¡No dejemos de pedir!

Cuando me solicitaron que escribiera mis deseos para el 2015, me quedé largo rato pensando en cuáles podrían ser esos deseos. Pasaba el rato y no lograba concretar nada en la página en blanco que tenía enfrente. Quizás, seguramente, no era porque no se me ocurriera nada, sino que cada idea/deseo o situación que se me venía a la mente la botaba porque alrededor de ese deseo surgían miles y miles de peros, de miedos y frustraciones con mi país. Sin embargo, de esa misma reflexión surgió mi primer deseo y reto para mí misma: dejar de sentirme frustrada, con miedo por las cosas que suceden en El Salvador y poder caminar hacia adelante, trabajando en lo que me corresponde para aportar en lo que pueda.


Partiendo de ese primer deseo enumero los cuatro siguientes. Como segundo deseo, quisiera que lográramos romper la forma en que concebimos la educación: sus fines, objetivos, actores y formas. Para mí, esto es ampliar la visión instrumental a la que hemos limitado la educación. Y con esto quiero decir: sumar a la visión y función instrumental y económica de la educación, una visión y función más humana y social.

Como tercer punto, desearía que el Consejo Nacional de Educación (CONED) que se formó y comenzó a trabajar en enero del año pasado, no solo siguiera funcionando (porque se supone que está en funciones), sino que sea una instancia a largo plazo, participativa y que nosotros los ciudadanos vigilemos el diálogo y participación que se da al interior del mismo y las propuestas y su respectivo cumplimiento.

Mi cuarto deseo tiene que ver con los docentes salvadoreños. Quisiera realmente que los docentes sean realmente los sujetos y protagonistas del cambio educativo en sus aulas, escuelas y comunidades. Con esto quiero decir que dejen de limitarse a ser solo cumplidores de normas y reglas establecidas, que dejen de ser meros ejecutores ciegos de un proceso de transformación que únicamente ellos (por estar en el terreno, en contacto con los problemas cotidianos) conocen a profundidad. Quiero que los docentes salvadoreños conozcan su impacto, se empoderen y los dejen empoderarse de su función.

Quiero ver en el 2016 que los niños, niñas y adolescentes salvadoreños no tengan que dejar la escuela para trabajar, que no tengan que dejar la escuela y huir por miedo, que no tengan que “hacer un esfuerzo” por ir a la escuela porque no les gusta o por qué no entienden para qué les va a servir asistir. Ese es mi quinto deseo. Y perdón que me extienda en este, pero el mismo deseo tiene que ver con que la educación (como derecho) deberíamos poder exigirla a través de canales y actores concretos y que el responsable de cumplir ese derecho tendría que responder. Eso implica que todos los salvadoreños seamos conocedores de cómo podemos hacer exigible y aplicable el derecho de los niños, niñas y adolescentes salvadoreños a recibir educación que les abra más oportunidades y que los haga mejores ciudadanos y seres humanos.

Al terminar de escribir y releer mis deseos, pienso en que los mismos no deberían ser cosas “deseables” o con las que uno sueña que podrían quizás, en algún momento lejano, pasar en El Salvador. Solo me queda pensar, quizás como consuelo, que se vale pedir y desear porque solo así vamos a seguir trabajando por las cosas en las que creemos y queremos (¡ve chis!).

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