“La industria del amaño sigue en pie”

Rodrigo Arias es uno de los periodistas deportivos salvadoreños en ejercicio que más y mejor conoce el fútbol nacional, sus glorias, su historia, sus sinsabores. Desde que Factum nació, Rodrigo ha escrito una columna sobre deporte en la revista. En la edición actual –sobre fútbol– sus opiniones y edición han sido muy importantes. En esta conversación habla sobre la huella que dejó en el fútbol nacional el episodio de los amaños, sobre la posibilidad de que el futuro del fútbol salvadoreño deje, cuando menos, de ser su presente. Rodrigo Arias es, en el fondo, un hombre optimista, un periodista –pero más que eso un amante del fútbol– que funda su esperanza en entender que el deporte rey en América Latina y El Salvador es mucho más que quienes lo dirigen.

La CONCACAF, sabemos, está podrida, pero el fútbol es una caravana tan multitudinaria que no puede detenerse. Los bultos deben acomodarse en plena marcha.

¿Crees que es cierto eso de que esta Copa de Oro puede significar borrón y cuenta nueva para el fútbol salvadoreño después de los amaños de 2013?

El veredicto tardará en aterrizar. La camada anterior pudrió su reputación en poco tiempo. La generación actual tardará en hallar su identidad. Se le juzgará por su conducta a través de los años, no por un torneo.

Rodrigo Arias.

Es un lugar común decir que con los amaños se perdió una generación entera de futbolistas. Pero más allá del plano moral –si esos futbolistas merecían ser seleccionados dada su capacidad para hacer trampa y su desprecio por la camiseta–, ¿eran esos seleccionados valiosos en el nivel deportivo?

Los veteranos siempre son valiosos. El grupo anterior tenía a dos de los cinco futbolistas con más partidos internacionales en la historia de la selección (Marvin González y Alfredo Pacheco), y tenía a dos jugadores de clase internacional (Eliseo Quintanilla y Rodolfo Zelaya). La experiencia se renovará con los años. Los de un nivel futbolístico superior son más escasos. Dicho esto, el fútbol salvadoreño casi nunca tuvo a figuras que cambiaran resultados de forma drástica. La calidad de los Quintanillas o los Zelayas no garantizaban ventajas excesivas.

Ni en El Salvador se siguió la investigación sobre las responsabilidades en lo de los amaños ni en FIFA/CONCACAF se han terminado de establecer responsabilidad de federativos nacionales en el esquema de sobornos con Traffic, ¿cómo juega eso con lo deportivo, con la salud en general del fútbol nacional?

El fútbol de CONCACAF está acostumbrado a convivir con crímenes no resueltos. No es una ventaja, sino apenas mi visión pesimista. Los castigos por amaños en El Salvador fueron un caso aislado. La industria del amaño sigue en pie, y no se combate. No hay voluntad de hacerlo. Los demás escándalos de FIFA y la CONCACAF se resolverán en cortes superiores. Nuestras federaciones cumplen un papel periférico y rezan para no salir salpicadas. No son inocentes, pero apenas son vocales del sindicato.

¿Tiene sentido una Copa de Oro en estas condiciones, con los presidentes de CONCACAF presos, con pistas de que los derechos de marketing siguen siendo producto de sobornos?

Los directivos no son la CONCACAF. Los torneos funcionan sin ellos. Los últimos dos Mundiales de la FIFA, el sub 20 de Nueva Zelanda y el Femenino de Canadá, se organizaron sin Blatter ni sus principales directivos, que se negaron a viajar a las sedes. Cuando asumió el mando en 1998, el mismo Blatter fue quien impuso la costumbre de que el presidente de la FIFA entregue las copas a los capitanes ganadores. Los presidentes anteriores, Sir Stanley Rous y Joao Havelange, cedían ese gesto a los mandatarios de los países anfitriones. Blatter, no. Ahora la primavera de Zúrich obliga a su ego a guardar dieta. La CONCACAF, sabemos, está podrida, pero el fútbol es una caravana tan multitudinaria que no puede detenerse. Los bultos deben acomodarse en plena marcha.

En el caso de El Salvador, y en el marco de este esquema de corrupción generalizada, ¿qué tan posible es que el fútbol exista de otra manera, de una manera competitiva, capaz de volver a llevar gente a los estadios?

El fútbol salvadoreño necesita otro tipo de directivos. Unos a quienes no les interese el protagonismo personal. Los actuales van a la tribuna a emocionarse como aficionados primarios, quienes creen saber cuándo hacer los cambios, que se expresan como críticos expertos en táctica y estrategia. Gastan enormes cantidades de tiempo y energía jugando al dictador, cambiando entrenadores como niños caprichosos y acomodados ansiosos siempre por juguetes nuevos. Piensan poco y se asesoran mal. Creen que la fórmula para atraer aficionados es combatir el gusto por el fútbol extranjero. Se casaron con ese discurso y no salen de ahí. Sería ideal tener directivos honestos, pero se puede progresar a pesar de ellos, como pasa en Costa Rica, donde la clave del éxito son sus divisiones inferiores. Como ejemplo, el Saprissa invierte alrededor de un millón de dólares al año en fuerzas básicas, y luego recupera la inversión con ventas como la de Joel Campbell a Europa. Estamos a años luz de eso. A los directivos salvadoreños les parece excesivo gastar en educación, pero le pagan cerca de un cuarto de millón de dólares al año al actual entrenador de la selección nacional, cuyos resultados no son ni remotamente mejores a sus antecesores. La gente nota este liderazgo contradictorio e infantil. Pero los estadios vacíos no se explican por eso, sino por la absoluta ausencia de un mínimo estándar de calidad en el servicio al cliente. Los estadios son sucios, insalubres e inseguros. Los directivos no combaten a los sectores radicales de las barras, que espantan al consumidor. Para que la gente vuelva a los estadios necesitan garantías de seguridad y respeto. Eso y un mayor trabajo conceptual en el sentido de pertenencia entre el aficionado y su equipo. Nuestros directivos dicen que la gente llega al estadio cuando un equipo gana. Mentira. El Isidro Metapán no tiene afición numerosa y gana casi siempre. El vacío pasa por la rala interacción entre el equipo y sus seguidores. Tal relación se construye por generaciones, no a corto plazo. Ninguno de los actuales directivos de equipos grandes los administran desde el siglo XX. Son nuevos y sus lazos con la historia son ligeros. Son directivas de paso, nómadas, y así es casi imposible un progreso sostenido.

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