“Rocketman” es lo que “Bohemian Rhapsody” debió haber sido

“Tienes que matar a la persona que estabas destinada a ser
para ser la persona que quieres ser”
– Rocketman

Jamás será lo mismo una historia contada por quienes la escucharon o quienes fueron testigos, a escucharla de quien la vivió en carne y mente propias. Que Elton John haya participado en la película que narra su vida la eleva más allá de lo que “Bohemian Rhapsody” pudo alcanzar hace un año.

Fotos de Paramount Pictures

[Alerta spoiler: la siguiente reseña revela detalles de la película “Rocketman”]


Freddie Mercury hubiera querido que su película fuera como esta. Y es que parece estar claro: ya no hay historias nuevas que contar. La humanidad ya ha narrado a través de los soportes posibles las preocupaciones más grandes de todos los años: todo el amor, toda la guerra, toda la violencia, todo el drama, toda la felicidad. Lo importante ahora, más bien, es averiguar “cómo” vamos a seguir contando estas mismas historias. 

Las biopics de roqueros –como he mencionado antes– se han puesto decididamente de moda y, mientras hay obras a la altura de sus personajes, hay otras bastante lamentables. Lo cierto es que debido al fenómeno cultural desarrollado a partir de su nacimiento, “Bohemian Rhapsody” es la vara para evaluar los subsecuentes experimentos más recientes.

Las historias protagonizadas por los grandes íconos del rock y del pop comparten tantos elementos en común que casi se vuelven clichés contemporáneos: el origen desafortunado de los artistas, el hambre de crecer en consecuencia, el cultivo del talento, la proyección firme de alcanzar almas con el arte, el ascenso a la fama, las complicaciones y los excesos, los managers abusivos, las grandes metidas de pata, la búsqueda incansable del amor y el reconocimiento… 

“Rocketman” (Paramount Pictures, 2019) ha superado todas las expectativas de la película que nos contó la vida de Freddie Mercury (y por ende, el legado de Queen). Por eso, a continuación explicaré las razones para sostener mi argumento. 

¡Hay pocas películas con una secuencia de inicio tan poderosa como esta! Elton John, en uno de sus estrafalarios vestuarios, entra decididamente, envuelto en un halo de luz, a un edificio que, suponemos, albergará una de sus más grandes presentaciones. Aplausos y vítores se escuchan al fondo. Con paso firme y rostro descompuesto, llega a una puerta grande, abierta de par en par con una fuerza tremebunda, para situarlo en la sala de terapia de grupo de un centro de rehabilitación.

—“My name is Elton Hercules John. I´m an alcoholic, drug addict, shopaholic and sex addict”.

A los dos minutos de iniciada la función, uno ya lo sabe todo de Elton John. Y también ya estamos enamorados de Elton John, completamente identificados con Elton John y sumergidos en una conexión que sólo se hará más fuerte conforme pasen los minutos. 

Taron Egerton, el actor y cantante británico, puso a disposición de “Rocketman” sus dos talentos para retratar la carrera artística de Elton John. Foto de uno de los afiches oficiales publicados por Paramount Pictures.

Se trata de una película musical –como género– en donde cada canción se ubica en su origen mismo conforme se va narrando la vida del protagonista. La narrativa de la terapia grupal es el hilo conductor del cual se desprenden los puntos más significativos en la vida pop de uno de los ídolos más grandes de la historia contemporánea. 

«‘Rocketman’ (Paramount Pictures, 2019) ha superado todas las expectativas de la película que nos contó la vida de Freddie Mercury (y por ende, el legado de Queen)». 

No hay ninguna barrera temporal o dimensional en las escenas. Rompe de forma permanente con la idea de una narrativa lineal a través de recursos visuales, con colores, con saturación, con la música misma, con el canto de los personajes presentados en cada canción. Las transiciones, sin embargo, son muy suaves, hay un match perfecto entre cada momento de la línea de tiempo.

El pequeño Reggie canta sobre la tristísima falta de amor paterno, del descubrimiento del piano, de la indiferencia no intencionada de la madre, de la concepción de sueños musicales en donde dirige una orquesta desde su habitación. 

El adolescente Reggie crece regularmente con sus pares. Un periodo de tiempo en su vida tan poco interesante se convierte en una fábula visual con un número musical ubicado en un parque de diversiones con cara de plano secuencia, con baile, con música, con colores. 

Es un musical, sin embargo, no descarado o facilista. El uso del sonido –que debería ser el elemento más fuerte en cualquier obra, hablando, pues, acerca de música– aprovecha varias dimensiones del mismo. El sonido diegético es ese que se percibe sucediendo dentro de las escenas, por ejemplo, el de su primer show americano en el mítico The Troubadour, en donde, después de pasar por una breve crisis de pánico escénico, logra enamorar a la audiencia con su primera canción. 

El sonido no diegético, mucho más familiar en las películas, es el que musicaliza artificialmente las escenas para hacer un énfasis emocional en específico. En “Rocketman”, corresponde a las secuencias musicales como tal, sin embargo, también se interpretan como la mirada específica del personaje sobre momentos específicos de su vida: es probable que Elton John viera su vida de esta forma mientras acontecía. 

Finalmente, la parte maravillosa de este musical consiste en que las secuencias dialogadas no son en ningún momento de transición o “de relleno”. La carga dramática de cada una de ellas convierte a la película en una obra multifacética donde siempre hay mucho para percibir. 

Elton John le dijo a Taron Egerton que no lo copiara demasiado en la película y que hiciera su propia versión. La relación artística entre ambos data desde hace un par de años, con sus colaboraciones para “Kingsman: El Círculo Dorado (2017)”. Egerton incluso cantó el éxito de John, “I’m Still Standing” para “Sing (2016)”.

En términos técnicos, un rubro poco reconocido en los filmes es el de “continuidad”, la disciplina encargada de que todo tenga coherencia con el guion y con la narrativa misma, desde los planos y elementos técnicos de cámara, iluminación y sonido, hasta el vestuario y el arte. Tiene la responsabilidad de cuidar infinidad de detalles y errores muy evidentes que se han hecho ampliamente famosos, como el vaso de Starbucks en los últimos episodios de “Game of Thrones”. En “Rocketman”, las transiciones temporales son tan radicales y, a la vez, son tan orgánicas que el trabajo de continuidad debió haber sido titánico. Digno de celebrarse y, en el mejor de los casos, premiarse. 

En términos visuales, las metáforas líricas son absolutamente literales: si el público se eleva –si el mismo Elton John se eleva con la experiencia musical– es exactamente lo que vemos en pantalla; si el protagonista toca fondo en la vorágine de las drogas y en el alcohol, lo vemos caer de cabeza en una piscina llegando hasta el fondo y siendo rescatado de ese obscuro lugar por sus amistades, como si fueran ángeles. Finalmente, el cine comparte con la poesía la misma materia prima: las imágenes. La idea es enfatizar la fantasía con más fantasía. Es un musical que sólo es posible en lenguaje cinematográfico. 

«La parte maravillosa de este musical consiste en que las secuencias dialogadas no son en ningún momento de transición o ‘de relleno’. La carga dramática de cada una de ellas convierte a la película en una obra multifacética donde siempre hay mucho para percibir».

“Rocketman” fue dirigida por Dexter Fletcher, el mismo director de “Bohemian Rhapsody”, pero también de otras maravillas narrativas como “Kick Ass” (2010) y “El hombre elefante” (1980). Siendo esta pieza tan superior a la primera, el gran factor diferenciador podría estribar en haber tenido como productor y natural asesor de la película al mismo Elton John, oportunidad, evidentemente, imposible en la película de Queen. Jamás será lo mismo una historia contada por quienes la escucharon o quienes fueron testigos, a escucharla de quien la vivió en carne y mente propia. 

El último factor que corona a esta película como la mejor dentro de la ola de biopics del rock and roll, es, sin dudarlo un solo momento, el casting. A Taron Eggerton (Elton John), lo vimos en la versión más reciente de Robin Hood, una suerte de remake medio steam punk de la conocida fábula británica. Este tipo se convierte profundamente, a todos los niveles, con todos los recursos corporales y actorales desplegados, en Elton John. Que haya cantado todas sus partes en la película es una muestra de ello. Es incuestionable su transformación precisa en el personaje y los matices dramáticos que consigue están a un nivel irreal de actuación. Insistiendo en la referencia, es una de las flaquezas del premiado Rami Malek, quien, definitivamente no lo consiguió como Freddie Mercury. En este caso, Taron Eggerton genera una conexión con el protagonista tan profunda e inmediata que te emociona de forma auténtica con todo lo que le sucede.

Uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó Elton John al tratar de hacer avanzar este proyecto es que muchos productores le dijeron que querían hacer una película con clasificación PG-13. John les dijo a todos lo mismo: que no había llevado una vida PG-13.

También tenemos, por otra parte, a nuestro querido Jamie Bell, a quien recordamos como Billy Elliot. Jamie encarna al mejor amigo de la vida de Elton John y el autor de la mayoría de las letras de sus canciones: Bernie Taupin, con quien compartiría no sólo su vida entera sino los poderes más grandes para componer, motor creativo del hit “Your song”. “Hasta el día de hoy, no han tenido una sola discusión”, se lee en los créditos finales. Richard Madden (Rob Stark en “Game of Thrones”), interpreta a John Reid, el manipulador manager que se aprovecharía de la homosexualidad y la falta de amor de Reggie para embaucarlo en un contrato del que le costaría muchos años zafarse, llegándole primero por el lado emocional. Es difícil ver a uno de los más queridos Stark haciéndola de villano y esto viene de haberlo hecho tan bien en su actuación. 

Toda esta película es Elton John: toda la estética, toda la narrativa, los colores, los brillos, el delirio, el vértigo de su vida y las profundidades de sus conflictos. Reginald Dwight se mató a sí mismo para convertirse en Elton Hércules John, quien entre más grande era, más mentía sobre todos y cada uno de los aspectos de su vida, disfrazándose cada vez más exageradamente para ocultar la profunda miseria, soledad y falta de amor con la que lidió siempre. Hasta que entra a ese centro de rehabilitación, a esas sesiones de terapia grupal en donde nos cuenta toda su vida, y en donde nos regala una de las escenas más conmovedoras: la de su reconciliación con cada uno de los personajes claves de su vida y consigo mismo. El nivel de intimidad de esta secuencia es lacrimógena y heroica.

“Rocketman” nos mantiene inmersos en una experiencia sensorial delirante que nos recuerda por varios momentos a la obra de Baz Luhrmann (“Moulin Rouge”, 2002), en la que rock, pop, colores y velocidad entran en un profundo romance estético.

Al final, quienes no conozcan mucho a Elton John han de amarlo profundamente por la peculiaridad de su vida, por el buen fin al que ahora ha llegado y por la maravillosa película hecha en su nombre.

¡Tenemos una ganadora! La nueva vara para las biopics de rock está puesta muy en alto. 

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