‘Millennials’ en defensa de la autodeterminación

Una de las peores maldiciones chinas consiste en desear a alguien “vivir tiempos interesantes” y, sin duda, estamos viviendo tiempos extremadamente interesantes.

Entre tantas particularidades de nuestra época probablemente una de las más destacables es que, por primera vez en la historia, cuatro generaciones se encuentran participando activamente en la sociedad.

Para algunos, los millennials representan hordas de zombies del selfie que pasamos todo el día pegados a alguna pantalla. Para otros, somos una generación que se ha desvinculado de las instituciones y que al formar parte de la posmodernidad vivimos en múltiples realidades al mismo tiempo.

Se habla mucho de mi generación —para bien y para mal—, por lo que en general ya estamos acostumbrados a frases como “los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Este tipo de prejuicios no es nada nuevo, pues la frase anterior critica a la generación nacida en los años cuarenta del siglo pasado. La cita corresponde a William L. Patty y Louise S. Johnson, del libro “Personality and Adjustment” (1953 p. 277). Aunque en repetidas ocasiones se le atribuye erróneamente a Sócrates.

Ya los estoicos planteaban la concepción filosófica del eterno retorno, una concepción que lleva a reflexionar en algunos puntos de la historia que tienden a repetirse y que debido a ello aprendemos de nuestros errores. Por lo que el tiempo, la repetición y el cambio son partes fundamentales de lo que nos hace humanos.

Las generaciones también tienen un patrón repetitivo, pero nunca se había debatido tanto sobre una población que se distingue por su rango etario como se comenta y despotrica ahora sobre nuestra generación.

Los prejuicios carcomen a una generación que permitió la depredación de los recursos naturales y que cristalizó en gran medida su forma de ver el mundo a finales de los años ochenta del siglo pasado. El cambio generacional que se vive actualmente en Latinoamérica carece de una metodología que propicie una transición sana en nuestras sociedades. El tiempo corre y de acuerdo con estudios como el presentado recientemente por la corporación inglesa Hays, en los próximos 10 años, los millennials representaremos el 70% de la población económicamente activa.

Por desgracia para nuestras sociedades, la colaboración intergeneracional es un punto ignorado por gran parte de los líderes sociales, tomadores de decisión y generadores de opinión. El incesante avance tecnológico y la digitalización de la información comprenden un salto cuántico en la gestión del conocimiento que sigue siendo ignorado por gran parte de los así llamados “migrantes” o “huérfanos digitales”. Es aquí donde cobra especial importancia la colaboración intergeneracional en el que la experiencia, el uso de la tecnología y una visión globalizada e interconectada vayan de la mano.

Trabajar y relacionarse con personas de diferentes generaciones plantea un verdadero reto en sociedades adultocéntricas (y gerontocéntricas) como la nuestra, donde paradójicamente alrededor del 60% de la población es joven. Por lo que deja de tener sentido esa tendencia de aislar a determinadas generaciones. No me refiero sólo a mi generación sino también a los mayores y personas de la tercera edad que, sin duda, con su labor como mentores deben tener un papel fundamental.

El profesor y psiquiatra George Valliant asegura que “la biología fluye de arriba hacia abajo”, y debido a ello, estamos conectados a través de las generaciones. Además, en sus investigaciones ha demostrado que la colaboración intergeneracional ayuda a los jóvenes a aprender mientras los mayores se mantienen activos reforzando la cohesión social y ayudando a impulsar la economía, ya que los ciudadanos son productivos durante más tiempo. Los resultados de su estudio para Harvard hablan del beneficio de estas conexiones intergeneracionales, afirmando que es consustancial a la naturaleza humana.

La lucha por la autodeterminación

Si bien la apatía político-partidaria es una característica que se le achaca constantemente a mi generación, lo cierto es que la lucha por el derecho a la autodeterminación nos mueve; y nos mueve la lucha por el derecho a decidir nuestra forma y estilo de vida, nuestra libertad de perseguir el desarrollo económico, social, cultural y espiritual —de la forma en que cada uno considere—; nos mueve el derecho a organizarnos y pertenecer a un grupo libremente, el derecho a hacer con nosotros mismos lo que mejor consideremos sin injerencias externas y de acuerdo con el principio de igualdad.

Lamentablemente, nuestra sociedad, como la mayoría en Latinoamérica, no posee las estrategias necesarias para tender puentes de diálogo, colaboración y gestión del conocimiento con una  generación que se caracteriza por la impaciencia al momento de generar cambios dentro de la forma tradicional de generar pensamiento y desarrollar ideas.

En países como el nuestro, los conceptos de “colaboración intergeneracional” y el “derecho a la autodeterminación” tienen una gran fuerza y un carácter especialmente polémico.

Sin embargo, las Naciones Unidas han puesto de manifiesto la naturaleza fundamental de la autodeterminación como requisito necesario para la plena efectividad de los derechos humanos individuales y, por ende, de los derechos humanos. Pero en la realidad del Triángulo Norte de Centroamérica la mención de estos conceptos en el discurso político levanta temores irracionales de desestabilización.

En fín, ya lo decía Salvador Allende:

“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”

En esa línea, la gestión del conocimiento y la colaboración intergeneracional requieren nuevos liderazgos fuera del molde ochentero en el que boyan los partidos políticos en nuestro país. La necesaria evolución de la política nacional debe pasar por escuchar a todos los que formamos parte de la sociedad para así poder alinearse estratégicamente por el bien común.

Otro de los puntos importantes en la estrategia para iniciar un proceso de transición sana es la innovación que va más allá de lo tecnológico y que implica cambiar los modelos de desarrollo y trabajo. A nivel internacional existen diferentes ejemplos de ello que tarde o temprano irrumpirán en nuestra sociedad. Las tecnologías disruptivas —como el blockchain o la inteligencia artificial— serán claves en esta transformación y cambiarán las reglas del pacto social.


*NOTA: Si les interesa algo más puntual sobre la situación de nuestro país les recomiendo leer este artículo publicado en el 2015.

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