Para la edición 91 de los premios Óscar somos testigos de un hecho histórico. Por primera vez una película del género de superhéroes (“Black Panther”, de Marvel Studios, dirigida por Ryan Coogler) es nominada para el máximo galardón, el de la categoría de mejor película del año. Esto demuestra cómo, de cara al futuro, se ha revolucionado la manera de asimilar películas de ficción basada en cómics . Es necesario –más no fortuito– rescatar que se trata de una lucha que ha sido, por no decir menos, épica.
Tal y como sucede en el mundo de los cómics, el cine de superhéroes también le debe mucho a Supermán. Y, en particular, al filme estrenado en el año 1978, que fue protagonizado por Christopher Reeve. Aquella fue una película que representó una evolución del cine. Por primera vez veíamos a un superhéroe volar –de forma creíble– y se nos convenció de que a Reeves se le conocería como la viva imagen de Clark Kent hasta el día en que, lamentablemente, falleció.
Sin embargo, en 1978, otro filme se llevaría la estatuilla de mejor película del año (“Annie Hall”, de Woodie Allen). Y si bien el Óscar no es el único galardón otorgado al cine, sí es uno de los más prestigiosos. Estos premios envuelven a las películas condecoradas en una especie de manto de validación y exalta su condición de productos de entretenimiento a «obras de arte».
Aunque no ganó el premio principal, “Supermán” no se iría con las manos vacías en aquella gala. Obtendría el reconocimiento de la Academia al ser galardonada con el Óscar a los logros especiales, por sus efectos visuales. Es decir, sí se reconocía su importancia, pero no como la mejor película de ese año.
El tiempo pasa y, mientras pasa, los que fueron niños se convierten en adultos que cargan una valija llena de recuerdos y de nuevos valores. Son memorias y aprendizajes que formarán parte de los criterios de quienes irán presidiendo las votaciones para las premiaciones. Es un proceso en el que los cambios, poco a poco, van abriendo panoramas a nuevas formas de contar historias. Poco a poco, mientras la tecnología y las narrativas evolucionaban, comenzó a gestarse la posibilidad de ver producciones de superhéroes “coladas” en premiaciones de los Óscar. Sin embargo, siempre ocurrió en categorías de menor rimbombancia, categorías relacionadas al diseño, musicalización o maquillaje, pero nunca en la ansiada presea de mejor película del año o mejor director. “Batman”, de Tim Burton, por ejemplo, ganó el Óscar al mejor diseño de producción en 1990.
Pero debo ser franco: en ese entonces no tuvimos una película de superhéroes que en realidad fuera sublime. Más bien eran películas del género de acción y fantasía, sin pretensiones tan optimistas como para aspirar al premio mayor.
Claro, tuvimos grandes producciones, pero al acercarse más al cine comercial –y separarse del cine artístico– sus posibilidades de estar entre las grandes se alejaron.
Desde que existen los Premios Óscar es claro que se condecora tendencias. Por ejemplo, en una época, el cine musical fue el que más aportó películas seleccionadas o nominadas. Luego fueron los dramas. Incluso el ‘cine negro’ tuvo su momento. Es claro que el arte del cine es un ser vivo y, como tal, cambiante. Por ende, no puede abstraerse e ignorar a la tendencia actual que domina los grandes estudios y las grandes taquillas: películas basadas en cómics, llenas de superpoderes y enmascarados.
Durante la pasada década, el cine de superhéroes ha tenido una revitalización de la mano de Marvel Studios, que logró captar a propios y extraños en sus historias. ¿Su secreto? Hacer cine que no fuera, principalmente, de superhéroes. Al contrario, eran películas sobre superhumanos montadas diferentes géneros de narrativa y desarrollo. Fue de esta forma que películas de acción y aventura obtuvieron motes de comedia (“Ant-Man”); o de ciencia ficción (“Guardians of the galaxy”); o de drama (“Black Panther”). Fue así como este cine se convirtió en un género adaptable, un género que llegaría a nuevos públicos y captaría un mayor impacto social.
Pero esta tendencia ya había comenzado a cambiar mucho antes de las megaproducciones de Marvel y compañía. Si bien DC Comics había revolucionado con “Supermán” en los setenta, sería “The Shadow” (película de 1994, protagonizada por Alec Baldwin) la que intentaría por primera vez profundizar y darle otro sentido a este tipo de cine. Y fue una lástima que esta cinta tuviera un impacto limitado. Podríamos decir que el público no estaba listo para una producción de este calibre.
Una de las producciones que hay que considerar en esta reflexión es “Birdman“, gran ganadora de 2014. Si bien no es una película del género, sí aportó de gran manera a la causa que hoy pareciera cosechar “Black Panther”. El argumento de “Birdman” se centra, entre muchas cosas, en la relación hombre/arte y nuestra necesidad por ser reconocidos. Esta película funcionó porque usó algo que era fácilmente identificable para el público. Michael Keaton –que ya había interpretado a Batman en 1989– regresaba a mostrar los estragos de ser querido por la gente, pero vapuleado por la crítica. Y este es un conflicto que, estoy seguro, Ben Affleck no tendrá que enfrentar. Se podría decir que esa generación actoral labró el terreno para la que le siguió.
Por otra parte, en años recientes, algunos miembros de la crítica especializada ya pidieron un Óscar para “Logan” (de James Mangold) o para “Wonder Woman” (de Patty Jenkins). Ambas películas fueron estrenadas en 2017 y ambas fueron de notable calidad. Las dos marcaron una nueva forma de ver este tipo de cine. Ya no solo era entenderlas como el relato de una serie de aventuras entre los buenos contra los malos. Eran cintas que se permitía apreciárseles con mayor respeto; películas que hasta se le spodría considerar como «artísticas». Sin embargo, ninguna de las dos fue considerada al máximo galardón, a pesar de la campaña que hicieron los estudios para su nominación.
De vuelta al presente año, podemos ver lo que ha sucedido:
“Black Panther” está nominada a mejor película del año. Si bien es muy difícil que gane –el premio parece tener tallado el nombre de “Roma”, de Cuarón, por todos lados–, el mero hecho de estar ahí es, de por sí, revolucionario. El hito revela un camino inexplorado para las cintas salidas de las páginas de los cómics.
Es una lástima que este género no haya sido considerado con anterioridad. En el pasado, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas se perdió de reconocer a obras como “Watchmen” (de Zach Snyder), que logró una de las mejores adaptaciones de un cómic de todos los tiempos. Y aunque esa película aún se queda corta, si se le compara con la obra original de Allan Moore, es innegable acotar que se le reconoce como una de las mejores películas de superhéroes jamás contada. Siempre lamenté desconocer por qué esta película no fue ni siquiera nominada en la gala de 2010.
Lo que nos lleva a este momento. La nominación de “Black Panther” tiene un impacto que sobrepasa cualquier expectativa. Plantea, además, una interrogante: ¿está la Academia lista para premiar con su mayor condecoración a una producción que trata sobre superhéroes? Además, si esto sucede: ¿qué pasará con el género a partir de ahí?
Veámoslo de esta forma: existen dos tipos de cine, el artístico y el ligero. Las películas de superhéroes yacen en la segunda categoría. Siempre han estado ahí y nunca nos ha molestado. Se trata de megaproducciones enfocadas en generar dinero, en vivir de la recaudación en taquilla y de la parafernalia que esta genere. “Black Panther” no ha sido la excepción. Sin embargo, logró combinar el aparato industrial de Hollywood con el del cine más apreciativo. Es como si se nos quisiera comunicar el mensaje de que no porque algo venda masivamente deja de ser, ipso facto, considerado arte.
“Black Panther” es de mis favoritas de Marvel, pero no es la mejor de su catálogo. Es así de simple. Si desligo este análisis del contexto sociopolítico en el que se da esta nominación, puedo encontrar pocos elementos para encontrarla merecedora. “Black Panther” sí enmendó detalles que eran fallas recurrentes de las películas de Marvel Comics, pero no en el género de superhéroes en sí.
Entonces, ¿qué fue realmente lo que nos conmovió de esta cinta? Tengo una hipótesis al respecto: “Black Panther” fue amada porque llenó un vacío que estaba vacante desde hace mucho tiempo, pero que Hollywood se había negado a llenar por simple y llano racismo. Si bien la cinta es buena, la enaltece el atrevimiento que conlleva producir el heroísmo de un personaje negro para un cine dominado en la historia por superhéroes blancos. Eso es lo conmovedor e impactante, pero la Academia debería premiar la calidad de una producción; no su impacto.
Una lectura podría derivarse después de lo que ocurra en la gala de este año: el mundo parece estar listo para que se entregue un Óscar a una película de superhéroes. Sin embargo, a este tipo de cine le falta un poco más para conseguir el premio mayor sin que ello cause polémica o, al menos, sin que se cuestione su calidad.
Esta lectura –y sus posibles implicaciones– me genera un temor particular: la magia de las películas de superhéroes radica, en buena parte, en su simpleza. Los buenos, los malos, los poderes fuera del alcance de los “normales”. El suyo es un mensaje que, si bien encierra profundidad, a la vez resulta digerible para casi todos los públicos (a diferencia de los cómics, donde algunas historias terminan configurándose como verdaderas obras literarias de alto impacto). Mi temor es que, si Marvel Studios o DC Films comienzan a producir películas enfocadas en ganar premios como el Óscar, algo bueno puede salir, pero esto marcará el cenit y luego de eso vendrá, de forma irremediable, la decadencia. Entonces nos veremos frente al enemigo más grande que cualquier héroe ha podido enfrentar jamás: el fin causado por la irrelevancia que solo el cansancio puede crear.
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