“Bukele encarna bien la narrativa de los superhéroes porque es oscuro y con doble vida”

Para el académico, teórico y docente colombiano, Omar Rincón, la narrativa del presidente Nayib Bukele como superhéroe corresponde a su esencia, porque considera que estos personajes de ficción son oscuros y con doble vida. También analiza el éxito de este relato en la población salvadoreña y la ruptura comunicacional que esto supone en la política latinoamericana.

Entrevista: Gerson Vichez/Victoria Delgado/Melissa Soriano
Fotos: cortesía UCA

Los medios de comunicación y la academia están fuera de juego ante personajes políticos como Nayib Bukele, Jair Bolsonaro o Donald Trump, asegura el colombiano Omar Rincón, académico, teórico, docente y ensayista en temas de periodismo, cultura, entretenimiento y comunicación política. Según Omar, contar a estos personajes desde el deber ser de un jefe de Estado carece de sentido y propone hacerlo desde el periodismo de farándula o la cobertura a influencers

Lo anterior podría parecer sarcasmo, pero la propuesta de Omar está respaldada por un análisis profundo de la cultura de la región y sus consumos culturales. Por ejemplo, coincide con otros teóricos en que Latinoamérica pasó de los valores premodernos –familia, religión, propiedad privada– a los denominados posmodernos, a falta de una categoría mejor, como la fiesta permanente, capitalismo para todos, individualismo, etc. Es decir que, para Rincón, no hubo un paso por la modernidad y por eso las ciencias sociales, los derechos humanos y la importancia de lo colectivo no son valores con los que se identifiquen las mayorías.

“Es esa bipolaridad la que lo hace aún más superhéroe, todavía”, comenta el académico tras comparar a Bukele con Batman. El detalle cobra ironía debido a que, a comienzos de abril, usuarios de redes sociales colocaran como tendencia la palabra «Batman», luego de la viralización de un video publicado por un grupo de encapuchados que llamaban así al mandatario. Luego, el 17 de mayo, una investigación del periódico El Faro reveló que ese era el seudónimo con el que las pandillas denominaban a Bukele en las negociaciones con el Gobierno.

A tres años de que Nayib Bukele asumiera como presidente de El Salvador, Revista Factum conversó con Omar Rincón para analizar su narrativa comunicacional, los valores que promueve y el amplio respaldo a su gestión, entre otros temas.

Tres años

El miércoles 1 de junio de 2022, Nayib Bukele cumple tres años como presidente de El Salvador. El aniversario llega cuando distintas encuestas confirman que su popularidad continúa siendo alta. 

La población encuestada por el Centro de Estudios Ciudadanos (CEC) de la Universidad Francisco Gavidia califica al presidente con una nota de 8.34.

El Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (Iudop) publicó que la nota que la ciudadanía (a nivel nacional) le otorga al régimen de excepción es de 7.99.

En este mismo contexto, la encuesta publicada por la unidad LPG Datos informa que el 73.9 de los salvadoreños aprueba que la Asamblea Legislativa haya aprobado el régimen de excepción.

El académico, teórico y docente colombiano, Omar Rincón, considera que el periodismo debe cubrir a Bukele "como entre la farándula y prensa del espectáculo; como los que guían a los gurús digitales; como la prensa que trata a los 'influencers'". Foto Cortesía de la UCA.

Nayib Bukele, como personaje, ¿es una ruptura con la forma de hacer política en Latinoamérica o es una nueva versión de los autócratas de siempre?

Creo que cuando se habla de la figura del autócrata nos metemos en un relato que, para nosotros, como periodistas, es desde dónde narramos, desde qué storytelling narramos. Y creo que es el problema grave que tenemos los periodistas hoy en el mundo: seguimos narrando al poder dentro de una narrativa de gobernantes de Estado que intentan gobernar para su pueblo y que intentan ser verdaderos con su pueblo. El pacto de verosimilitud entre un gobernante y un periodista es que uno asume que él le dice la verdad y que él quiere comunicarse con la gente diciendo la verdad. Y ese fue el storytelling clásico de Obama, Bush o el que sea. Se supone que hay una responsabilidad pública de lo que se dice. El joven Bukele, de entrada, rompe ese principio de pacto comunicativo con los periodistas y con los medios. Él no pretende decir la verdad; él no pretende comunicarse con el pueblo; él no intenta narrarse como presidente. Es una ruptura muy fuerte. La practicó Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, pero para el caso centroamericano es súper inédito. Y creo que ahí los periodistas tenemos un problema de nuestra narrativa. O sea, nos están derrotando en nuestro campo. Se supone que los periodistas somos los narradores de la democracia y estos manes nos están derrotando en nuestro campo, y rompen con el tema a un nivel comunicativo.

Creo que el joven Bukele sí es una ruptura absolutamente fundamental en lo comunicativo. No es una ruptura en la forma de convertirse en autócrata, que sería lo contrario a demócrata. Es un autócrata en cuanto controla la justicia, se hace amigo de las fuerzas militares, invoca a Dios, lo cual no debería estar, porque Dios no tiene nada que ver en la democracia. O sea, chévere que creamos en lo que sea, pero la democracia es el gobierno del pueblo, la teocracia es el gobierno de la religión. O sea que no tendría por qué estar ahí. También invoca la familia como eje fundamental, que eso también rompe con el criterio de la democracia, porque la democracia no se basa en familia; se basa en leyes y en ciudadanías. En ese sentido: militariza, controla lo militar y de alguna manera también controla lo legislativo, con lo cual todos los poderes pasan a ser el poder de Dios, el poder de los legisladores, el poder de la justicia. Por eso tal vez le molesta mucho el poder de los medios, porque no pasó a él. Porque el poder de los medios es el único que le queda por fuera, porque no puede controlarlo totalmente.

¿Y cómo es esa ruptura en lo comunicativo?

El héroe clásico latinoamericano era, para mí, muy clave para interpretar el modelo comunicativo: ¿cuál es el modelo de consumo cultural prevalente en cada país? ¿Qué es lo que consumimos? Porque de ahí interpretamos. Y en América Latina es la telenovela. Digamos que desde ahí es que hacemos sentido. Entonces, ser el héroe latinoamericano como político latinoamericano. Chávez y Uribe son la telenovela, por lo tanto, es una política comunicativa, una comunicación melodramática, de amor melodramático, en la cual, el político puro salva al pueblo equivocado. Un pueblo que se acostó con la guerrilla, con la liberación por las FARC, con Pastrana, que le cedió un poco de terreno y «yo vengo a vengar ese ultraje a mi amada Colombia». Chávez sale al ultraje a la amada Venezuela que le han robado su petróleo y riqueza toda la vida. Entonces de ahí sale esa conjunción que creo que es clara. El amor melodramático tiene varios principios. En la política consiste en demostrar que se ama. En las telenovelas se dice muchas veces «te amo, te amo, te amo»… Hasta que la otra se lo cree. Hay que decir muchos «te amo». Ese es un modelo muy claro y funciona y seguirá funcionando en América Latina, porque el modelo melodramático funciona. 

Pero también el siglo XXI te caracteriza por ser el momento en el que hay una transición hacia las plataformas digitales y por las redes digitales hacia otro tipo de heroísmos, que son los de los superhéroes. Nunca se habían hecho tantas películas de superhéroes como ahora. Ustedes ven: cada año aparece Superman contra Batman y Batman contra no sé quién de los DC y los de Marvel. ¡Cantidad de películas! Entonces, aparece el superhéroe que, a diferencia del melodrama, no se debe a su pueblo. No tiene que amar al pueblo, sino que lo que hace es ir más allá del pueblo, llevarlo a un destino y salvarlo frente a unos villanos, que en este caso es clarísimo que es el modelo del joven Bukele… porque tiene villanos muy malos. ¿Qué tan buenos villanos pueden ser el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional? Son feos; hablan feo; no tienen propuestas; viven como en otro mundo; son Jurassic Park. ¡Y Arena pero ni se diga! La última vez que estuve en El Salvador vi un mitin de Arena. Era como penoso. Era penoso el espectáculo frente a eso. Y entonces no hay como dónde conseguir un enemigo viable. 

Y la otra cosa del superhéroe que encarna Bukele perfectamente es que no es transparente, no es puro. Los superhéroes de entrada son oscuros porque tienen doble personalidad. O sea, en la vida cotidiana son unos y después otros. Batman sale de noche. Clark Kent… el tipo es un mediocre periodista, pero es un gran superhéroe. Igual tienen cantidad de problemas psicológicos. Los de Marvel me encantan porque todos tienen un problema psicológico que resolver. Casi que la pregunta sería esa: ¿Por qué el Salvador tiene que pagar el consultorio psicológico a Bukele para que resuelva sus conflictos paternales o maternales?

Usted mencionaba a Uribe y a Chávez, que podrían explicarse como un devenir histórico. Es decir, su discurso respondía a anhelos que sus países tuvieron por décadas. Entonces, desde ahí podría explicarse la identidad que tenía la población con este tipo de personajes. A Bukele, usted lo entiende más en una narrativa de superhéroe. ¿Qué necesidades de la población estaría llenando un personaje así?

Lo primero es que El Salvador, históricamente, casi que vive en el espejo de Estados Unidos, por tener salvadoreños en Los Ángeles, Washington, que son las segundas ciudades de El Salvador. O sea, cuando uno habla de El Salvador, nunca podría dejar de hablar de los migrantes salvadoreños y las remesas. ¿Cómo se ve al migrante salvadoreño que va a Estados Unidos y la hace? Como el superhéroe que, saliendo de la nada, cruzó la frontera –ilegalmente o legalmente– y se hizo de un nombre y de plata para volver a enviar a su tierra. Tanto que, por ejemplo, digo que una de las cosas que a uno le produce curiosidad cuando llega a San Salvador es ver el Monumento al Hermano Lejano. ¿Y qué son las maras? Son los migrantes fracasados. Se convierten en villanos. ¡Ahí tenemos un villano también vacano! ¡Ahí, por fin, salió el Guasón! Son las maras, que es el superhéroe que no la pudo hacer y lo extraditaron de vuelta a tu patria. Y entonces, totalmente frustrado de su falta de heroísmo, se vuelve Guasón para destruir el sistema. Por eso, cada vez que tiene problemas, Bukele opta por pelear contra este Guasón que son las maras, porque ellas están atentando contra el modelo de heroísmo que él promueve. 

Y lo segundo es que cuando los países salen de dictaduras y de guerras, tienen muy poca paciencia, porque uno cree que lograr la paz es solucionar los problemas por arte de magia. Entonces, Arena gobernó y fue todo un fracaso. Y el Frente –sobre todo, el periodo de Funes– fue una gran frustración nacional. Yo creo que poco se analizan estos fenómenos, pero creo que Funes es realmente culpable de todo esto. El Frente y Sánchez lo hicieron mal, pero no fue que hicieran todo perversamente. Me parece que Funes fue el que traicionó la fe de un pueblo. 

¿Entonces es una necesidad de venganza la que están llenando?

¡Claro! 

Y siempre en este enfoque de lo comunicacional de Bukele. Su narrativa, normalmente, está basada en ser como un outsider, siempre contra el establishment, contra el sistema, así, en abstracto. Pero al mismo tiempo lo concilia con lo que usted, en el ensayo de La Coolture, nombra como valores premodernos: la familia, Dios, etc. ¿Cómo logra conciliar estas dos cosas?

Ahí en La Coolture queda demostrado que, técnicamente, hoy la sociedad es lo que Bukele representa. Que lo hacen otros más, pero él es el mejor, comunicativamente hablando. Es una sociedad con valores premodernos como horizonte: familia, Dios, tradición y propiedad. Esto no se toca. No se puede ir contra Dios, contra la familia, contra la propiedad y contra la tradición patriótica. Junto con lógica posmoderna, por dar algún nombre a los valores del superhéroe: la fiesta, la felicidad, el consumo, capitalismo para todos.

Lo que se brincan estos sujetos es la modernidad. Eso lo han dicho muchos teóricos. Eso no lo digo yo. No soy un genio para decir eso. Colombia, América Latina y El Salvador son parte de eso. América Latina pasó a la posmodernidad sin haber pasado por la modernidad. Nunca abandonamos familia, patria, tradición y pasamos directamente al capitalismo para todos. Eso también hizo el narco. Lo que nos quedó faltando fue la práctica de la modernidad, que es cuando nacen las ciencias humanas. Por eso esta gente no entiende nada de humanidades, o sea, de sociología, psicología. Esas cosas no les interesan. Lo que la modernidad promovía era el pensamiento crítico. Lo que decía era la justicia social, la solidaridad colectiva. la inclusión, la equidad, pensamiento crítico, autonomía del sujeto, sociedad del bienestar. Pues, pasamos de eso, de una sociedad gregaria, feudalista, lo premoderno de familia, patria, tradición, dios… a una postmoderna, donde lo que importa es el «yo, capitalista» que yo llamo el yopitalismo, donde yo soy exitoso en la medida que haga que el capitalismo funcione para mí, tengo billete y consumo. Yo creo que los que estamos haciendo cada vez más aguas somos los modernos que seguimos insistiendo en hacer ese tipo de cosas. Ahí es donde yo llego y digo que el periodismo y la academia tienen que dejar de narrar a estos sujetos. Narrar quiere decir contar, dar cuenta de ellos, comprenderlos y explicarlos. No desde la modernidad, comencemos a estudiarlos desde la posmodernidad. 

¿Y cuál sería la alternativa para narrarlos desde el periodismo?

Por ejemplo, yo a Bolsonaro lo cubriría como una crónica religiosa. Yo sería como un experto en religiones que está cubriendo un tipo desaforado que invoca a Dios. A Trump lo cubriría como noticia de farándula, como a las Kardashian. A Maduro, como a la prensa de izquierda, que es que siempre van ganando. Según ellos, van ganando y en el mundo nunca los entiende nadie. Y Bukele, para mí, tendría que ser un poco entre la farándula y prensa espectáculo, pero más como los que guían a los gurús digitales, como la prensa que trata a los influencers, como farándula. Creo que ahí haría mucho sentido decir: «Uy, tuiteó re-mal. Está muy  mal escrito ese tuit». O «la pinta, la foto con que salió ahí ya no parece tal ». O sea, como cómo bajarlo de la función de presidente y volverlo lo que es: un influencer. Imagina que toda la crónica la hiciera como influencer, de cómo respondió a los que ha respondido: «Es un mal influencer, no contesta las interacciones con su audiencia». Como lo que es. Entonces, ¿por qué le damos el valor de presidente si el otro no lo cumple? También lo narraría desde esas nuevas series que son ‘yopitalistas’, como “Succession”… Ya no al estilo de “House of Cards”, que pertenece a la otra política, a la oscuridad. No, en cambio, [Bukele] ya es “Succession”. Es un tipo que dice: «hay que comprar ese edificio». Y le responden: «¡Pero vale mil millones de dólares!». E igual dice: «¡Comprémoslo o quebrémoslo!».  Juro que a él le dolería mucho porque lo vuelve una farsa o una caricatura, lo que es él. Pero el problema es que si el tipo dice: «¿¡Cuáles derechos humanos!?». Y mil columnistas le responden… El tipo está feliz. Dice: «¡Vean! Los tengo discutiendo tonterías, mientras yo hago lo que es importante». 

Pero a nosotros, periodistas, nos da pánico hacer eso. Pero eso era el nuevo periodismo. Nosotros compramos solo una idea de nuevo periodismo, que era usar las herramientas de la ficción para contar realidad: Truman Capote. Y eso lo hacemos re bien, pero resulta que el vivo realismo de hoy es tomar la forma de la ficción para contar realidad. O sea, ¿cuál es la ficción contemporánea? Las series, los superhéroes, los influencers. ¿Qué tiene de malo? Ese es el nuevo periodismo. «¡No! ¡Es que eso es farándula!», dicen. O sea, Truman Capote sí, pero usar las otras formas de la ficción no. ¿¡Quién puso esa moral!? Y no lo haría para burlarme. Sería tomándolo re en serio. ¿Usted ha visto a los tipos cuando hacen una crítica de un videojuego? Es sensacional ver esos videos. El que va a la conferencia de videojuegos hace una crítica espectacular en términos de un juego. Hacerlo en serio. No es una caricatura. No es para mostrarnos que somos súper irónicos, súper densos. No, es para decirle a la gente: «vean, nosotros vamos a tratarlo así para demostrar lo que es. No nos estamos burlando de él. Es que creemos que su storytelling da más por ese lado».

"[Con las pandillas] sí hay un sentimiento de ellos o nosotros. Ahí sí hay un villano al cual la gente está dispuesta a derrotar inclusive sin preocuparse de los derechos humanos", opina Omar Rincón. Foto cortesía de la UCA.

¿Y cómo cree que Bukele ve a la ciudadanía desde esa narrativa? ¿Como fans? ¿Como público? ¿Como sujetos de derecho?

Diría, técnicamente hablando, que los asume como fans. Hay cuatro figuras: espectadores, seguidores, fans y groupies. Espectadores son la mamá de uno que lo ve y dice «¡Ay! Pero ese muchacho está bien intencionado. Ese muchacho está haciendo algo por fin». Ese es como el que ve una telenovela. Es el espectador. Seguidores: los que simplemente hacen lo que les diga. Después, los fans, que ya se ponen la camiseta de Bukele y comienzan a pelear por él. No son la mayoría, pero son los más duros en redes digitales. Y el groupie es el que se acuesta con el héroe. Entonces, ya son los que están encamados con Bukele. El que dice: «¡Vióleme, si quiere, pero yo estoy contigo! Yo te amo».

Eso podría ser una infografía. Bukele, el superhéroe, tiene el 10 % de groupies, 30 % de fans, 40 % de seguidores y 20 % espectadores. En ninguno estoy diciendo interlocutores, ni ciudadanos, ni críticos. No. Ninguno de estos. O si son críticos, los fans, hay gente, fans críticos de Bukele, pero que lo disculpan. Dicen: «se le fue la mano, pero es que tenía que hacerlo». El fan también comprende. Lo puede criticar, pero nunca lo niega. Eso es lo importante del fan. El fan nunca niega. Por eso es muy difícil comunicarse con un fan, porque puede estar de acuerdo con tu crítica. Dice: «Hay veces que se equivoca, pero es humano. Y se equivoca ese man, pero en el resto de las luchas está con nosotros». ¿Ve? Es muy jodido.

En el pasado, este tipo de autócratas usaba los medios de comunicación tradicionales como aliados. En el caso de Bukele, son los influencers, youtubers y los generadores de contenido. ¿Esto también marca una pauta en el tipo de figura que ha construido? 

Sí. Él tiene claro que le habla a eso, que él es un influencer. Por eso, él nunca llama a la interlocución. Ustedes encontrarán que nunca en el discurso va a hacer un análisis de «quiero construir con ustedes. Vamos juntos a hacer esto». Sino de: «me estoy sacrificando por ustedes. Lo estoy salvando a usted».  A él no le interesa tener interlocutores; le interesa tener seguidores. La puesta en escena cuando uno ve las imágenes con las maras es como de serie de televisión. O sea, «yo salvando al pueblo salvadoreño de estos indeseables». Los militares, uno los ve, a pesar de estar todos uniformaditos, desfilando al frente y él arriba como un Hitler. Alguien me sugería que las imágenes de televisión que uno puede tomar de los desfiles militares donde acude el presidente… si tú las calcas con las de Hitler, son iguales. Las mismas tomas y la misma puesta en escena. O sea, comunicativamente. No estoy diciendo nada más… comunicativamente. 

Cuando fui allá y vi los informes por la noche, el noticiero oficial, sobre los maras… Las maras, cada noche, capturadas. Yo de afuera digo: ¡«Esto es una farsa!». La cámara llegaba, tomaban preso a una casa, volvían la casa pedazos y encontraron una escopeta viejísima, llena de polvo. Yo decía: «No, no justifica mucho eso». Esto es para justificar que sí era marero. Se inventaron que había un altar de la Santa Muerte. Es una narrativa construida para eso. Si tú veías las cifras eran 20 mil mareros sacados de la sociedad. Y solamente 5 mil armas. O sea que 15 mil, ¿con qué extorsionaban? O sea, como que si tú le pones lógica a la narrativa, es una narrativa muy comunicacional. Se le ve la fisura por todo lado. Entonces, yo creo que ahí sí, el tipo sabe que está hablándole totalmente entusiasmando a masas de seguidores. 

Retomando lo que menciona de la Santa Muerte, el factor Dios es indispensable en el discurso de Bukele. ¿Qué función cumple?

Miremos para afuera: Trump nombraba a Dios. Las iglesias evangélicas estaban con Trump. Y Biden es más militante católico que Trump. Y a Biden no le creen y a Trump sí. Bukele, de alguna forma, preconiza los valores de las iglesias evangélicas, que es lo que predomina en El Salvador, en esto. Tiene una promesa de felicidad en la tierra: capitalismo para todos. Usted va a tener plata para construir, punto. Defensa de la familia. Están de acuerdo. Están en el mismo paquete. Y ya con esas dos cosas te compró todo el resto. Defensa de la patria. El Salvador. Es la primera vez que hay un discurso patriótico en El Salvador. Por ejemplo, antes de eso, nunca se invocó un discurso patriótico. La primera vez que se invoca a lo patriótico… Es más premoderno. Y es que la juntura de lo premoderno se hace alrededor de Dios. Es eso lo que junta. Y creo que en ese sentido, sí, es muy cercano a las iglesias evangélicas. 

De acuerdo a la última encuesta de la UCA, un 80 % está a favor del régimen de excepción. Es decir, son muchas las personas que avalan la suspensión de sus derechos, pese a que son los sectores más pobres los afectados por estas medidas. ¿Por qué las mismas personas que sufren violaciones a sus derechos son muchas veces las mismas que apoyan estas medidas?

El tema de la democracia en América Latina es que los derechos son un regalo. En todos los países. El político te regala la vivienda. Y no es un regalo; es un derecho ciudadano. El político te regala la educación. El político te regala la salud. El político te regala el empleo. Pero esto es como el mundo al revés. El político no te regala. Es mi derecho a la salud; mi derecho a la educación. Hemos vendido mal ese tipo de cosas. Los políticos han vendido que son regalos. Los derechos no tienen una venta en el mundo de los ciudadanos. Los ciudadanos no lo asumen como una cosa de ellos. Creo que es la primera cosa. Y lo segundo es que yo creo que las maras sí son unos villanos poderosos. Una de las cosas que me enteré la última vez que fui a El Salvador, este año… Yo sabía que las maras chantajean a mucha gente. Sabía que les cobraban vacuna o impuesto a mucha gente, pero no sabía que era tan generalizado. Cuando una amiga me cuenta que su marido había montado tres restauranticos chiquiticos y en los tres tenía que darle una cuota a las maras, uno dice: «pues ahí sí hay un sentimiento de ellos o nosotros». O sea: «ahí sí hay un villano al cual estoy dispuesto a derrotar, inclusive sin preocuparme de los derechos humanos». Y eso, yo sí creo que ahí las maras son el bobo útil. Construyen una legitimidad discursiva y comunicativa que es imbatible. Uribe hizo con las Farc eso. Las FARC en Colombia no tenían boleteado ni al 1 % de colombianos. Estaban en territorios lejanos. Sin embargo, convenció a todos los colombianos de que las FARC les estaban haciendo la vida infeliz. Y que, por lo tanto, no podían tener derechos humanos. Es lo mismo que está haciendo Bukele. Por eso creo que esos discursos no funcionan. Y si los análisis de ustedes son ciertos, Bukele recurrirá siempre a las maras cada vez que esté en baja de popularidad, como cuando Batman baja de popularidad: ¡sacan otra película con el Joker! 

Y esta narrativa que está basada, principalmente, en lo comunicacional, ¿para cuántos periodos puede dar? ¿Tiene fecha de expiración?

Yo tenía la hipótesis de que el primer gobierno es el éxito. En el segundo gobierno comienza la crisis y todo para quedarse. Comienzan las peleas de la saga entre los Bukele A contra los Bukeles B y los Bukeles C. Se comienzan a destruir. Y la tercera temporada… puede que llegue tercera temporada, o sea, la última. Yo suponía que eran tres temporadas, digamos. Visto en esos términos y viendo la historia para ver el espejo de Bukele hay que verlo en Uribe, en Fujimori y en los mismos Kirchner.

Pero Bukele tiene otra narrativa con la que puede quedarse más: aplicar la narrativa de Ortega y de Maduro, que es eliminar legalmente a todos los enemigos. Matarlos. Si hay un contrincante presidencial, a la cárcel. Tiene otro modelo que le puede dar mucha más hegemonía. En un modelo normal, debe durar dos gobiernos y el tercero sería un fracaso y no llegar. En esta narrativa podría quedarse muchísimo más para ese tipo de cosas. No le veo una alternativa. Obviamente, si siguen aguantando hambre y la economía sigue sin funcionar y el bitcóin se cae y no le llega plata de Estados Unidos y los migrantes ya no pueden mandar dinero, eso le va a crear un descontento que no se puede solventar con discursos y militares. La otra posibilidad es que su propia psicología personal haga que se autodestruya, que él consuma la kriptonita, propiamente. Por algunas historias que cuentan, parece que algo de eso está pasando, parece que anda en una desconfianza conspirativa contra todo el mundo. Ya anda paranoico consigo mismo y con el mundo. Y eso de la paranoia puede llegar en un punto a jugar en su contra.