Star Wars y las metáforas del poder

En un mundo muy cercano, desde hace pocas horas que la batalla final entre el bien y el mal tiene lugar en miles de salas de cine. Personajes armados con sables de luz, rebeldes y soldados imperiales, tanques robotizados, rápidas maquinarias voladoras, intrigas y estratagemas se dan cita ante los ojos de los espectadores, que se dejan llevar por las hazañas épicas de una saga iniciada hace 38 años por el cineasta estadounidense George Lucas.


Desde 1977, Star Wars forma parte no solo de la magia del cine mundial, sino que se ha convertido en uno de los más poderosos símbolos de la cultura pop de todos los tiempos. La batalla entre Vader y Luke es memorable, casi tanto como los afanes por destruir a la Estrella de la Muerte o los afanes del joven Anakin por dominar los secretos de la Fuerza. Con cada entrega, la saga ha permitido dimensionar algo de esos mundos fantásticos en los que se tiene lugar esa ampliación galáctica de las antiguas batallas humanas, desde el Gilgamesh hasta la “Guerra y paz” de Tolstoi y los combates de las guerras mundiales y otras guerras que han acaparado la atención mediática y mundial durante el siglo XX y lo que va de la presente centuria.

Como todo producto surgido de una industria cultural, Star Wars es no solo divertimento y ocio, sino también un afán por consolidar un negocio audiovisual y sembrar una semilla más dentro de un constante bombardeo ideológico. El mal debe ser combatido y exterminado, incluso por la fuerza de las armas, para que los mundos de la Confederación puedan vivir en paz, desarrollarse y ser tecnológicamente superiores, con una capacidad productiva mayor y así garantizar la prosperidad para sus habitantes y sus vecinos. Así las cosas, la paz solo puede venir desde los fragores de la guerra, en una doble vía donde la libertad se parte y busca, por un lado, ser parte de una homogenización universal, a la vez que se le otorga su posesión exclusiva a las fuerzas rebeldes que luchan contra el Imperio y sus feas -literalmente- pero bien armadas manifestaciones.

La saga gestada por Lucas es una enorme suma de metáforas del poder. En ella se mezclan religiones, tendencias políticas y sistemas de gobierno, afanes militares, maestros y discípulos, mujeres guerreras y guerreros pacifistas, tecnologías diversas unidas a magias de los primeros tiempos de la humanidad, etc. Incluso, hay hasta atisbos mayas, en especial en la concepción de unos gemelos llamados a ser los conductores de la causa libertaria, siempre y cuando dominen los vaivenes y veleidades de la Fuerza que colma todo el universo. En ese sentido, la saga también entraña un afán por dominar a los elementos naturales y ponerlos en función de determinados intereses, como ocurre en los conjuros o las oraciones.

Cuando Lucas comenzó a concebir las primeras líneas argumentales de su ya mítica saga de películas, el planeta Tierra asistía a un afán desenfrenado por combatir al comunismo —encarnación del mal en la segunda mitad del siglo XX—, bajo la conducción feroz del ejército estadounidense que libraba una causa militar en las selvas de Vietnam. Mientras, los opuestos a ese conflicto se manifestaban lejos de los campos de batalla, entre las calles y monumentos de muchas de las ciudades del mundo, en un movimiento rebelde y juvenil que emergía desde los manifiestos y muros pintados de 1968, al son del concierto de Woodstock y bajo las humaredas pacificadoras de miles de kilogramos de ardiente cannabis.

Lucas evoca esa enorme lucha en sus películas, al igual que lo hacen los otros tres directores que, tras la venta de su estudio a la poderosa empresa Disney, han dado continuidad a la leyenda estelar. Todos esos cineastas han retomado diversos elementos ya esbozados por Lucas en sus filmes: la épica del héroe (al más puro estilo de Vladimir Propp), los nacimientos de elementos salvadores que deben pasar por decenas de pruebas, buscar alianzas, objetos mágicos y sufrir mucho para lograr sus anhelados objetivos, apoyados por féminas hermosas y bien dotadas para el campo político y militar, pero que no dudan por dejar de lado sus metas con tal de que aquellos salvadores alcancen sus sueños y los del bien común. ¿Caben las posibilidades de otras opciones sexuales dentro de los personajes de la serie? ¿Cuánto del poder político real dentro de la galaxia es detentado por mujeres o entidades femeninas? En ese sentido, quizá haya necesidad de hacer un estudio más profundo de Star Wars desde los terrenos del feminismo y las masculinidades.

Desde el punto de vista de la creación fílmica, es imposible ignorar el hecho de que George Lucas realizó su trabajo principal dentro de las administraciones presidenciales de Jimmy Carter y Ronald Reagan, las mismas de las que brotaron otros ejemplares del nacionalismo estadounidense encarnados por actores como Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger. Fuerza, capacidad de fuego, no dudar ante el enemigo, conquistar, aplastar, no negociar con terroristas y alienígenas y otros elementos más se convirtieron en parte esencial de los argumentos de todos esos productos del cine estadounidense, con repercusiones mundiales. Incluso en la actualidad, su mensaje sigue teniendo fuerte vigencia, en especial ante el brote y rebrote del terrorismo yihadista, la narcoinsurgencia y otras manifestaciones llamadas a ser tratadas con “mano dura” y ante las que solo pueden plantarse gobernantes fuertes, como Reagan o Margaret Tatcher, la Dama de Hierro del Reino Unido.

Con mayor o menor acierto que Star Trek —en cuanto al tratamiento de las verdades científicas que nos muestran el funcionamiento del Universo—, Star Wars es algo que va más allá de un cúmulo de efectos especiales y actuaciones intensas de histriones del pasado y del presente. Como todo elemento del cine mundial, es una metáfora de la realidad. Y si bien es cierto que un espectador puede ir a sentarse enfrente de la gran pantalla y disfrutar de las escenas y secuencias mientras devora un hotdog, una caja de palomitas y una gaseosa, también es cierto que se debe tener los sentidos en alerta máxima ante los contenidos ideológicos del mundo digital.

La lucha del “bien” contra el “mal” sigue siendo planteada como el esfuerzo supremo de los “buenos” contra los “malos”, sin admitir medias tintas u otras posibilidades de desarrollo en común. Todo parece indicar que el diálogo solo puede darse entre los gritos y estallidos de las armas de infantería y las naves o tanques de combate. Eso solo busca justificar que los rebeldes deben triunfar a como dé lugar para que la causa justa y la paz tomen posesión plena sobre nuestro planeta y otros mundos. Es aquí donde deben entrar en juego la filosofía, la antropología, la visión humanística y muchos elementos más, para ayudar a desmontar y deconstruir lo que se encuentra más allá del choque de dos sables de luz y de los acordes de la Marcha Imperial.

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