¿Por qué regresar?

Migrar sigue siendo la mejor opción para los salvadoreños. La mayoría de niños y jóvenes decidimos salir del país porque buscamos verdaderas oportunidades, porque queremos tener opciones para nosotros y nuestras familias, en fin, porque creemos que es posible tener una vida mejor. Pensar que no es posible conseguirlo en El Salvador duele; la realidad salvadoreña duele.

Al estar fuera y lejos se extraña y se desprecia a nuestro pequeño país. Se añora aquello que se deja; la familia, las tradiciones y la cotidianidad se vuelven tesoros invaluables por los que vale la pena pensar en retornar. Pero la inseguridad, la pobreza y la falta de respuestas son constantes recordatorios de los motivos para salir, huir y no volver.

También, ver a El Salvador desde afuera ayuda a aclarar lo que sucede con los problemas: simplemente no hay voluntad para solucionarlos. La mayoría de propuestas y acciones se encierran dentro de beneficios sectarios, la conveniencia coyuntural y la lucha entre elites políticas. Durante casi tres décadas se han aplicado muchas buenas políticas de gobierno, pero no hemos sido capaces de impulsar al menos una política de estado.

Al vivir en países mucho más grandes, más diversos y más “emproblemados” se aprende que las soluciones, al igual que los problemas, son compartidas. Suena como una frase trillada, pero nunca la hemos puesto a prueba. Buscar respuestas realistas, consensuadas y efectivas obliga a sacrificar capital político, arriesgar el poder y, por tanto, a romper con la tradicional forma de hacer política. Eso, para nuestras elites políticas y económicas, es demasiado arriesgado.

A veces pareciera que llegar al poder se ha vuelto la forma más rápida de alejarse de la realidad y, poco a poco, de la gente. Decir que la política en El Salvador es una tarea noble da risa; es impensable encontrar políticos que busquen mejorar las condiciones en la que viven los salvadoreños. Por ahora, nuestra política está llena de aristócratas y señores.

En estas condiciones lo mejor es no volver. En El Salvador aún no se entiende –o se finge no entender- que los acuerdos, la sensatez y la decencia son necesarios en la política para resolver los problemas y para recuperar la credibilidad de la gente. No se entiende que cosas tan básicas como caminar por la calle o trabajar para vivir con tranquilidad son las cosas que realmente importan a las personas.

Entonces, ¿por qué regresar? Esa es la pregunta que hemos escuchado en algún momento  quienes vivimos fuera del país y que lamentablemente muchos prefieren ignorar. Es la pregunta que yo me hago mientras escribo estos párrafos.

Migrar pasa por preocuparse por el futuro. Muchos son expulsados por todos esos problemas que los políticos no logran resolver y que no dejan más opción que buscar el bienestar en cualquier otro lugar. Pero ayudar al país sigue siendo una prioridad: las remesas, las visitas en cada Navidad o en cada Semana Santa son solo ejemplos de la nostalgia y el dolor que causa ser salvadoreño en otro lugar. Algunos, que buscamos superarnos académicamente o encontrar un terreno fértil para nuestras profesiones, tenemos una ventaja, porque de alguna manera contamos con cierta libertad de decisión, libertad para incidir, libertad para cambiar las cosas.

Poner esa libertad al servicio de los demás es, quizás, una razón justa para regresar. La desintoxicación partidaria que cualquiera sufre fuera de El Salvador abre los ojos: es posible hacer las cosas bien. La gente espera simplemente que se sea coherente, que el individualismo quede de lado y que se logren cambios que, independientemente de donde vengan, permitan vivir en el país.

Muchas veces se habla de un golpe de timón para cambiar nuestra realidad, pero hay que ir más allá; nuestro país también necesita un cambio en su tripulación. Necesitamos líderes que demuestren que se puede cambiar al país y nos hagan creerlo posible. Nuestro país necesita políticos, empresarios y líderes sociales que nos hagan no querer salir de El Salvador.

Regresar al país no es un salto al vacío, sino una opción para reafirmar que como sociedad podemos mejorar, que aún muchos tenemos fe en que El Salvador puede ser un lugar digno para vivir. Es por eso que mi próxima columna será escrita desde San Salvador, en espera de poder encontrar y apoyar esos liderazgos, para que salir de nuestro país no sea más que una opción para pasar las vacaciones.

Héctor Pacheco es psicólogo social y economista salvadoreño,        residente en Buenos Aires, con maestría en Políticas Públicas de la Universidad Torcuato Di Tella.

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