Soy de los que vi a La Selecta en un Mundial

El primer recuerdo consciente que tengo de una Copa del Mundo está ligado a España ’82, a Naranjito, a las prisas por completar el álbum de ese Mundial, por encontrar las codiciada tarjeta de “Mágico” González, de “Pajarito” Huezo, del “Negro” Mora. Recuerdo el afán por no perderse ningún partido, por esperar el debut de La Selecta contra Hungría; y luego ver llorar a mis primos y toparme con la cara de amargura de los padres de mis amigos.

La goleada contra los húngaros nos pasó rápido porque éramos unos niños. No sabíamos que nuestro equipo no volvería a una Copa del Mundo desde entonces. De hecho, con menos de diez años —y en medio de una guerra que sólo sirvió para derramar la sangre de inocentes, porque El Salvador jamás cambió—, recuerdo que lo único que queríamos era vivir en paz, sin metralla, sin muertos.

España ’82 se acabó rapidísimo, y justo hoy —15 de junio de 2018— cumplimos 36 años de aquella goleada: 10-1 ante Hungría.

Después, nuestro equipo cayo 1-0 ante Bélgica, que en aquel momento era subcampeona de Europa, pues en 1980 cayó apretadamente (1-2) frente a la Alemania Federa.

Llegó el cierre de aquella participación con un digno 2-0 en contra de la Argentina que ya lideraba Diego Maradona, la albiceleste campeona del mundo en aquel entonces.

Tres juegos, tres derrotas y un ingreso imborrable en los almanaques de la historia futbolística. Desde entonces, 36 años y contando. El Salvador ha recorrido un reiterado adiós a sus aspiraciones de reservar cupo en la fiesta más grande del fútbol.

Imagen del apartado especial dedicado a la selección de El Salvador en la edición del álbum de 1982.

Yo vi esos partidos de La Selecta del 82 y después la he seguido, eliminatoria tras eliminatoria, fracaso tras fracaso. He atestiguado el ‘casi casi’ eterno, el sufrimiento de ver cómo pasamos de escándalo en escándalo: amaños, venta de partidos, jugadores suspendidos de por vida y la deleznable hipocresía de aquellos que se sirven de la ilusión de millones de aficionados para sumar millas y sellos a sus pasaportes.

En estos 36 años soñé, generación tras generación, con ver a Cienfuegos, Díaz Arce, Cerritos, Chachagua, Adonay Martínez, ‘Cheyo’ Quintanilla o Pablo Punyed en un Mundial. Los he imaginado vistiendo la ‘azul y blanco’. En mis ilusiones los he escuchado cantar el himno nacional más fuerte de lo que se canta en los partidos en Norteamérica o en Cuscatlán. Casi he percibido el ‘Pájaro Picón-Picón’ en las fachadas de estadios distantes, en las sedes de las últimas nueve ediciones.

En años más recientes he visto en ESPN o FOX los especiales de la última Selecta mundialista. He repasado la historia de los héroes que nos clasificaron y me he organizado junto a mis hijos para volver a ver aquellos juegos…

Pero luego vuelvo al presente. Para Qatar 2022, si no llegamos, habrán pasado diez mundiales. Es decir, 40 años de fracasos. Si se vuelve a fallar, sólo nos quedará esperanza de ser una de las 48 selecciones clasificadas al ‘United 2026’ que se realizará en México, Estados Unidos y Canadá.

Hasta entonces, sólo nos queda admirar e hinchar por ajenos. Nos limitamos a relegar nuestros gustos futboleros por equipos extranjeros y nos ponemos la camiseta de una selección que no es la nuestra. Creernos, por un mes, un poco alemán, quizás francés… ¿Por qué no español? O argentino, portugués, uruguayo,  brasileño…

Eso nos toca.

Esa es la historia que he vivido desde España ’82, la historia de otros. A fuerza de sinceridad, tengo que reconocer que un Mundial sin La Selecta no es un Mundial. No me representa.

Yo quiero ver a La Selecta en la fiesta grande. Quiero que se me enchine la piel y hasta los huesos. Quiero llorar de alegría viendo a los jugadores —los nuestros— pelear cada pelota. Quiero ver a nuestra bandera ondearse en los graderíos. Y, sobre todo, quiero estremecerme al contemplar los rostros de millones de salvadoreños; entre ellos, los de mis hijos.

Una imagen que muestra el descalabro colosal que sufrió El Salvador en su debut en el Mundial de España en 1982.
Foto/Archivo Revista El Gráfico, Argentina.