El embajador de El Salvador ante la ONU, Rubén Zamora, y el fundador del periódico electrónico El Faro, Carlos Dada, expusieron ante un grupo de salvadoreños de Nueva York su experiencia y análisis en torno a la dimensión política del prelado, asesinado hace 35 años.
El legado político de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador asesinado el 24 de marzo de 1980 y en camino a la beatificación, fue objeto de discusión en un foro a propósito del aniversario de su asesinato a manos de un francotirador cuando oficiaba la misa.
El crimen -cuya autoría intelectual fue adjudicada por la Comisión de la Verdad al fundador del partido Arena, Roberto d´Aubuisson- marcó el inicio de la guerra civil que empujó a cientos de miles de salvadoreños a emigrar a Estados Unidos y permanece impune hasta ahora.
La Misión Permanente de El Salvador ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) organizó un foro el viernes 20 de marzo al que asistieron delegaciones de Nueva Jersey y Long Island, los lugares de mayor concentración de salvadoreños en el área que se preparan para ambos acontecimientos.
El titular de la Misión, Rubén Zamora, compartió su experiencia personal de los años 60, cuando era un joven seminarista y periodista del periódico oficial de la Iglesia, el semanario Orientación. El periódico había atravesado una época de decadencia porque los párrocos se resistían a comprarlo; en la lucha por mantenerlo, el arzobispo de entonces, Monseñor Luis Chávez y González, autorizó la contratación de estudiantes y Zamora estaba asignado como reportero de las luchas sindicales. Su trabajo era hablar con los organizadores de las huelgas. Cuando Monseñor Romero fue nombrado director de la publicación, “lo primero que hizo fue echarnos a todos”, recordó Zamora.
En ese entonces, dijo el embajador, Romero entendía la pobreza como una situación particular y ayudaba a los más necesitados de forma convencional, con limosnas, pero fue golpeado por las condiciones de miseria en la que vivían los cortadores de café en Santiago de María, donde se desempeñó como obispo. Su cambio de pensamiento fue moldeado, además, al asistir a las clases sobre realidad nacional impartidas en el Centro de Formación Campesina de Jiquilisco (Usulután), donde se exponía el recelo por el plan gubernamental de la transformación agraria, narró.
La dimensión política de Romero se transformó al descubrir la pobreza como un problema social con profundas raíces estructurales, más allá de las circunstancias individuales de las personas. Pero no fue de la noche a la mañana, añadió.
Zamora recordó un segundo momento de su relación personal con Romero: la aflicción que vivió en un mitin multitudinario en el centro de San Salvador. El 27 de febrero de 1977, él formaba parte de la Unión Nacional Opositora (UNO), que fue víctima de fraude electoral por los militares que instauraron al general Carlos Humberto Romero, del Partido de Conciliación Nacional, en la presidencia. El candidato presidencial opositor, el coronel Ernesto Claramount, anunció -sin consultarlo con el resto de dirigentes- que se quedaría en la Plaza Libertad hasta que “le devolvieran la elección que le habían robado”, contó el diplomático.
Añadió que recibieron un aviso: que esa noche el mitin sería intervenido militarmente. Por sus vínculos religiosos, Zamora fue delegado para pedir a Monseñor Romero que llegara desde Usulután para interceder por ellos. “Voy a rezar esta noche por ustedes”, fue lo único que dijo, después de un prolongado silencio.
Ante la negativa, los dirigentes opositores pidieron ayuda a los sacerdotes dominicos a cargo de la Iglesia El Rosario. Aunque inicialmente dudaron que recibirían ayuda, los dominicos les dijeron que, amparados en el mandato eclesiástico de brindar refugio a quienes lo necesitan, les entregarían las llaves.
La manifestación fue atacada y aunque se denunció la muerte de decenas de personas, el régimen lo negó.
El asesinato del jesuita Rutilio Grande (menos de un mes después del incidente electoral), a manos de militares, marcó el inicio de la confrontación directa de Monseñor Romero con el régimen y su discurso en la defensa de los derechos humanos, añadió Zamora. “En su última homilía prácticamente llama a la rebelión… pero para el Ejército”, para que desobedecieran las órdenes de reprimir a la población.
El veterano político, además de ser miembro de la UNO, formó parte la delegación política de la ex guerrilla del FMLN que negoció y firmó la paz con el gobierno salvadoreño en 1992 y fue el primer candidato presidencial por la izquierda en la posguerra (1994).
“Monseñor Romero es el más salvadoreño de todos los salvadoreños y el más universal de los salvadoreños”, dijo al público.
“Se mantuvo vivo para los salvadoreños”
La segunda intervención del foro -que se mantuvo en pie a pesar de una fuerte nevada en el primer día de primavera- estuvo a cargo del periodista Carlos Dada, fundador del periódico digital El Faro y autor del revelador reportaje “Así matamos a Monseñor Romero”, con el testimonio del capitán Álvaro Saravia, uno de los conspiradores.
Dada, quien recibió en 2011 el premio María Moors Cabott de la Universidad de Columbia y actualmente es uno de 16 becados por el Cullman Center for Scholars and Writers de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL), realiza una exhaustiva investigación para ampliar el contexto sociopolítico que rodeó el asesinato de Romero.
El periodista comenzó su exposición mostrando la copia de una de las amenazas de muerte que recibió el Arzobispo en mayo de 1979, en la que un grupo llamado La Falange usó una esvástica para advertir a Romero que estaba “a la cabeza de un grupo de clérigos que en cualquier momento recibirán unos 30 proyectiles en la cara y en el pecho”.
“Los gobiernos de Arena (derecha) lo eliminaron (a Romero) físicamente de los libros y la historia nacional, pero se mantuvo vivo por los salvadoreños”, afirmó.
Añadió que el proceso para elevar a los altares a Romero, desde la perspectiva de la Iglesia Católica, ha tratado de presentar una imagen “apolítica” del arzobispo cuando, a su juicio, eso es imposible; él ocupó el poder de su palabra y comenzó a ejercer la política desde el púlpito. “Ese es el gran legado de Monseñor Romero”, apuntó.
Recordó cómo el prelado fue aislado por los obispos que estaban “cómodos con el poder”, lo que le valió muchas críticas en Roma y el recelo del mismo Papa Juan Pablo II, combatiente del régimen autoritario de corte comunista en su natal Polonia.
Dada citó las cartas pastorales de agosto de 1978 y 1979 en las que Romero analiza las causas reales de la violencia social, que estaba llegando a un punto sin retorno en El Salvador. Los documentos, que son objeto de estudios académicos y teológicos, tienen planteamientos eclesiásticos basados en la opción preferencial por los pobres del Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Conferencia Episcopal de Medellín (1968).
En particular, en la de 1979, Romero denuncia que “la idolatría de la riqueza” desencadenó en El Salvador la violencia estructural y represiva, y que la raíz última de la violencia es el conjunto de circunstancias que permiten a los ricos ser más poderosos y a los pobres más débiles.
Desde Rutilio Grande hasta los sacerdotes jesuitas en 1989, más de 20 religiosos -incluidas cuatro misioneras estadounidenses de la orden Mariknoll- fueron asesinados. “Hubo una persecución sistemática contra la Iglesia Católica y el comunismo fue el pretexto perfecto”, destacó Dada.
Dada está convencido de que la historia da muchas lecciones sobre lo que sucede en El Salvador, especialmente en el ámbito de la violencia. “Es la herencia de la impunidad que nos dejó la paz”, dijo al responder a las continuas críticas que recibe El Faro por ahondar en el pasado reciente; ese, dice, es su grano de arena para saber qué fue lo que nos pasó.
Sobre su libro, el periodista afirmó que se centra en explicar las circunstancias que permitieron el asesinato de Monseñor Romero, cómo funcionaban las estructuras de poder y militares. Desafortunadamente hay muy pocos documentos sobre el tema -aunque existen varios escritos por militares- y muchos se encuentran fuera de El Salvador.
Carmen Molina Tamacas es periodista salvadoreña. Pueden encontrarla en Twitter como @CTamacas
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