150 locos que desafiaron al Viernes 13

Había demasiados presagios que apuntaban al arribo de las pesadillas de un viernes 13. Desde el pesimismo esparcido como una peste por un país necesitado de aferrarse a su pasión futbolera para borrar la amargura de las frustraciones cotidianas, hasta el manto gris del cielo que empapó a la Ciudad de México en plena mañana. La cosa pintaba mal.

Seis años atrás, cuando la selección de El Salvador visitó el Estadio Azteca, mientras se aferraba al sueño de acudir al mundial de Sudáfrica 2010, viví la experiencia de asistir al mismo sector del estadio: Rampa 5, en las alturas, donde siempre se revuelve el estómago por el vértigo de contemplar el juego de las 22 hormigas danzantes. Pero esta vez fue distinto. En aquella ocasión, México certificó su clasificación al único mundial africano de la historia. Muy distinto a la situación actual, donde el camino azteca apenas arrancaba. Sin la memoria fresca de reconocer los tapabocas a manera de insulto con los que los salvadoreños les recibieron en el Estadio Cuscatlán en 2009; y con las noticias del desastre federativo que rodea a “la selecta” actual —que los colocaba como mansos becerros que admitían que no había manera de eludir el rastro—, México inició un fin de semana de puente vacacional sin mucho afán por apoyar a su selección en el Estadio Azteca. Al final serían casi 60 mil personas las que asistirían, una cifra apabullante para el estándar salvadoreño, pero mediocre en comparación a las citas grandes del estadio más importante de México.

Tres horas antes del inicio del partido, el estacionamiento del estadio aún lucía vacío y, exceptuando las ventas instaladas a los alrededores del recinto, no había demasiada euforia. Martín González ofrecía pintar cachetes con el escudo mexicano en el obligado verde, blanco y rojo a cambio de 10 pesos ($0.60 centavos de dólar, al cambio actual). Cuando le pregunté si acaso también ofrecía la pinta del escudo salvadoreño, sorprendió al demostrar que sí, aunque solo en pintura blanca, no en azul.

Cielo nublado y poca afluencia de personas al Estadio Azteca. Ese era el panorama a falta de tres horas de inicio del partido. Foto de Orus Villacorta.

Cielo nublado y poca afluencia de personas al Estadio Azteca. Ese era el panorama a falta de tres horas de inicio del partido. Foto de Orus Villacorta.

Diez pesos valía pintarse la carita con el escudo de cualquiera de las dos selecciones en disputa. Foto de Orus Villacorta.

Diez pesos valía pintarse la carita con el escudo de cualquiera de las dos selecciones en disputa. Foto de Orus Villacorta.

Dado que los precios de la comida y la bebida en el interior del estadio suelen ser bastante elevados, mucha gente prefería comer afuera, en los pequeños tianguis improvisados que se instalaron alrededor del parqueo. La oferta incluía tacos, tortas, pambazos, gorditas y mucho más.

Poco a poco fue llegando más gente. Por el mismo tema del precio de las bebidas, muchas personas preferían estacionar sus vehículos y quedarse ahí “cheleando” y escuchando música, para decidir ingresar al estadio a falta de media hora para el inicio del partido.

Y de a poco, fueron apareciendo camisetas azules. Dos autobuses con muchos de los casi 150 salvadoreños que se organizaron para asistir al partido en un solo bloque aparecieron a eso de las 7:00 de la noche. Pronto la policía los escoltó para que ingresaran sin tener ningún incidente. Muchos de estos aficionados provenían de El Salvador, gente que en apariencia parecía tener ciertas comodidades económicas y que compartieron el mismo vuelo charter en el que viajó la selección. Otra bloque consistía en salvadoreños residentes en Estados Unidos y que habían decidido vivir la experiencia de apoyar al equipo en uno de los estadios más famosos del mundo. Ya todos juntos —y omitiendo los no pocos insultos que recibían de algunos aficionados mexicanos— el salvadoreño se envalentonaba. Sin embargo, es justo aclarar que, previo al partido, el ambiente era sano, sin demasiadas hostilidades. Muy alejado de lo que ocurriría si la situación fuera a la inversa.

Entre los pocos salvadoreños que acudieron a apoyar a “la selecta”, distinguí la presencia de Max Méndez, cantante del grupo “Frigüey”, quien aprovechó un viaje laboral para asistir al estadio. Max fue bastante optimista y diplomático al compartir su pronóstico del partido:

“Creo que si nos enfocamos y nos liberamos de tantas cositas que, de repente, los salvadoreños tenemos en la cabeza, podríamos sacar un buen resultado. Yo creo que tal vez un 0-0, un 1-1, podría ser decoroso y yo le estoy tirando vibras para que eso pueda pasar”.

– Max Méndez, previo al inicio del partido México-El Salvador.

Por ahí encontré a otros salvadoreños más: Henry Barahona, un usuluteco que también ansiaba el empate como un resultado positivo; Julio Alvarado, un estudiante que ya lleva un año radicando en México DF, y quien dijo que sabía de los problemas que el equipo ha tenido pero que nunca dejaría de apoyarlos; y también ubiqué a dos hondureños, Wilmer Lino y Darlin Osorio, quienes llegaron a apoyar la labor del “Primi” Maradiaga, el técnico catracho que actualmente dirige a la “selecta”.

Ya ubicados en la altura de los graderíos del sector general, cabecera sur, era inevitable comentar sobre el vértigo que causa dicha localidad. Entre el centenar de salvadoreños que por entonces estaba ya apostado entre las barricadas policiales había uno que destacaba en especial: Ricardo Ernesto Montano Rivera, el famoso “Indio Cuscatleco”, que ya posee 15 años de estar acompañando al equipo salvadoreño, vaya donde vaya. Muchos se tomaban fotos y videos con este personaje y él respondía siempre amablemente.

Antes del inicio del partido se guardó un minuto de silencio por las víctimas de los atentados terroristas en Francia y luego llego el momento de cantar los himnos. Por dos horas, el equipo salvadoreño no ofreció mucha oportunidad para celebrar gran cosa, pero el canto del himno es lo que estos 150 viajeros archivarán en la memoria.

"El Indio Cuscatleco" posa con un aficionado previo al inicio del juego entre México y El Salvador en el Estadio Azteca. Foto de Orus Villacorta.

“El Indio Cuscatleco” posa con un aficionado previo al inicio del juego entre México y El Salvador en el Estadio Azteca. Foto de Orus Villacorta.

Uno de los aficionados salvadoreños más eufóricos que estuvo presente en el Estadio Azteca se emociona al cantar el himno nacional. Foto de Orus Villacorta.

Uno de los aficionados salvadoreños más eufóricos que estuvo presente en el Estadio Azteca se emociona al cantar el himno nacional. Foto de Orus Villacorta.

Himno en el Azteca from Revista Factum on Vimeo.

Y entonces dio inicio el partido o, mejor dicho, el acoso a la portería salvadoreña. Cinco minutos habías transcurrido y ya México había tenido casi que una oportunidad clara de anotar por cada minuto. El optimismo comenzaba a esfumarse al ver a los nuestros en completa desorientación, pero afortunadamente los rivales —y en especial Javier “Chicharito” Hernández— se habían calzado los tacos al revés.

Sin embargo, el gol del local no se haría espera demasiado. A continuación un video que demuestra cómo se vivió esa primera anotación desde la barra salvadoreña:

El resto de emociones se repartían entre tantas oportunidades falladas, dos goles más recibidos y, sobre todo, el intercambio de insultos con la afición mexicana. Entre las 150 camisetas azules repartidas en las gradas, no todas le pertenecían a salvadoreños. Algunos de ellos eran mexicanos que compartían una marcada simpatía —por amistades— con El Salvador. Ernesto Arteaga, periodista de Grupo Dutriz, entrevistaba a Rodrigo Perera Ramos y Daniel Sule, dos mexicanos que estaban apoyando a El Salvador, cuando la plática se veía opacada porque en ese instante muchos salvadoreños le dedicaban cierta “poesía” a la afición mexicana con calificativos como “chuchos”, “hijos de puta” o el ya clásico “culeeeeeeeros”.

El partido se iría diluyendo poco a poco. La ola para matar el tedio, el grito de “puuuuuuto” ante cualquier saque de puerta rival y el ya trillado canto de “cielito lindo” para sacar exhibir el cada vez más cuestionado pedigrí. México ganaría 3-0 y, pese a la derrota salvadoreña, el ánimo no decayó mucho al abandonar el recinto. Terminado el encuentro, la policía escoltaría a los aficionados salvadoreños a la salida. Ahí se vivió uno de los momentos más emocionantes, cuando pese a los insultos de algunos mexicanos, un buen grupo de salvadoreños saltaba y cantaba entre aplausos que hubieran hecho creer a cualquier despistado de que ellos habían ganado por goleada el partido. Pero no… O quizás hay maneras distintas de ganar, maneras de entender la victoria como el acto de preservar buena parte del orgullo y no como un mundano e insulso contador de goles.

Salida del Estadio Azteca from Revista Factum on Vimeo.

Muy probablemente al fútbol salvadoreño lo seguirán haciendo pasar pruebas profesionales con tratamiento amateur, pero su afición seguirá ahí, fiel, siempre leal, aguantándolo todo: años de frustraciones y decepciones, amaños, caos organizativo y corrupción. Soportando este y todos los viernes 13 que esperen en el futuro… Siempre habrá 150 locos con ganas de desafiar la lógica.

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