Prólogo de Arca de Olvidos, de Ricardo Lindo

Texto que prologa el libro de cuentos Arca de Olvidos, de Ricardo Lindo, publicado por la Dirección de Publicaciones e Impresos en 1998. La autora es doctora en Lingüística y académica de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Foto principal: José Carlos Reyes/FACTUM

En uno de sus poemas (en El Señor de la casa del tiempo, 1988) revela Ricardo Lindo que, de niño, quería ser ángel para volar y quería también ser un mago para crear.  Pero, no pudo ceñirse las alas de papel que usaría su hermana en una velada; tampoco pudo ganarse la varita mágica que regaló su tío que hacía actos de magia. Como en los cuentos, en alguna forma, sus sueños se hicieron realidad: volar y crear con las alas de la imaginación y de los sueños: “De tal modo, opté por dedicarme a la poesía, que era una forma de hablar de las cosas que yo amaba, aunque no pudiera crearlas y volar”.

Ricardo publicó su primer verso en Chile, en la revista del colegio donde estudiaba, cuando tenía alrededor de 10 años. Su padre, el escritor Hugo Lindo, ejercía entonces la diplomacia y fue representante de El Salvador en varios países de América del Sur y Europa, en los cuales estuvo acompañado por su esposa y sus hijos. Ricardo llegó a Chile con apenas 6 años, y a los doce partió con su familia a Colombia, donde permaneció poco menos de dos años. A su regreso a  El Salvador, estudió un año en el colegio Santa Cecilia y terminó su bachillerato en el Externado San José. Posteriormente, estudió en España filosofía y letras, además de realizar estudios de publicidad aconsejado por su padre quien, como  escritor, sabía muy  bien que, en nuestro país, no podría subsistir solamente con las letras sino que necesitaría otro oficio. Completó sus estudios; sin embargo, la publicidad no le producía mayor entusiasmo y  viajó a Francia para estudiar psicología en La Sorbonne. Poco después de completar estos estudios, continuó y completó, en la citada universidad francesa, su interrumpida carrera de Letras. Durante su estadía en Francia, trabajó durante un tiempo como Agregado Cultural en la Embajada de El Salvador y, posteriormente, en el Consulado de El Salvador en Suiza.

Podemos atisbar su mundo familiar a través de la lectura de sus obras: su madre,  doña Carmen Fuentes de Lindo, señora de refinada cultura, es la persona recurrente en los poemas de Ricardo Lindo, como también en algunas de sus más entrañables dedicatorias. Segundo de siete hermanos, estos están siempre presentes, en alguna forma,  en sus libros, en dedicatorias, reminiscencias, reconocimientos por datos aportados, agradecimientos por el regalo de material pertinente para su investigación… Sus sobrinos son los destinatarios principales de los Cuentos del mar, cuentos infantiles publicados en 1987.

A pesar de  su aspecto de profeta   ―delgado y con barba blanca—, Ricardo  Lindo es  un escritor joven; de hecho, el más joven de los escritores vivos que forman parte de esta Biblioteca Básica.  Nacido en 1947, Ricardo no es un escritor novel: este año se cumplen treinta desde que escribiera  su primer libro, en 1968,  un conjunto de cuentos que, bajo el título XXX Cuentos publicó la Dirección de Publicaciones en 1970. Su título fue malinterpretado como  “treinta cuentos”; no obstante, al ver el índice o, mejor aún, al  leer el libro, se advierte que Equis, equis, equis es el nombre de un agente secreto, protagonista de varios de los relatos que integran la obra.

Los cuentos de Ricardo Lindo en este primer libro destilan un humor adulto e infantil,  maduro y travieso, como en las obras de Lewis Carrol o Julio Cortázar. Devela al creador que sabe reír de sí mismo, aunque no de su oficio. El libro, que comienza con un “falso prólogo”, termina con esta sentencia: “¡Ay de aquel que habiendo leído este libro, lo haya comprendido!  ¡Será claro signo de que los libros antropófagos lo devorarán!” Intercala entre los capítulos de uno de los cuentos, entreactos sin relación  con el cuento principal: desconcertantes avisos clasificados o lecciones para aprender a leer y escribir, notas sociales o versos de otros poetas.

En 1972,  Lindo escribe Rara avis in terra, poema en prosa publicado bajo el seudónimo de Ricardo Jesurum.  Dice Ricardo Lindo:  “Jesurum debió ser mi apellido, pero el bisabuelo lo hizo perderse pues firmaba Alfredo J. Lindo. Es posible, sin embargo, que en vez de un apellido se tratase de un apelativo tribal”.

Sus libros de versos Jardines, (1981, 2ª edición, 1983 y  Las monedas bajo la lluvia (1985)  han sido publicados con dibujos de Salvador Choussy.  A estos,  siguió un libro de historia y crítica de arte La pintura en El Salvador, (Dirección de Publicaciones, 1986). Las páginas más valiosas de este libro son, probablemente, aquellas sobre el arte prehispánico; por cuanto conllevan de  investigación e interpretación de un material que no está a disposición de todo   público. Por su parte, la historia, descripción y valoración de la obra de pintores antiguos y contemporáneos, aunque no es muy extensa, ofrece una visión bastante completa de las diversas influencias, internas o debidas a avances tecnológicos, como la fotografía,  que afectan a los artistas  y a la pintura. Respecto al lenguaje, todas sus páginas están impregnadas de poesía. Así, cuando escribe sobre la cerámica prehispánica: “Lentas crecen las piedras hacia la luna llevando en su seno, como madres indígenas viejas y fuertes, una carga de signos”, o cuando nos habla de los niños en la obra de Negra Álvarez: “No se mueven  manos ni sus pies, y sus rostros pequeños sólo nos interrogan.  La tela tiene un sabor terrestre de cosa que el tiempo ha suavizado.  Y esos ojos no tienen sueños.  Despojados en su mundo de latas y trapos viejos, de basura y tristeza, ostentan sin saberlo el reproche del que aún no ha renunciado a todo, una muda expresión en la tela deshilachada”.

En 1988, publicó en Guatemala el libro de poemas El Señor de la casa del tiempo, con ilustraciones de Zipacná de León. Un año después, escribe los textos del libro de máscaras  Morería de papel, del pintor guatemalteco Guillermo Grajeda Mena.

Ricardo Lindo  ha escrito, además, El esplendor de la aldea de arcilla (1991),  notas sobre teatro popular en El Salvador, con dibujos de Roberto Huezo, y  Las estrellas y las piedras, (1992), notas sobre petrograbados del lago de Güija, en colaboración con Edgardo Quijano.

La novela Tierra (1992) es, hasta ahora,  su obra que  ha causado mayor impacto, nacional e internacionalmente, y  ha merecido estudios y comentarios de varios críticos literarios y profesores universitarios de literatura.

Tierra es el canto del encuentro aún no realizado;  la búsqueda de la identidad ante dos corrientes que luchan a su vez por la mutua destrucción y por la fusión total. El salvadoreño Rafael Lara Martínez la sintetiza así: “[…] Tierra es una novela fascinante tanto por la delicada textura poética de su composición formal, como por su proyecto de  rescate de la otra voz.  Es historia en el sentido rulfeano [de Juan Rulfo]  de restauración de la voz de los muertos.  Es confluencia poética de voces, según la terminología lezameana [de Lezama Lima] de restitución de  la otra palabra. Es geografía en su proyecto místico panteísta de deificación del paisaje cuzcatleco.  Por último, es antropología al establecer un diálogo de culturas y dotarse de un hondo indigenismo; es en fin etnografía poética al convocar, en el espacio utópico y experimental de la escritura novelesca, el collage resquebrajado de nuestro complejo mestizaje cultural”.

En  esta  novela de relación histórica, a la par que de reinterpretación, Lindo,  además de fabular la conquista y ocupación del país, nos presenta  en su primera parte a un Pedro de Alvarado que deambula  por las tierras conquistadas hace más de cuatro siglos, pidiendo perdón a los indios a quienes maltrató. La segunda parte del libro recoge leyendas y tradiciones indígenas, en una existencia anterior a la conquista.  Al final, en un epílogo doloroso, se duele de su país en guerra, del olvido del pasado y de la depredación de las zonas prehispánicas. En  palabras de la crítica española Campeny-Queralt, Tierra  es  “[…] a la vez novela, crónica histórica, poema épico y relato personal.  Con lenguaje poético, el autor va tejiendo la fábula de los orígenes de su país”.

Además del valor estético-literario intrínseco de la obra, la producción reciente de Lindo tiene el mérito de trabajar seriamente por el rescate de la identidad desde el reconocimiento del mestizaje con la asunción plena de su significado, en cuanto a la fusión de culturas, sin la negación arbitraria de las huellas de alguno de sus elementos.

Arca de los olvidos es una antología narrativa compuesta por algunos de sus primeros cuentos; otros, escritos y publicados en fechas más recientes y unos más, inéditos. Con este libro, se incorpora Ricardo Lindo a la tercera colección de la Biblioteca Básica de Literatura Salvadoreña y con esto se da el caso, insólito en nuestro país, de que padre e hijo formen parte del grupo de autores cimeros.

El primer cuento “La ciudad y un fósforo” es un cuento acabado, con apenas once  líneas,  y es una muestra de lo que podemos encontrar en sus primeras narraciones: un mundo a veces absurdo, con frecuencia paradójico, en ocasiones mágico. Siempre sorprendente y cautivador.  Nueve cuentos más de su primer libro completan la visión de estos primeros años.  Con la mayor naturalidad y con una sintaxis muy cuidada, pero empleando símiles cuando menos inusuales, describe a sus  personajes.  Así, en  “El ojo de la cerradura”: “La niña era tranquila y luminosa como papel celofán.  El niño, reflexivo, como una cuartilla en blanco sobre un escritorio.  En el inmenso jardín señorial paseaban recitando a Horacio.  Actuaban con el ritmo suave y severo de un endecasílabo, y jugaban a veces en la cocina, sin aproximarse al fuego”.

De 1972,   “Naipe de la sirena” es la historia del amor no correspondido de un pescador por una sirena. Contiene elementos mágicos y muestras del humor de sus primeros cuentos, cuando puede contar con toda naturalidad que  “Una sirena colgó a secar su única media”.

“Por huevos o por candelas”,  escrito en 1990, tiene como protagonista a Justo Armas, un misterioso personaje elegantemente vestido, pero siempre descalzo, que vivió en nuestra capital durante la primera mitad de este siglo. Afloran aquí otros aspectos y otros sentimientos del escritor: su conocimiento del entorno y de la historia; sus reflexiones sobre el ser humano y su capacidad para describir con  pocas palabras. Hay, además, un fino sentido del humor que no le abandona. Así, los rasgos más característicos de la personalidad de don Justo, lo resume de la siguiente manera: “Era igual en su trato con un cónsul que con un lustrabotas, del cual, por otra parte, no necesitaba”.  Otro cuento de esta primera parte,  “Noche de títeres”, revela al escritor maduro que ha aprendido a volar en el tiempo y el espacio y, con profunda sensibilidad, sabe captar y expresar los sentimientos nobles o rastreros que se esconden tras una apariencia.  La escueta dedicatoria a un amigo desaparecido en la guerra se vuelve entrañable al terminar la lectura del cuento. Con respecto al lenguaje,  Ricardo dibuja el paisaje con la brocha de su prosa poética: un amate “protege” los cuadros con su follaje; las aguas, “conmovidas” por la luz van del verde hacia el violeta.

Los nueve relatos reunidos como “Diversos” tienen en común —dice el autor―  “el haber salido de una misma pluma y el corresponder a las mismas obsesiones”.  En efecto, tenemos en estos cuentos algunos de los temas que ya conocemos y otros que se desarrollan en sus últimas obras: la búsqueda de sus raíces en la historia indígena, en la relectura del descubrimiento y la conquista, en la tradición judeocristiana. Es evidente el cambio entre los primeros cuentos  y  aquellos de más reciente creación, como algunos de la segunda parte de este volumen. En los primeros, el lenguaje es más directo y  los relatos tienen mayor fluidez, en tanto en narraciones posteriores, como “El almirante”,  “El hijo de la mandrágora”, “El corazón del acantilado” el poeta se deleita en la recreación de los ambientes y en el perfil interno de los personajes.  En ocasiones, el lenguaje de estos relatos históricos o histórico-fabulados, evoca el cantar de los poetas clásicos o sugiere reminiscencias de los libros de las Escrituras.

“Su amor lo persiguió a través del tiempo y del espacio, en la joven esclava, en los niños, en las amargas hojas del viñedo y en las dulces uvas, en la lluvia que esponjaba la tierra trabajada por sus manos”.

El lenguaje que emplea Ricardo en sus obras es tan cuidado como rico. Nos revela al escritor que, además de vocación, tiene oficio. Unido esto a una amplia cultura, produce obras de gran profundidad y riqueza estilística.  Es notable  la precisión en los nombres de los objetos, de los instrumentos  y trajes empleados para cada ocasión; el conocimiento de las tradiciones y costumbres; en fin, la creación de un mundo a partir de realidades conocidas e investigadas por el artista.

“El engendro” y  “Mambrú” tienen el espíritu travieso y burlón de sus primeros cuentos.  “La pipa del muerto” desarrolla la acción como un relato en equilibrio entre el terror y lo maravilloso.  “Una nota periodística” narra una historia aparentemente real, en la que también interviene el autor.  El lenguaje es aquí, sobre todo, sobrio.  Con pocas palabras logra perfilar a los protagonistas. Va escalando progresivamente los detalles sobre los personajes para hacerlos más próximos al lector y conmoverlo con el cruel desenlace. Los cuentos que integran esta antología dan una justa idea de la producción narrativa del artista.

Hijo y nieto de escritores y diplomáticos, Ricardo Lindo —que ejerció temporalmente la diplomacia― es, además,  un artista de múltiples talentos: dibuja, pinta,  hace acuarela, traduce al español obras literarias, hace crítica de arte, escribe ensayo, narrativa y versos, es director de una revista literaria. Como escritor,  tiene, además, la rara costumbre de hacer las cosas bien.  Es un artista que investiga y escudriña en la realidad, en los libros y en los viejos archivos,  que demuestra con su obra el valor del conocimiento como el viento que impulsa las alas para volar.

No obstante, lo suyo es la poesía: la poesía que irremediablemente aflora en su prosa.

Ricardo  Lindo es, desde 1992,  Director de la revista ARS, de la Dirección Nacional de Artes del Ministerio de Educación.

 

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.