virtud de haber nacido hispano-parlante me llevó a reconocer, entre muchas cosas, a la curiosidad musical de ponerle empeño al hábito de traducir las letras de canciones compuestas en inglés y que no entendía. Chocar de frente con el tren de artistas que, a través de canciones enredadas, imponían versos y prosa como si jugaran ‘tripa chuca’ en mi cabeza, era un gozo poderoso. El anhelo de canjear traducción por erudición.

El talante de Bob Dylan fue entonces el más determinante y llegó cuando cierta madurez aprendió a domesticar mi impaciencia. Él era, a través de sus mensajes contradictorios, una invitación a una orgía de sabiduría vivencial. Pudo amanecer ayer sin Premio Nobel de Literatura y el oriundo de Minnesota seguiría siendo el mismo vampiro que por tres cuartos de siglo le ha succionado versos a la yugular de algo muy parecido al cuello vetusto de un dios inquieto.

Lo mejor de la noticia de ayer es que presenta una invitación a superar los formatos.

Dice la primera acepción de la RAE, acerca de la definición de ‘literatura’:
 
  1. f. Arte de la expresión verbal.
Entonces, ¿por qué debemos condenar a la ‘literatura’ como eterna prisionera de Gutenberg?
 

La expresión verbal de Bob Dylan ha sido, por múltiples generaciones, dueña de un talento extraordinario. Que el formato para compartir ese talento nos haya llegado a través de surcos de vinilo, tecnología láser o compresión de kilobites, no debería interferir en nuestra apreciación. Al contrario, si este artesano de la palabra ha tenido el detalle de revestirlo con música, pues entonces contamos con más insumos para apreciarlo. No debería ser tan complicado y, sin embargo, lo es. La magnificencia de elevar al cubo cierto tipo de expresión verbal choca con los muros de la conceptualización y la pureza de los géneros.

Lo que plantea el premio a Dylan es si, con esta decisión, la Real Academia de las Ciencias de Suecia busca —de manera velada— enviar un mensaje tanto para los apocalípticos como para los integrados de la literatura acerca de la irrupción de los tiempos mutantes. Y el mensaje es el siguiente:

Les guste o no: The Times… They are a-changin’.

O podría ser simplemente la complacencia a un grupo numeroso de personas en el mundo, un batallón de esclavos del fraseo hipnótico de Dylan, los mismos que experimentan el despertar de las luciérnagas de la cabeza cuando se intenta descifrar la expresión verbal de un hombre para todas las estaciones. Son ellos los mismos que desde 1996 han venido postulando el disparate de premiar con un Nobel la sección que más devoción les genera en Zimmerman: la del uso de las palabras. Pues no en vano la sexta acepción de “literatura”, para la RAE, es el nombre coloquial “palabrería”.

Apocalípticos e integrados

En nuestros pastos he leído las expresiones de dos tipos de bandos que han lanzado su crítica al Nobel de Dylan: están los moderados, que destacan y reconocen su talento como bardo, trovador, juglar o hasta poeta, pero que asimilan como una exageración que esas credenciales sean suficientes pata encajar la obra de Dylan dentro de su concepto de literatura. En la visión de muchos de los integrados moderados, Dylan bien podría entrar en una categoría menor de “literatura”, pero incluso así, su poesía (que es realmente lo que ha premiado la Academia) no supera a la de otros candidatos que merecerían más el premio.

Y están los apocalípticos más ortodoxos que ven en el cambio el fin de su gesta; los que limitan a Dylan como un simple cantante; los que ven su obra como una sola masa que no admite bisturí para ser diseccionada en partes y entender la majestuosidad de la sonoridad de las palabras y de la esquiva rima. En estos últimos no indagaré demasiado, pues me parece que su aproximación al tema es bastante precario. Si alguien es incapaz de admitir que uno de los elementos de la canción bien podría ser la poesía, es porque quizás nunca ha analizado a conciencia la obra de Dylan, ni la de otros cantautores más, cuya fama radica también en la sonoridad y el alcance de los textos musicalizados. Gente como Townes Van Zand, Leonard Cohen, Hank Williams o Sixto Rodríguez. O para tropicalizar con nuestro idioma: Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Joaquín Sabina y Silvio Rodríguez. Todos ellos poseen una virtud en sus canciones. Podés tomarlas, traducirlas al idioma que querrás, transcribir los versos, despojarlos de notas musicales y de rima… y la esencia de una poesía superlativa pasará la prueba.

Me interesa más la postura de los primeros, por ser más compleja. Y debido a ello, me tomo el atrevimiento de reproducir unos párrafos de un buen amigo (David Juárez) —quien de poesía sabe mucho más de lo que yo sabré en el resto de mi vida—, y que ayer hacía pública su opinión sobre el Premio Nobel para Dylan.

Dijo:

“Es cierto que la poesía nació antes para ser cantada que para ser leída. Sí, antes fue la tradición oral. Es cierto que Bob Dylan tiene ese toque a juglar que lo hace inolvidable, nostálgico y (perdón por la redundancia) poético. Pero de eso a merecer el Nobel de Literatura… ahí es donde tengo la duda. Hasta el Pulitzer que recibió fue honorario (especial, pues) como un reconocimiento a su obra, pero no fue el Pulitzer que se entrega de forma anual.

Claro que en las letras de Dylan (quien tomó este nombre del gran poeta galés, otro guiño interesante) hay poesía, porque de hecho la poesía como tal no está en los libros. El papel, en todo caso, la recoge en forma de versos (como modalidad), pero no es la única manera de sujetarla.

Ahora, si se iba a reconocer a un poeta, yo tengo al menos dos nombres que considero tienen (mucho) más mérito que Dylan (Bob, no Thomas): Adonis y Charles Simic. Bueno, tiro un tercero: Nicanor Parra. Y bueno, un cuarto: Leonard Cohen. Pero en fin, no desmerito la obra de Dylan. No podría hacerlo aunque quisiera, pero creo que hay otros que tienen muchos más méritos para un Nobel de Literatura”.

– David Juárez, poeta salvadoreño.

Y me llaman la atención algunos extractos de su opinión, como cuando habla del origen de la poesía para ser cantada antes que leída. Me recuerda a la séptima acepción de “literatura” para la RAE, que dice que es un “conjunto de obras musicales escritas para un determinado instrumento o grupo instrumental”. Sí, para la Real Academia de la Lengua Española, eso también es literatura.

También subrayo cuando David menciona que “de hecho la poesía como tal no está en los libros. El papel, en todo caso, la recoge en forma de versos (como modalidad), pero no es la única manera de sujetarla”, pues aclara la necesidad de reivindicar a la poesía como una fiera que hace mucho tiempo alcanzó la emancipación de Johannes Gutenberg.

Concluye David reparando en el tema de la justicia o injusticia al medir y comparar con otros candidatos los merecimientos de Dylan para ganar en 2016 el premio. Y aunque el tema es apasionante, destaco que se ha superado con anterioridad la discusión de si lo que Bob ha ofrecido debería siquiera alcanzar el derecho a competir.

¿Lo que hace es poesía? Sí, pienso que lo es.

¿Su poesía forma parte de la literatura? Pues yo me declaro integrado. Por eso, cuando se le premia “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, no siento resquemores.

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