Al oído del nuevo fiscal general

Señor fiscal general. Supe de usted a finales de los años 90, cuando usted era ya uno de los fiscales específicos que más aparecía en la televisión hablando de casos sonados en aquellos años. Yo era entonces reportero del área judicial de La Prensa Gráfica, un periódico que, al igual que la Fiscalía General en su momento, intentaba ajustarse a los nuevos tiempos, los de la paz. Yo, como usted, tuve jefes que no me dejaban, entonces, hablar demasiado alto sobre los temas tabú de la posguerra, como la corrupción de los gobiernos de ARENA. Tampoco a usted lo dejaron, en muchas ocasiones, seguir hasta meter presos a los culpables de verdad, a los que ordenaban matar.

Eran años complicados aquellos: nos atrevíamos de a poco, tanteando, a romper las fronteras de lo permitido por la inercia de la guerra y el autoritarismo.

Recuerdo que, a pesar de aquellos jefes suyos que no lo dejaban hacer lo correcto o lo obligaban a hacer lo incorrecto, usted y otro grupo de fiscales jóvenes, como Aquiles Parada, quien hoy será su adjunto, Julio Arriaza, Pedro Cruz o la misma Deysi Posada, se esmeraron por hacer cosas que, a pocos años de la desmilitarización de la seguridad pública, fueron sorprendentes. Porque, a pesar de que su Fiscalía no hizo todo lo necesario para procurar justicia en casos como el de Ramón Mauricio García Prieto, el de Adriano Vilanova o el de Katya Miranda (los dos primeros le atañen personalmente), hoy entiendo que usted y aquellos fiscales hicieron cosas que entonces eran impensables, como meter presos a policías asesinos; eso, como sabe, no ha vuelto a ocurrir con frecuencia, sobre todo si se trata de oficiales de alto rango que usted conoce bien (escribí un libro sobre eso, cuando quiera le regalo una copia).

Le reconozco que meter preso a Romero Alfaro, alias Zaldaña, no fue poca cosa, sobre todo cuando Romeo Barahona, un abogado que luego llegaría a la silla que hoy usted ocupa, protegía a ese sicario, quien como recordará, actuaba con toda impunidad desde la mismísima División de Investigación Criminal, la DIC, nefasta en varios tramos. Y le reconozco también el valor de meter presos a Raúl García Prieto y a Carlos Perla, a pesar de todas las presiones de ARENA y sus satélites. No fue poco.

Hay quien aún dice que el caso secuestros tuvo mucho de tamal armado para fregar al Frente. Yo no lo creo: sé que había gente mala en la izquierda política salvadoreña de la posguerra, quienes se quedaron, como los trasnochados de la derecha, soñando con la locura de la guerra. Pero, eso dicho, usted sabe tan bien como yo lo supe, que la Fiscalía, ya entrada la década de 2000, volvió a especializarse en armar tamales por razones políticas, sobre todo cuando los señores Adolfo Tórrez y Herbert Saca metieron sus manos.

Usted se fue de la Fiscalía justo cuando aquellos chispazos de valentía y buenas prácticas, que de vez en cuando terminaban en condenas, eran cada vez más raros. Se fue en 2004, después de que la administración Flores hiciera de la Mano Dura el único argumento de seguridad pública, lo cual además de convertir a las pandillas en el fenómeno criminal que son hoy sirvió para tapar la entrada del narco a la fuerza pública del país con la complicidad del mismísimo director de la PNC, el comisionado Ricardo Menesses.

Dicen quienes defienden su elección como fiscal general que una de sus principales cualidades es que usted es un fiscal de carrera. Coincido en parte: será útil para usted, claro, conocer todos los vericuetos de la Fiscalía General, sus fortalezas, su cultura institucional, las credenciales de los buenos fiscales —que los hay, créame; he hablado con fiscales de Vida ante quienes me quito el sombrero por su valor para enfrentar, sobre todo, a policías corruptos— y para identificar a los malos. Pero ser “de carrera” también puede ser una trampa de poder, compadrazgo y corrupción. Uso el caso de Menesses para ilustrar: él fue el primer policía de carrera en llegar a la dirección general de la PNC, y ya ve, el presidente Saca tuvo que mandarlo a Washington a petición de sus propios ministros, de la DEA, del FBI, quienes lo acusaron de proteger a narcos.

Ser “de carrera” le valdrá, eso sí, para entender que la Fiscalía General es una de las instituciones más importantes para la democracia salvadoreña en la actualidad. Por su escritorio pasarán buena parte de las posibles soluciones al problema de seguridad pública que vivimos (más de 100 homicidios por cada 100,000 habitantes en 2015 como sabrá).

No es fácil, no. Por hoy tiene la mayoría de cosas en su contra: los partidos que lo eligieron le pedirán—imagino de hecho que ya empezaron a hacerlo— favores feos, sucios. Con toda humildad le recomiendo: mándelos al carajo. Usted es ya el fiscal general de la república, no se deje mangonear por ellos; más bien procéselos y métalos presos cuando toque.

En su contra tiene, también, el desprestigio de la Fiscalía General.

Antes de usted hubo “fiscalones”—se acordará que así les decíamos hace 20 años— mediocres, cobardes, grises, gangueros, poquiteros, acomodados, y tal vez alguno que trató pero se cansó muy rápido. Y antes de usted, justo antes de usted, estaba uno que, como lo hizo Menesses en la PNC, puso a la Fiscalía al servicio del crimen organizado. Se llama Luis Martínez y bien haría usted en empezar por hacer investigación penal todas las denuncias que sobre él hemos escrito algunos periodistas.

Ese fiscal, Luis Martínez, favoreció a un chero de él, el señor Enrique Rais, a quien usted conoce bien porque lo procesó en otro caso, el del BFA. También malogró investigaciones contra el Cartel de Texis y estuvo a punto de malograr la posibilidad de una investigación seria en el caso del ex presidente Flores. Todo eso usted ya lo sabe. Se lo recuerdo solo para que quede en el récord.

Y la tiene más difícil aún porque hoy El Salvador necesita ir, de inmediato, del peor fiscal general que recuerda al mejor que pueda esperar; no a uno mediocre, pusilánime o acomodaticio. El próximo fiscal general, es decir usted, tiene que ser valiente, inteligente, atrevido para depurar su Fiscalía, ayudar a depurar a la Policía, para investigar con ciencia y efecto a los liderazgos pandilleros y quebrarlos de una vez, para empezar a meter presos a los corruptos de izquierda y derechas que siguen enquistados en el poder (varios de ellos votaron por usted), para hacer justicia a las víctimas del pasado.

Dicen que hay que darle el beneficio de la duda. Yo estoy de acuerdo. Le soy honesto, me gustaban más otros candidatos, pero eso ya no importa. Repito: usted es ya el fiscal general de la república; sea de hoy en adelante el fiscal que El Salvador pide a gritos.


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