La primera de varias aclaraciones que debo hacer —antes de que sigás leyendo estas líneas— es que la siguiente no es una crítica de cine en su sentido más puro. Yo no soy un crítico de cine, pero sí me considero “star warsólogo“. En 2002 escribí para el periódico deportivo El Gráfico un suplemento completo acerca de La Fuerza y las influencias culturales en la obra cumbre de George Lucas. Y luego, en 2006, escribí para el periódico de Dubai, Gulf News, otro suplemento completo acerca del aniversario 30 de Star Wars y un detalle de los personajes principales de esta obra. Por ello mismo, porque considero que esta no es simplemente una película más en la oferta de opciones para entretenerse, es que me animo a escribir mis impresiones acerca de la séptima entrega de la que, para mí, indudablemente, es la saga más importante en la historia del cine de ciencia ficción.
La segunda aclaración necesaria es que esta reseña está escrita pensando en quienes sí se desvelaron desde esta madrugada para ver el estreno de Star Wars: The Force Awakens. Es decir, es una reseña llena de spoilers, por lo que si no quisieras que te arruine el gusto de saborear todas las sorpresas que trae la película, lo más conveniente es que salgás de esta entrada y visités el resto de nuestro especial de Star Wars. En Revista Factum hemos preparado un contenido humilde (pero interesante) al respecto.
Por último —y antes de ya entrar de lleno en materia—, es necesario aclarar lo complicado que resulta mantener una posición crítica ante una obra que ha marcado la vida de tantas personas, incluida, por supuesto, la mía. Esta madrugada, cuando por fin la pantalla del cine paró de escupir comerciales y exhibió el logo de Lucasfilm, me animo a creer que algo extraño nos pasó a muchos. Fue como cuando Rey toca por primera vez el sable de luz de Luke Skywalker ante la insistencia de Maz Kanata: una lluvia de imágenes del pasado que hemos absorbido en 38 años.
No es una cosa nimia. Es sentir el peso del paso del tiempo.
Y es que a eso juega The Force Awakens. Su nombre no es fortuito. Juega a despertar el letargo de emociones que en buena parte la precuela de los episodios I,II y III nos quedó a deber. Esta película, la séptima (tanto en orden cronológico de los sucesos como en realización), busca enlazar generaciones, intenta juntar en la misma armonía a una nueva generación de público —y de nuevos personajes— con la generación vetusta, los que no podemos evitar el calambre en al alma al sentirnos muy viejos por ver cómo los años han maltratado a Harrison Ford, Carrie Fisher y Mark Hamill.
The Force Awakens juega a darnos piquetes de nostalgia por la secuela original, esa que nos dejó salivando desde hace 32 años. Hay momentos en que esta nueva película pareciera un tributo a aquella trilogía original. Porque si lo pensamos bien, J.J. Abrams ha sido lo suficientemente astuto para edificar su obra tomando como base lo que en el pasado funcionó. A ratos la película pareciera un tributo. De nuevo vemos que La Fuerza emerge desde un punto insospechado (Rey, una huéfana que vive de rescatar chatarra). De nuevo vemos la pugna de caminos entre el lado oscuro y el lado de la luz por atraer a sus máximos exponentes. De nuevo un droide posee información vital que debe mantener a salvo. De nuevo vemos pinceladas de un ejército al más estilo nazi para representar al mal. De nuevo hay que visitar una cantina de malvivientes del espacio para obtener respuestas. Y, de nuevo, ese mal ha construido una Estrella de La Muerte, cumpliendo el patrón de ser cada vez más grande, más poderosa, más letal (ahora destruye universos) aunque con la misma vulnerabilidad de sus predecesoras.
La nostalgia de la que hablo no solo se siente al ver el logo de Lucasfilm o la presentación de la historia en esa tipografía amarilla y deslizante. Sentimos “un gran disturbio en La Fuerza” cuando aparece por primera vez (¡cómo no, entre la chatarra!) el Halcón Milenario y, sobre todo, cuando aparece por primera vez en escena Han Solo y Chewbacca para recuperarlo. Más tarde se repite la sensación con la aparición de (la General) Leia Organa, de C3PO y de R2D2, que en en esta ocasión no ocupan protagónicos en la película. El culmen de estas sensaciones se guarda hasta el final, cuando por fin volvemos a ver al último Jedi con vida. Luke Skywalker no dice una sola palabra en toda la película y, sin embargo, su presencia se mantiene como una especie de Santo Grial que desata un amasijo de muerte y destrucción en toda la galaxia por el simple hecho de mantenerse oculto.
¿Qué líder es éste que se esconde en lo remoto del universo? ¿Está siguiendo los pasos de su maestro, Obi-Wan Kenobi? ¿Está peleando por no sucumbir al lado oscuro de La Fuerza? ¿O simplemente está frustrado por no haber tenido éxito en el adiestramiento de nuevos jedis (en especial en el fallo catastrófico que representó la tutela de Kylo Ren)? La mesa queda servida para que Luke nos responda todas estas preguntas hasta marzo de 2017, cuando conozcamos los sucesos del que será entonces el episodio VIII.
Lo nuevo
Una de las cosas que más destacan en The Force Awakens es la construcción de nuevos personajes. Algunos de ellos parece que están pensados para sustituir a los nostálgicos. No me parece que sea casual que al final de la película veamos que Rey ocupe el lugar de Han Solo en el Halcón Milenario, al lado de Chewie, como tampoco me parece fortuito el protagonismo que BB-8 adquiere en esta película y que pareciera sustituir (volviendo prescindible para el futuro) a R2D2.
La muerte de Han Solo —dolorosa y dramática por donde se le vea— pudo haberse manejado un poco mejor. No puedo dejar de mencionar que la despedida con Leia, el diálogo con su hijo (que parecía rendirse muy fácilmente) y el hecho de colocar a Chewbacca, Finn y Rey como espectadores de ese momento, le robaron sorpresa a una de las escenas más trascendentales de la película (y yo diría que de toda la saga), pues volvió previsible lo que ocurriría. Que nos despidamos de Han Solo me hace pensar que los guionistas de Star Wars han evaluado el éxito de fenómenos televisivos como Game of Thrones, en donde los personajes más entrañables pueden desaparecer en cualquier momento y de la forma más cruel posible, a través de la traición incluso de la misma sangre.
Los cambios en esta coyuntura basada en 30 años después de los últimos sucesos relatados en El Retorno del Jedi obligan a reflexionar acerca de cómo una pequeña fracción de tiempo (tres décadas) en la galaxia vuelve casi inútiles los logros obtenidos en el pasado, como si se tratara de cumplir el viejo adagio que reza:
“Quien no conoce su historia está condenado a repetir los viejos errores”.
Esta nueva película nos cuenta una coyuntura donde la nueva generación piensa que los hechos ocurridos apenas 30 años atrás son viejas historietas que bien podrían ser puros cuentos. Y es el mismo Han Solo el que se encarga de confirmar que todo es verdad. Curioso resulta ese momento en el que pareciera haber una especie de conversión religiosa en ese personaje que se nos había mostrado siempre escéptico a la influencia del ente divino de toda esta historia: La Fuerza.
Y sí, La Fuerza, que en esta película despierta de su moderada siesta, prepara cambios insospechados en cosas que antes nos parecían intactas a cualquier tipo de alteración mística. El personaje de Finn es un claro ejemplo de ellos. Se trata de un Stormtrooper que de pronto comienza a desobedecer órdenes. La Fuerza parece fluir fuertemente por él, al punto en que Kylo Ren parece detectarlo en la masacre inicial de la película. Y cuando más adelante se le cuestiona su afiliación, Finn explica que desertó al Primer Orden simplemente porque sintió que no era lo correcto. ¿Porqué nunca antes un Clone Trooper o un Stormtrooper optó por este camino?
Quizás porque La Fuerza obra de maneras misteriosas.
Para el final dejo algunas apreciaciones sobre los villanos, en los que observo fuerzas y flaquezas en su concepción. Por ejemplo, en el personaje de Kylo Ren, que no oculta su admiración por el venerado Darth Vader. Su sola existencia habla sobre cómo Star Wars necesita de ese estilo para darle vida al villano principal: un misterioso y oscuro enmascarado que amedrenta con telequinesia a quien se le oponga, de voz siniestra y alterada, de sentimientos nulos (incluso con la propia familia), pero rendido a la necesidad de un maestro que le supere en conocimientos del lado oscuro. Ese último papel lo desempeña El Líder Supremo, un espectro que calza las propiedades de Darth Sidious, aunque con un estilo muy similar al de Lord Voldemort (Harry Potter) y que, por lo tanto, decepciona un poco.
Además aparecen dos villanos más que son reseñables. Primero, el General Hux, cuya responsabilidad es retomar el toque nazi que Star Wars siempre le otorgó a los altos mandos del Imperio. Por otro lado, un tanto decepcionante es la poca participación en la trama que alcanza Capitán Phasma (protagonizado por la actriz Gwendoline Christie, la misma que encarna el papel de Brienne de Tarth en Game of Thrones). En muchas entrevistas previas parecía que ella sería un personaje protagónico, pero no lo termina siendo en esta película. Tal vez más adelante.
Por último, esta reseña no ha querido profundizar demasiado en la tecnología cinematográfica que parece ya comenzar a hacer justicia a una historia tan futurista como la de Star Wars. Tuve la oportunidad de ver The Force Awakens en formato IMAX-3D y, la verdad, la experiencia es tremendamente satisfactoria. Los efectos especiales en una película como esta —propia de un presupuesto escandalosamente millonario— siempre pasarán la prueba con honores. Sin embargo, no es este aspecto el más destacado de la película. The Force Awakens nos reengancha con las sensaciones que nos dejó la trilogía original y eso es algo muy bueno. Quizás no es mejor que A New Hope o que The Empire Strikes Back, pero sí la colocaría un escalón arriba de The Return of the Jedi y, obviamente, bastante superior a las tres películas que conformaron la precuela de la historia.
J.J. Abrams se ganará, seguramente, el respeto de los fans de la saga. Quizás no lo haga de parte de toda la industria o de los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en Estados Unidos. Muy probablemente no ganará más premios que los puramente tecnológicos. Pero pienso que si se supera esa barrera y se comprende que el objetivo original era despertar a un gigante dormido, pues… ¡Vaya que lo ha conseguido!
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