La desaparición forzada es parte de una práctica sistemática que durante las dictaduras militares —y en especial en el último conflicto armado salvadoreño— tenía como objetivo infundir temor en la población. Era una forma de callar cualquier expresión en contra de un determinado poder; ya sea militar, político, económico, o en sí, los dos primeros, articulados por el tercero.


En la actualidad de El Salvador, las formas de desaparición son diversas, pero no dejan de ser provocadas para esparcir la sensación de inseguridad en la población. Estas poseen motivaciones que pueden ir desde la trata de personas —una de las actividades delictivas más lucrativas en el mundo—, el secuestro de migrantes centroamericanos durante su trayecto por México o las que son motivadas por la violencia de pandillas.

A lo anterior se suma una herencia histórica de desapariciones que, después de firmados los Acuerdos de Paz en 1992, nunca ha tenido la voluntad de los gobiernos de turno, que han mostrado una incapacidad de análisis para entender la necesidad de resolver problemas sustanciales que provocan que estos patrones se repitan y persistan.

Mientras tanto, la historia sigue girando, repitiéndose y acumulando padres, madres, hijos, hermanos, amigos invisibles que siguen desapareciendo.

El siguiente trabajo fotográfico explora el drama de los desparecidos en El Salvador y se publica en ocasión del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que se celebra cada 30 de agosto.


DesaparecidosDamián Mejía es originario de Arcatao, Chalatenango. Busca a su hija, Dora Alicia Mejía, desparecida a principios del año 1980. Don Damián tiene 85 años y padece los achaques de la presión arterial y un problema en su rodilla. Él es una persona muy activa en la búsqueda. Según cuenta Damián, su esposa, Carmen Mejía, prefiere no hablar del tema. Ella padece del corazón. Ambos tienen miedo del poco tiempo de vida que, según dicen, les queda:

“No pierdo la fe en verla antes de morir”
– Damián Mejía

Según información del caso (aportada por la organización Pro Búsqueda), la niña fue llevada por sus padres a una casa de seguridad para protegerla y ahí se le enseñó a identificarse como Carolina, que el final trascendió hasta convertirse en su nombre verdadero. Tiempo después, distintos trámites legales exigían el cambio de nombre de Carolina Mejía a Carolina Moffet.

Dicha casa de seguridad fue requisada por autoridades policiales y se presume que los ocupantes escaparon y dejaron abandonada a la niña. En registros de hogares de niños abandonados o de salida migratoria no aparecía ninguna niña con el nombre de Dora Alicia, pero se encontraron registros periodísticos de noviembre de 1980 y marzo de 1981, bajo el nombre de Carolina. Estas notas muestran que la niña estuvo, al parecer, primero abandonada en un hogar de niños en la Colonia San Jacinto y luego pasó bajo el cuidado del juzgado tutelar de menores en San Salvador.

Se desconoce bajo qué condiciones se realizó la adopción, si ocurrió desde el mismo juzgado o si se utilizó la intervención de algún hogar de niños abandonados que dependiera del Estado. En 2002, con la ayuda de un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago, se dio con el dato de un ciudadano norteamericano llamado Paul Moffet, quien había venido como misionero humanitario entre 1984 y 1985 a El Salvador, coincidiendo con el periodo en que Carolina fue adoptada.

De acuerdo al expediente, cuando se intentó hacer contacto con el señor Moffet, se descubrió que él falleció en 1987. Quedó entonces la ex esposa de Moffet, la señora Josy Lynn Jusak. como encargada de la tutela de la niña

En el 2002, la señora se negó a dar respuesta a las cartas enviadas por el equipo de la Universidad de Chicago, como tampoco respondió al Padre Jon Cortina. Solamente se recibió una foto de la niña a la edad de nueve años y una carta muy breve donde explicaba que, luego de la muerte del señor Moffet, ella entreóo a la niña a un centro de salud estatal, porque los cuidados que requería eran muy delicados y ella no pudo brindárselos en ese momento.

Tiempo después se descubrió que no se puede tramitar o hacer petición para comunicarse con la viuda de Moffet, ya que al parecer es testigo en algún juicio y no se permite acceder a alguna clase de contacto con ella.
Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.

Durante la guerra civil de El Salvador, la zona norte de Chalatenango fue una de las franjas donde la población civil resultó duramente afectada. Esto es lo que queda de la casa donde don Damián vivía junto a su familia. Al fondo puede observarse una hondonada que fue hecha por el impacto de una bomba lanzada desde un avión, en uno de los tantos bombardeos que formaban parte de la cotidianidad de la época del conflicto y que provocaron el desplazamiento de miles de familias. Justamente antes del asesinato de Monseñor Romero fue la última vez que don Damián vio a la niña.
Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.



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Antonia Cabrera ha pasado 36 de sus 80 años buscando a su hijo, Douglas Cabrera, quien para la fecha de su desaparición (el sábado 30 de agosto de 1980) tenía 18 años.

“Cada día de su cumpleaños (el 2 de septiembre) es cuando más lo siento, porque mis otros hijos suponen que aquí estuviera… El gobierno, por parte de la Fuerza Armada, ha hecho muy poco por mostrar los archivos donde sabemos que hay información de nuestros hijos”, comenta.

Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.


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Este es el último lugar donde Douglas fue visto. Las viejas gradas de cemento son posibles testigos de su presencia la noche de aquel 30 de agosto. Una persona allegada a la familia les dijo que lo había visto en la gasolinera (antes Esso) ubicada en el final de la 29 Avenida Norte y calle 15 de septiembre, en el municipio de Ayutuxtepeque, San Salvador.
Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.


 

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Josefina Isabel Ventura perdió a su esposo en 1980. Él fue asesinado durante la guerra civil de El Salvador. Josefina tiene cuatro hijos, incluyendo a William Gustavo Pérez Ventura, desaparecido y quien trabajaba como zapatero.

Padre de dos hijas, William desapareció cuando ellas tenían apenas siete meses y dos años de edad, respectivamente. William fue en búsqueda del “sueño americano”.

Un día de la madre del año 2001, William llegó a casa de Josefina con la idea (ya madurada y planificada) de migrar hacia Estados Unidos de manera indocumentada, empujado por la dificultad para llevar el sustento a su hogar.

En repetidas ocasiones, Josefina ha hecho lo posible por encontrar a su hijo. Afirma que cada vez que realizan una acción de búsqueda, se encuentran pistas de que William aun vive:

“Yo tengo la esperanza de que ande por ahí, porque varia gente dice que lo ha visto”
– Josefina Isabel Ventura


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En el mismo lugar donde William fue visto por última vez por su familia, un grupo de personas espera abordar los diferentes autobuses que realizan su parada frente a la entrada principal del mercado de artesanías Ex Cuartel, ubicado en el Centro Histórico de la capital salvadoreña.

El 11 de mayo de 2001, a las cinco de la mañana, William subió a un autobús que lo llevaría con destino a la terminal donde empezaría su trayecto rumbo hacia Estados Unidos. Según personas cercanas a la familia, y que viajaban con él pero fueron deportados por autoridades de migración mexicanas, William desapareció en la estación del tren en Oaxaca. Sin embargo, hay pistas recabadas durante su búsqueda que apuntan a que permaneció 15 días en Chiapas. Mientras tanto, la familia no pierde la esperanza de una llamada.

“Es que él me prometió que me iba a llamar 15 días después de que se fue”
–Josefina Isabel Ventura


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Anita Zelaya es madre soltera de cuatro hijos. Uno de ellos, Rafael Alberto Rollin Zelaya, fue víctima de la desesperación que provoca el desempleo en El Salvador.

Después de perder a su hija (por una negligencia médica, al no ser atendida durante una huelga del Instituto Salvadoreño del Seguro Social en 2001); y aunado a que su compañera de vida había viajado de manera indocumentada, cinco meses antes, Rafael tomó la decisión de viajar a Estados Unidos en compañía de dos personas que apenas conocía.

Anita menciona que tiempo después fueron detenidos por las autoridades de migración de México y lo regresaron a Tecún Umán (en Guatemala) donde conoció a un “coyote” que le pedía mil dólares para llevarlo hasta Estados Unidos.

En repetidas ocasiones Anita ha viajado hacia México en búsqueda de su hijo. Ha llegado incluso a poner en peligro su vida al ingresar a la casa de uno de los “coyotes”, pero sin obtener respuestas favorables. Después de interponer las respectivas denuncias en instancias salvadoreñas y presionar a las autoridades mexicanas, le fue enviada una fotografía del Instituto Forense de Mexicali (ciudad mexicana, capital del estado de Baja California, y ubicada al norte de este país). Se trataba de la fotografía de un joven que había sido encontrado muerto en el desierto de Arizona. Sin embargo, Anita les dijo que no se parecía y cerraron el caso. En octubre, otro de sus hijos en Estados Unidos recibió una llamada donde le pedían $3 mil 500 dólares.  Después de eso ya no se tuvo más pista de Rafael.

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Irónicamente, el último lugar donde Anita vio a Rafael está ubicado frente a un hospital de la institución que también vio por última vez a su nieta. Ahí se encuentra una parada de buses y, al fondo, la entrada a un pequeño centro comercial que alberga Puerto Bus.

Antes de ingresar, entre 10 y 11 de la mañana del 2 de mayo del año 2002, Anita trató (sin éxito) de convencerlo para que no se fuera. “Regresémonos a la casa hijo; no te vayás”, menciona con impotencia. El 14 de mayo del mismo año, Rafael le llamó a su madre desde Ciudad Hidalgo (en Chiapas, México). Esa fue la última vez que Anita Zelaya escuchó su voz.


Mercedes Guadalupe Servellon Alvarado, tiene 22 años es graduada de enfermería desde el año 2012 está desaparecida desde el 8 de marzo de 2014. Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.

Mercedes Guadalupe Servellon Alvarado, tiene 22 años es graduada de enfermería desde el año 2012 está desaparecida desde el 8 de marzo de 2014.
Foto de Miguel R. Lemus/REVISTA FACTUM.

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Este es el lugar donde se sabe que Guadalupe estuvo hasta el momento de su desaparición. Se supone que pasó por este control de vigilancia la mañana del 8 de marzo, después de  hacer un turno de enfermería en el que cuidó a una señora en una residencia particular de la Urbanización Santa Elena, en el municipio de Antiguo Cuscatlán.


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Daniel Jiménez tiene 15 años. Por razones de seguridad, su madre evita decir su nombre y pide no ser fotografiada. Ella muestra una fotografía reciente de su hijo. Dice que al momento de su desaparición llevaba una camisa de botones amarilla con rayas rosadas y pantalón azul.

Daniel desapareció el 18 de agosto de 2015 junto a su amigo, Diego. Habían salido por la tarde rumbo a la colonia Altos del Escorial (Mejicanos), el lugar donde se ubican las viviendas de sus novias. Ese mismo día, a las cinco de la tarde, su mamá habló por teléfono con él. Daniel le dijo que ya iba a llegar a la casa. Pasó mucho tiempo y después de esperar, la madre se comunicó con el padre de Diego, quien le dijo que cuando habló con su hijo este le dijo que se fuera para la casa, que allá iba a llegar.

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Este árbol se encuentra a un lado de la entrada principal de la Escuela San Alfonso, en el municipio de Mejicanos, San Salvador. Es el último lugar donde la madre de Daniel vio a su hijo. Ahí el estudiante le preguntó cómo se veía, si iba bien vestido; se inclinó para darle un breve abrazo y se despidió de su progenitora, quien como todos los días, llegaba a vender fruta a la salida de los estudiantes.

Unos meses después, el hermano de la madre y tío cercano de Daniel fue asesinado de múltiples impactos de bala cerca de su casa. Su familia tomó la decisión de irse del lugar para seguir su labor de búsqueda y empezar una nueva vida lejos de la violencia.

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