El inesperado No en el plebiscito colombiano aún retumba en el mundo. Con el acuerdo de paz inservible, pese a la magna ceremonia con el que se llevó a cabo, dos preguntas se mantienen intactas: ¿por qué Colombia votó en contra del acuerdo? y ¿cuál es el paso a seguir para terminar -de una vez por todas- más de medio siglo de conflicto armado?
Durante tres días y sus noches no paró de llover en la costa Caribe colombiana. Como puesta en escena macondiana, los habitantes más humildes de departamentos como Bolívar, La Guajira y Magdalena, escenarios tradicionales del conflicto armado, trataban de controlar los estragos del huracán Matthew en vez de salir a votar en el plebiscito que definiría si los colombianos apoyaban o no el Acuerdo de Paz al que llegaron el Gobierno Nacional y la guerrilla de las FARC. El resultado: la abstención promedio de los tres departamento alcanzó el 78%.
A las 5:30 de la tarde ya era un hecho. Con un margen de diferencia menor al 1%, lo que equivalía a menos de 60,000 votos, el No ganaba en la consulta y un silencio tibio se posaba por unos minutos entre los incrédulos de ambos bandos, quienes ya daban por hecho que ganaría el Sí. Hasta el 27 de septiembre, las encuestas mostraban que el 67% de personas manifestaban su intención de votar, y que 55% daban su bendición al Acuerdo de Paz que daría por terminado los 52 años de enfrentamiento bélico entre el Estado colombiano y la guerrilla más antigua del mundo.
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Millones de personas alrededor del mundo miraron estupefactos los resultados, preguntándose ¿por qué los colombianos le dirían que No a la paz? La respuesta es más compleja que la pregunta porque tiene muchos frentes. Uno de esos es que Colombia, un país tradicionalmente polarizado, no ha llegado al punto de encuentro entre la reconciliación y la justicia con una entidad de insurgentes que ha sido por décadas el monstruo armado más temido y poderoso del país. Durante los últimos 52 años han muerto más de 220,000 personas, hay más de 50,000 desaparecidos y la forma de financiación de las FARC incluye actividades como el narcotráfico, la minería ilegal y el secuestro. Si ganaba el Sí, la justicia que recibiría las FARC no terminaba de satisfacer a quienes consideraban que el Acuerdo era un acto de condescendencia del Gobierno de Santos.
Otra razón muy vinculada a la polarización es el poder que aún ejerce el expresidente y ahora senador del partido Centro Democrático, Álvaro Uribe, quien lideraba la campaña del No y ha sido ferviente opositor a la gestión del presidente Juan Manuel Santos. Este último fue elegido por primera vez en 2010 gracias al apoyo que Uribe le brindó en campaña al entregarle la batuta de su legado, título del que Santos se sacudió una vez tomó posesión. Dejando a un lado el camino de la guerra y comenzando los procesos de negociación hace seis años, Santos le dijo al mundo que el fin del conflicto se lograría a través del diálogo y no las armas, como lo había trabajado por 8 años el gobierno de Uribe.
Una de las contradicciones más impactantes del resultado es que en los departamentos mayormente rurales donde hubo más afectación por el conflicto armado, como Chocó, Nariño, Cauca o Vaupés, ganó el Sí de manera abrumadora. Sin embargo, y como se venía hablando desde hace varios días, fueron los votantes de las zonas urbanas, donde se ha sufrido poco el conflicto, los que definieron el resultado; y personas que nunca vivieron la violencia decidieron que preferían renegociar o acabar con el Acuerdo, antes que aceptar los términos que se habían pactado.
Dos de las zonas más definitorias fueron la del Eje Cafetero, incluyendo a Antioquia, territorio dominado por el uribismo y los valores conservadores que hacen oposición al gobierno actual; y la zona de los santanderes, dos de los departamentos con más cercanía a Venezuela, quienes han tenido que vivir en carne propia los estragos políticos, diplomáticos y económicos del vecino país y que veían en el ingreso de las FARC a la política una amenaza inminente, y la posibilidad de que el país se transformara en “Castro-Chavista”.
Todas las partes, incluyendo a las FARC, han manifestado su intención de seguir buscando consenso a través del diálogo. El presidente Santos reiteró su voluntad de seguir trabajando por la paz, y durante la mañana del 3 de octubre convocó a líderes de todos los partidos políticos para armar una coalición, además de respaldar al equipo negociador que llegó al Acuerdo rechazado. Sin embargo, el partido de Uribe, el Centro Democrático, no asistió a la reunión reafirmando que es con ellos con quienes se debe negociar antes de cerrar un trato con las FARC. Por su parte, Rodrigo Londoño (Timochenko) declaró que esta guerrilla mantendría el Cese al Fuego Bilateral, en tanto se pueda encontrar una solución negociada.
Ahora la palabra la tiene el equipo del No, quienes, tan sorprendidos como el resto de los colombianos y el mundo, no esperaba esta mínima victoria. Ante un país tan dividido, pues la mayoría solo representa la mitad del 35% de la población votante. Se habla de una Asamblea Constituyente, se habla del deseo de Uribe de volver a ser presidente y se entiende por sus palabras que no hay reconocimiento a la autoridad del Gobierno de Santos. Para ellos, salir de este lugar de incertidumbre en el que se estancó Colombia desde la tarde del 2 de octubre, puede consistir en esperar la renuncia del presidente o esperar a poner a alguien que lo reemplace en 2018.
La tarea no es fácil, quedan dos años del gobierno de Santos y son los colombianos de a pie los que tienen que encontrar la forma de convivir con sus adversarios políticos en el día a día, mientras los que ejercen los puestos de poder toman las decisiones adecuadas para hacer políticas públicas que acaben con los años de conflicto. Mientras tanto, se abre un camino de oportunidades y desafíos. Todos esperan que no muera una sola persona más en esta batalla interminable. La horrible noche no ha acabado, así que amanecerá y veremos.
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Foto principal: Galo Naranjo/con licencia Creative Commons. |
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