Te llamarás Patricia Conde

Patricia es una mujer trans de 68 años que ha vivido más de cinco décadas con un nombre con el que no se siente identificada. Después de cinco meses de una orden judicial, la Asamblea Legislativa sigue sin cumplir el mandato de legislar para que personas como Patricia puedan tener un nombre con el cual se identifiquen.

Patricia Conde Leiva está a punto de cumplir 68 años. Es posiblemente una de las mujeres trans más longevas de El Salvador y dice sentirse orgullosa por ello. Cuenta que le gustaría celebrar su cumpleaños junto a sus amigas, otras mujeres trans mucho más jóvenes que ella, porque sus viejas amigas no pueden asistir. Ya no están.

Cuenta Paty que sus viejas amigas murieron asesinadas o migraron. Dos de los destinos más comunes para las mujeres trans. Comcavis Trans, una organización que trabaja para defender los derechos de la comunidad, lleva cuenta de 42 asesinatos de mujeres trans cometidos entre 2011 y 2021. Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el promedio de vida de las mujeres trans en El Salvador es de 33 años. Patricia logró superar ese umbral.

“Vos te vas a llamar Patricia Conde”, recuerda que le dijeron sus viejas amigas. Ella, sin cuestionarlo mucho, adoptó el nombre de la actriz de cine mexicano, muy famosa en los años 60: Patricia Conde. Y ese es el nombre que la identifica desde hace 54 años. Ese es el nombre de Paty para todos, menos para el Estado. Pues en El Salvador no existe ninguna ley que le permita a ella, y a otras personas trans, cambiar su nombre ni su género legalmente.

Por muchos años ella ha portado su Documento Único de Identidad con un nombre que no le corresponde, aunque el artículo 36, inciso tercero de la Constitución de la República señala que “toda persona tiene derecho a tener un nombre que la identifique”. La aprobación de una ley de identidad es un deseo que ella, como muchas mujeres trans, ve difícil que se cumpla.

El 22 de febrero de 2022, la Sala de los Constitucional de la Corte Suprema de Justicia calificó de “acto discriminatorio no justificado” la falta de regulación y condiciones para el cambio de nombre por razones de identidad de género. Por ello, ordenó a la Asamblea Legislativa reformar la Ley del Nombre de la Persona Natural. Cinco meses después la Asamblea sigue sin legislar al respecto.

La invisibilización es tal que ni tan siquiera existe un dato oficial de cuántas mujeres trans viven en El Salvador.

Patricia, que no aparece en ningún documento oficial con ese nombre, dice que anhela que en cuatro años, cuando tenga 72 y le toque renovar su DUI, pueda ver por fin, su nombre en él.

“Vos te vas a llamar Patricia Conde”: esas fueron las palabras que Paty recuerda de sus compañeras. “Me pusieron así por la actriz mexicana, pero yo nunca conocí a esa mujer”, relata. Tenía 14 años cuando la “bautizaron” echándole una cerveza en la cabeza.

Aunque casi toda su vida ha sido conocida como Patricia Conde, tiene pocas esperanzas de ver ese nombre en su DUI. “Claro que quisiera (que se aprobara la ley de Identidad), pero eso a saber cuándo va a ser, quizá nunca”.

Cuando en la calle o en algún establecimiento no respetan su expresión o su pronombre, no responde. “Mal me cae eso, no volteo ni a ver, me hago la sorda”, dice.

Para Patricia, llegar a ser respetada al realizar trámites cómo renovar su DUI o ir al hospital ha sido todo un proceso. Relata que en una ocasión discutió con uno de los empleados del duicentro porque no le permitían aparecer en la fotografía con maquillaje. Con el tiempo, notó un cambio, pues ahora la foto en su DUI la representa.

También recuerda cuando una doctora se negaba a llamarla Patricia. Ahora la llama por sus apellidos. Aunque , según dice, generalmente el personal médico respeta su identidad y su expresión.

Desde 2005, Paty tiene una pequeña tienda en un mesón sobre la avenida Monseñor Romero, en el Centro de San Salvador, en la zona conocida como “La Praviana”, lugar que antiguamente se reconocía como exclusivo de las mujeres trans. Allí alquila un cuarto donde vive con sus mascotas, que son como su familia: Tatiana, su perrita de cinco años y su gatita Chiqui, de ocho. “Siempre he tenido mascotas. Son, básicamente, mi familia. Son las que me hacen compañía”, comenta.

Patricia es la tercera de cuatro hermanos. Nació en Victoria, Cabañas. Cuenta que cuando era una niña su mamá se fue a Honduras con su pareja. Tiempo después, Patricia se fue con ellos a ese país, vivió ahí cinco años y estudió hasta cuarto grado.

En 1969, su hermano y ella regresaron a El Salvador, huyendo de la guerra entre su país natal y Honduras. “Si no nos hubiéramos venido, nos matan también, porque los catrachos mataron a mi mamá”, afirma.

Patricia alquila un cuarto a 21 dólares semanales, pero reunir ese dinero es difícil para ella. “Viera que me decepciono al ver que no hay para pagar. A veces uno no tiene ni para la comida […] y lo del cuarto se me va acumulando”, comenta. Su vecina, Nicole, está pendiente de ella. “Cuando no tengo pisto, ella me da comida”, agrega.

Aunque no vivió mucho tiempo con su mamá, recuerda un par de cosas: como cuando le pegó a ella y a su hermano porque se dio cuenta de su identidad. También recuerda que su mamá tenía una tienda surtida en Honduras y aún se pregunta qué habrá pasado con el negocio, tras su muerte.

“La muerte de mi mamá no la lamenté mucho porque casi no estuve con ella; pero sí la siento. Cuando veo cosas de madres o estamos en el día de las madres, me dan ganas de llorar”, comenta Patricia y agrega: “Quisiera haber vivido con ella. Quizá estando con ella hubiera aprendido o estudiado algo”.

Dice Patricia que cuando era pequeña quería irse de su casa porque sus hermanos mayores “le daban mala vida”. Aunque no recuerda el año exacto en que dejó su casa para ir a San Salvador, sí recuerda que una señora de su comunidad le ofreció llevársela. “Yo no podía hacer ningún oficio. Mi tía me puso a aprender en su negocio de comida, pero como era aprendiz, no ganaba nada y no me gustó. Así que desde los 14 años anduve en la calle”, cuenta.

Ella ejerció trabajo sexual durante casi toda su vida, aunque su deseo siempre fue aprender corte y confección o algún otro oficio que le permitiera ser independiente, aún a su edad. Tenía apenas 15 años cuando empezó el trabajo sexual. A esa edad pagaba un cuarto en la Colonia Modelo y se mantenía ella misma. Se dio cuenta de que así podía tener dinero más rápido que trabajando en otra cosa.

“A veces me arrepiento. Mejor hubiera aprendido algo, un oficio. Antes era más ignorante uno, por eso me dedicaba a ese negocio”, dice, haciendo referencia al trabajo sexual.

Patricia se dedicó al trabajo sexual hasta los 50 años. Durante ese tiempo fue llevada a bartolinas varias veces por la policía. Cuenta que tenía que pagar una multa de aproximadamente 30 colones para que la liberaran. “Dentro de las bartolinas a uno lo trataban como a cualquier hombre. Nos peloneaban si teníamos el pelo largo. Nos tomaban fotos antes y después. A mí me peloniaron como dos veces”, recuerda.

La salud de Patricia no es la mejor, pues padece de varias enfermedades, como hipertensión, gastritis y artritis. Cuando necesita medicinas o ir al hospital llama a Camila, una activista de Aspidh Arcoiris Trans.

Con 68 años, Patricia es una de las mujeres trans más longevas en el país, donde el promedio de vida de una mujer trans es de 33 años, según la CIDH. “A ninguna de mis compañeras veo. No veo a nadie, solo yo. Unas que migraron, otras que las mataron”, comenta.

Ella cree que, aunque no es perfecto, el trato hacia las mujeres trans ha cambiado con respecto al pasado. “La gente antes me gritaba «culero» y me tiraban babosadas. A mí me han pasado cosas”, afirma. Y ha notado ese cambio hasta en los cuerpos de seguridad. “Los que me caían mal son los policías. Mucho jodían, pero hoy ya no molestan tanto”, añade.

“Me siento con orgullo de que voy a cumplir 68 años. He sufrido, pero aquí estoy”, cuenta Paty.