Vincenzo Paglia: “Quienes lo mataron despreciaban lo sagrado”

Roma, 22 de febrero de 2015. La frase la dijo monseñor Vincenzo Paglia, el presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero. Paglia, que viajó a El Salvador a mediados de marzo para oficializar la beatificación del arzobispo asesinado el 24 de marzo de 1980, habla en esta entrevista de las dificultadas –dentro y fuera de la iglesia– que tuvo para llevar adelante el proceso de beatificación.

¿Qué hace el postulador de la causa?

El postulador de la causa es el responsable frente a la Congregación de la Causa de los Santos de todo el dossier relativo a la promoción, sostenimiento y preparación de toda la documentación para la beatificación de Monseñor Romero.

Esto inicia desde el momento en que la causa de la diócesis de procedencia viene hasta la Santa Sede. En esa oportunidad yo fui elegido como postulador porque normalmente el postulador debe residir en Roma, y en este caso, cuando el oficial de la Congregación preguntó quién es el postulador, el padre Jesús Delgado, que había venido a Roma, no podía serlo porque no vive en Roma. Inmediatamente llamamos a Monseñor (Fernando Sáenz) Lacalle (entonces Arzobispo de San Salvador), que me dijo: “hágalo usted”. Así me convertí en postulador, casi por casualidad.

¿Ya conocía de la obra figura y Monseñor Romero?

Sí, esto era en 1997. Yo no conocí personalmente a Monseñor Romero, pero quedé muy impresionado por el asesinato del Arzobispo, que ocurrió en el momento más alto en la vida de un cristiano, es decir, la celebración de la Santa Misa. En la historia pasada me recuerdo solo de otros dos ejemplos, el primero es San Estanislao en Cracovia, en el inicio del segundo milenio; y después, Tomás Becket, en la mitad del segundo milenio. El asesinato de Romero suscitó mucha impresión.

Con la comunidad de San Egidio decidimos celebrar cada 24 de marzo, desde 1982 hasta el día de hoy, una misa por Monseñor Romero porque queríamos que en el corazón de la Cristiandad el testimonio de este obispo estuviese vivo.

Recuerdo que solicitamos en 1982 que un sacerdote de San Salvador viniese a celebrar esta memoria. Yo mismo y otros empezamos a estudiar la obra del obispo, y es por eso que, a pesar de no haberlo conocido personalmente, él ha estado presente continuamente en nuestro pensamiento y en la forma de vivir el Evangelio en la sociedad contemporánea.

Un pequeño ejemplo en la comunidad de San Egidio es el siguiente: por la admiración a este obispo, la comunidad de San Egidio decidió estar presente por primera vez fuera de Italia en San Salvador. Fue la primera misión, la primera salida de San Egidio se debe a Monseñor Romero.

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Recuerdo la emoción de cuando hice el primer viaje. Cuando llegué al aeropuerto de uno de los países más pequeños del mundo, pero con un testimonio tan grande. Dos cosas me golpearon, me sorprendieron. Primero, la visita al hospitalito y a las habitaciones donde vivía el Arzobispo, y el altar en el cual fue asesinado.

Esto fue en 1984 o 1985.

La segunda cosa que me golpeó fue la visita a la tumba de Romero, que estaba en la Catedral, en el primer nivel. Una tumba muy sencilla. Y me golpeó, me impresionó, el número de campesinos que rodeaban esta tumba y hablaban con él, como si estuviese vivo.

Las dificultades

Por tanto, cuando el Arzobispo me encargó como postulador, lo sentí como un gran regalo y una gran responsabilidad. Conocía las dificultades pero no hasta el punto en que se mostrarían luego.

Una de las primeras iniciativas fue un encuentro con el Papa Juan Pablo II el 22 o 23 de marzo de 1982. Yo sabía que había habido incomprensión. Hablamos largo y tendido y al final Juan Pablo II dice: “Romero es nuestro, es de la Iglesia”. Sabíamos bien, y me había dado cuenta muy bien, que la izquierda estaba utilizando a Romero como su bandera. En ese momento yo sentí el apoyo del Papa Juan Pablo II; sin embargo, pudimos superar algunas pequeñas dificultades para que la causa fuera aceptada por la Congregación para la Causa de los Santos y yo estaba muy feliz. Pasaron pocos meses (suenan campanas en el fondo) y algunos cardenales bloquearon la causa enviándola a la Congregación de la Doctrina de la Fe con la acusación de que Romero tenía errores teológicos y que por eso era indispensable retomar el examen de toda la documentación, lo cual provocó el primer retraso largo. Se le solicitó al Nuncio que recogiera todas la homilías, los escritos… Y el examen de todo el material fue confiado a tres personalidades. Pasaron muchos años…

Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

Vincenzo Paglia, presidente del Pontificio Consejo para la Familia y postulador de la causa de beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

 ¿Qué motivó a estos cardenales a pedir eso? ¿Cómo explicaban ellos su postura de que Romero había incurrido en desviaciones teológicas?

Era 1987 y la situación socio-política y teológico de El Salvador y de América Latina era particularmente delicada. En los años de Romero, El Salvador era un pequeño país, pero muy vigilado por los Estados Unidos. Los problemas que había en América Latina entre izquierdas y derechas, estas tensiones, repercutieron también en el ámbito de la Iglesia en toda América Latina y también aquí en Roma. Un clima polarizado en el interior que veía también a obispos divididos entre ellos, que veía conflictos a veces armados, con el tema muy delicado de la teología de la liberación… Todo esto hacia que la causa fuera una pequeña barca en media de una terrible tempestad.

A Roma llegaban kilos de cartas contra Romero. Era evidente una división en el interior de la Iglesia. Algunos consideraban que Romero seguía dividiendo. Y obviamente, personalidades de América Latina o responsables aquí en Roma eran muy sensibles a estas acusaciones. Es por eso que me encontré con dificultades inesperadas, con objeciones muy ásperas, hasta con exhortaciones a dejar el tema. Todo parecía decirme: es imposible.

¿Por qué continuó?

Tal vez cuando me entregaron esta cruz (la levanta hacia su rostro), que era la cruz pectoral de Romero… Fue quizá lo que me protegió y me empujó a seguir con la causa.

¿Cuándo se la dieron?

Me la entregaron cuando me nombraron postulador, Monseñor Urioste. Después de algunos años terminaron los exámenes y no se encontró ningún error teológico.

¿Quiénes eran las tres personalidades?

Es un secreto.

¿Cuánto duró ese examen?

5 o 6 años. Los opositores, entonces, dijeron que había errores sociales. De nuevo, se confío el examen de los escritos y después de dos o tres años, resultó que no había ningún error.

¿El procedimiento era el mismo? ¿Este segundo examen lo hicieron otras personalidades?

Otras personalidades. El proceso de beatificación es un proceso a todos los efectos. El postulador defiende su causa. Y de acuerdo a la arquidiócesis, Romero es mártir, es decir, fue asesinado por odio a la fe.

¿Esa fue siempre su perspectiva?

Nunca me moví de esta perspectiva. No obstante que los detractores de la causa de Romero hubieran querido cambiarlo a que fuese la beatificación por virtudes heroicas, y no por martirio. Quienes sostenían la tesis de las virtudes heroicas pensaban que era imposible defender una causa por martirio por odio a la fe, porque esto supone probar que había un clima de persecución contra la Iglesia. La cuestión de fondo era si en un país católico era posible una persecución contra la Iglesia.

Personalmente, realizamos investigaciones históricas para demostrar ante la Congregación para la Causa de los Santos, con documentación real, que había habido un asesinato por odio a la fe.

Mientras tanto, se disolvió la objeción de errores sociales, demostrando que Romero quería aplicar la doctrina social de la Iglesia y que no había en él nada que tuviera ninguna relación con el marxismo. Quiero subrayar que de este tema hablé muchas veces con el Cardenal Razzinger, Prefecto para la Defensa de la Fe, quien quedó favorablemente impresionado.

Yo estaba en San Salvador el 24 de marzo de 2005, para conmemorar el XXV aniversario de la muerte de Romero, y regresé ese día a Roma porque se estaba muriendo el Papa Juan Pablo II. Fue elegido el Papa Benedicto, y en su primer viaje en Puebla habló muy bien de Romero. Sin embargo, todavía los opositores, siempre muy determinados, convencieron a los responsables en Roma para que suspendieran la causa por motivo de oportunidad, porque Romero aún podía ser instrumentalizado por la izquierda y podía dividir al país. Yo no me detuve y apoyé la viabilidad del proceso y seguí pidiendo que el proceso continuará su camino. Al Papa le correspondía decidir. Esa fue mi posición.

Usted se refiere a los opositores, ¿habla de los opositores dentro de la Iglesia?

Parte de la curia, parte del episcopado. Romero se había convertido en una personalidad universal que también tenía oposición entre personalidades católicas de América Latina, en la conferencia episcopal de América Latina. Es decir, había oposición entre miembros de la curia y de la Iglesia, sea salvadoreña, centroamericana o latinaomericana. Lo importante de parte del postulador era promover a través de estudios históricos y científicos la vida e historia de Romero. Entre más estudiábamos aparecía más evidente que Romero no estaba inspirado en la ideología marxista, sino solo en el Evangelio y los documentos del magisterio. Cuando lo interpelaron sobre la teología de la liberación, Romero contestó: sí, soy de la teología de la liberación de Pablo VI, no de otra.

Quisiera decir que muchas veces tuve temor de que la causa no hubiera seguido adelante. En algún momento me pareció realmente imposible.

¿Cuáles fueron los momentos más duros en el proceso?

Fue en los últimos años, porque no lograba comprender cómo resolver las objeciones. Decir que aún no es oportuno era una afirmación abstracta. Eso ocurrió en 2006 o 2007. Me sentía en arenas movedizas; no lograba encontrar un punto sólido de apoyo hasta que fui nombrado por el Papa Benedicto como Presidente del Pontificio Consejo para la Familia.

Mientras tanto seguíamos haciendo investigaciones históricas para defender la tesis sobre el martirio, que a mí me parecía inatacable. Presento un ejemplo: Romero, decían los opositores, fue asesinado por motivos políticos, por lo tanto no es mártir; escogió una parte en el conflicto y pagó las consecuencias. Yo sostuve que no es así: en realidad, Romero, según resulta de la documentación, fue asesinado no por motivos inmediatamente políticos sino por seguir a una Iglesia tal como había salido del Vaticano II, y como la había vivido el episcopado latinoamericano, con una opción preferencial por los pobres. Efectivamente, fueron asesinados muchos sacerdotes, como Rutilio Grande, catequistas, religiosos o el padre Navarro.

Y en su misma muerte hay un valor simbólico enorme: no fue asesinado en su casa o en el carro mientras manejaba en un atentado; fue asesinado mientras estaba celebrando la misa. Esto demuestra el aspecto desacralizador de quienes lo habían matado; el desprecio por lo sagrado.

El 20 de diciembre de 2012, en mi primera audiencia con el Papa Benedicto, siendo yo Presidente del Pontificio Consejo de la Familia, le pedí que el proceso de Monseñor Romero siguiera su ruta ordinaria, que yo no quería ningún privilegio y que no pedía que se aceptara el juicio final; pedí solamente que el proceso fuese llevado adelante en honor a la verdad, porque no era justo. Yo estaba convencido de que habíamos llegado a la conclusión secundada por la intención del martirio. En esta oportunidad, el Papa Benedicto me dijo: el proceso retomará su camino; pasó entonces de la Congregación de la Doctrina de la Fe, donde había sido bloqueado, a la Congregación de la Causa de los Santos. Luego ocurrió la elección del Papa Francisco. Debo decir que fue grande su acogida a esta perspectiva.

Tengo que decir que el testimonio de Monseñor Romero es el testimonio de un creyente, de un hombre de Dios, de un hombre de la Iglesia que escogió dar su vida por los más débiles y los más pobres. He estado siempre muy impresionado durante estos largos años, desde que soy postulador, por la fama de santidad que tiene Monseñor Romero en cualquier parte del mundo.

Entrrevista Paglia-3

Imagen del Palacio de San Calixto, sede de la Pontifica Congregación para la Familia, de la que Paglia es presidente.

Romero hoy

Hoy creo que Romero es el santo de todo El Salvador. Han pasado muchos años desde entonces, y El Salvador ha vivido momentos muy difíciles, y hoy puede encontrar nuevamente en Monseñor Romero al hijo más ilustre y al más robusto sostenedor de todo el pueblo de El Salvador. Romero nunca ha odiado a nadie, ni siquiera a sus opositores; al contrario, a través de la elección de los más pobres, Romero quería un El Salvador más justo, más atento a sus hijos más necesitados. Un país que no ama, que no está atento de sus hijos más necesitados es como la familia en que el padre y la madre se desinteresan de sus hijos más necesitados.

Hoy Romero es aún más que todo esto. No solo El Salvador tiene nuevos problemas con respecto al pasado, pienso por ejemplo en las maras; el mundo también ha cambiado: si pensamos en lo que está ocurriendo entre Estados Unidos y Cuba, ha caído toda la polarización del pasado, de la que Romero también fue víctima. Y además el mundo entero está viviendo momentos dramáticos en relación al terrorismo. Romero hoy representa, ya que es una personalidad muy conocida entre los creyentes, un testimonio que se opone a quienes piensan que la violencia ganará. Monseñor Romero dice que la vida nunca puede ser tomada, solo ofrecida.

Y hago una última consideración de la actualidad de Romero en este momento, y es para mí la cosa más providencialmente clara: Romero tenía que ser beatificado bajo el Pontificado del primer Papa latinoamericano. Hoy me puedo explicar en profundidad el por qué de tantos atrasos: Dios esperaba al Papa Francisco. Dios ha escrito esta página con las líneas torcidas de los opositores. Si pudiera decirlo con una broma irreverente, el Papa Francisco necesitaba también de alguien que lo apoyara en el Paraíso, porque Romero vivió plenamente la afirmación del Papa Francisco: una Iglesia pobre para los pobres.

¿Qué sigue en el proceso de beatificación?

La beatificación ocurrirá muy pronto y será en San Salvador. La celebración será presidida por el Cardenal Angelo Amatto, porque el Papa preside solo canonizaciones. Una decisión con el Arzobispo es el inicio de la beatificación del padre Rutilio Grande, porque según mi parecer, con el de Romero son dos testimonios que van unidos con una sensibilidad evangélica, no política.

¿Cuál es el camino a la santidad?

Seguramente el proceso para la canonización proseguirá y para eso se requiere la presencia de un milagro. En este sentido mi deseo es que la oración y la intercesión a través de Monseñor Romero pueda llevar a la realización del milagro que seguramente llevará a Monseñor Romero de beato a santo. Es por eso que me siento muy feliz y cercano al pueblo de El Salvador, porque hoy desde uno de los más pequeños países del mundo llega un mensaje central para la vida de toda la Humanidad.

* Una versión de esta entrevista fue publicada originalmente en La Prensa Gráfica el 9 de marzo de 2015.

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