El Salvador, ¿educar para qué?

Hace unos días asistí a la presentación del V Informe del Estado de la Educación en Costa Rica, impulsado por el Consejo Nacional de Rectores (CONARE) de Costa Rica. Compartieron logros de su sistema educativo a lo largo de su historia y retos pendientes en materia educativa. Pero no fueron precisamente estos elementos los que me parece notable resaltar, sino la aspiración que este país se planteó hace años alrededor de la educación. Costa Rica se hizo la pregunta ¿para qué y por qué queremos educar en nuestro país? Esta no es una pregunta general, sino que se refiere a qué va a significar educarse, qué quieren alcanzar a través de la educación en ese contexto político, social y económico específico. Esto es una clara aspiración educativa, a pesar de los cambios de gobierno o ministros de educación.

En ese sentido, me parece fundamental señalar algunas acciones que dan cuenta de estas aspiraciones. Desde antes de 1950, impulsaron la construcción de escuelas desde afuera hacia adentro: de los sectores rurales hacia las ciudades y centros urbanos. Le apostaron a la instrucción más que a la coerción del Estado, otorgando mayor presupuesto a lo primero en detrimento del gasto de lo segundo, lo que desembocó en la abolición del ejército costarricense en 1948.  En 1997, aprobaron que el porcentaje del PIB destinado a educación aumentara al 6%, que se cumplió hasta el 2009, y ahora, en 2015, es 7.5% del PIB más un 2.9% que aportan los hogares: la meta es alcanzar 8%. Por supuesto que habría que profundizar en la optimización de estos fondos; sin embargo, lograr aumentar el porcentaje de educación es indicador del lugar que la educación ocupa en un país. Han trabajado en profundizar la profesionalización del docente, entre el año 2004 y 2013 el salario aumentó en 34.5%, aunque hay que señalar que el vacío radica en no acompañarlo de una evaluación que corresponda con dicho aumento.

Estas acciones reflejan la coherencia que la sociedad costarricense tiene con respecto a su aspiración educativa y creo que es gracias a las miradas desde las cuales reflexionan la educación, es decir, la respuesta que dan a ¿educar para qué? Ellos trazan una visión más allá del significante de calidad educativa, que muchas veces suena  ambiguo, y sostienen que su educación va más allá de la utilidad para el desarrollo económico individual y del país; es más incluyente: la educación tiene un deber moral (capacidad de tomar decisiones responsables por sí mismos), político (capacidad de reflexionar y cuestionar a gobernantes) y social (capacidad de insertarse como ciudadanos en sociedad y la economía).

El  estado de la educación costarricense descrito puede parecer casi idílico, pero no significa que no existan retos urgentes: por ejemplo en las tasas de finalización de secundaria, oportunidades para acceder a educación técnica y superior, asegurar calidad docente, mejoras en infraestructura en zonas rurales y desigualdades educativas relacionadas a factores socioeconómicos, zonas geográficas y recursos educativos.

Sin embargo, lo que me detuvo a reflexionar es cómo se refleja el tiempo y coherencia que, como país, tomaron para pensar, discutir y planificar el tipo de educación que quieren y hacia dónde van. Esto plantea dos tipos de preguntas que tendríamos que hacernos en El Salvador. Primero, ¿identificamos una aspiración educativa en El Salvador? ¿Hay acciones concretas en nuestra historia que permitan ver consolidada dicha aspiración? Segundo, ¿para qué educar en El Salvador? ¿Qué queremos a través de la educación?

Responder estas preguntas implicaría hacer dos cosas. Primero, tendríamos que responderlas todos, no dejar esta tarea a los que llamamos autoridades o responsables de la educación, porque por la educación pasamos todos y de la educación construimos nuestro país, ese en el que vamos a vivir muchos años más. Y dos, trabajar y velar todos para mantener y lograr esta aspiración educativa en el largo plazo.

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