La La Land, la favorita sospechosa

[Spoiler alert: la siguiente reseña comparte detalles de “La La Land”, filme nominado a 14 premios Oscar este año, incluido el de mejor película.]


Vamos a lo primero. Lo artístico. La La Land, el musical dirigido por Damien Chazelle, es una película bonita, bien hecha. Pero no es una película extraordinaria. No es ni siquiera un gran musical.

Empecemos por la historia. Se trata, aquí, del romance entre Sebastián, un pianista de jazz interpretado por Ryan Gosling (“The big short”, “Crazy, stupid, love”), y Mia, una aspirante a actriz a la que da vida Emma Stone (“Birdman”, “The Help”). Ambos son artistas talentosos que pelean por lograr espacios en el saturado, cruel, devastador mundo del espectáculo hollywoodense. La historia de amor va y viene, hipotecada por los caprichos de la fama, la muy mundana exigencia de pagar la renta y los egoísmos propios del oficio.

Nominaciones

  • Mejor película.
  • Mejor Actor, Ryan Gosling
  • Mejor Actriz, Emma Stone.
  • Cinematografía, Linus Sandgren.
  • Diseño de vestuario, Mary Zophres.
  • Mejor Director, Damien Chazelle.
  • Montaje, Tom Cross.
  • Banda Sonora, Justin Hurwitz.
  • Canción Original, “Audition (The fools who dream)”, música de Justin Hurwitz; líricas de Benj Pasek y Justin Paul.
  • Canción Original, “City of Stars”, Justin Hurwitz.
  • Diseño de Producción, David Wasco.
  • Edición de Sonido, Ai-Ling Lee.
  • Mezcla de Sonido, Andy Nelson.
  • Guion Original, Damien Chazelle.

Sigamos con el género. Todos los involucrados -productores, críticos y estudio- vendieron “La La Land” como un musical, y en la carrera previa a la noche de Oscars, la prensa no paró de insistir que este era, como “Chicago” en 2002 o “Los Miserables” en 2012, otro grandioso regreso de la industria a su pasado glorioso.

El tema es que “La La Land”, el producto final que llega hasta nosotros desde la pantalla, no es un musical acabado. Más aún: los mejores momentos de la película, de sus actores sobre todo, llegan cuando estos no están cantando.

No es que Stone y Gosling lo hagan mal en eso del baile y el canto. De hecho, el momento más trascendental en la trama llega cuando Mia canta en la audición clave de su carrera. En la escena, Stone, cantando, nos traslada sus mejores momentos interpretativos en toda la película, pero no lo hace gracias a la calidad de su voz, sino a la infinita expresividad de sus ojos y de todo su rostro.

Y eso es una constante en todo el filme: la actuación de la pareja protagonista es buena más allá del canto y el baile, en los que ambos, Gosling y Stone, son solo correctos (no estamos, en ese apartado, ante Gene Kelly y Debbie Reynolds de “Cantando bajo la lluvia”, y ninguna de las escenas de La La Land se convertirán en clásicos del cine musical). Eso dicho, insisto, Emma Stone tiene buenos dotes dramáticos, y su actuación tiene algo que no es fácil de encontrar en estos días: naturalidad.

Pasemos por el tono. Es un tono ligero, acaso por la pretensión que esta película parece tener de ser un homenaje al Hollywood de vaudeville, el de las sonrisas impecables, los finales felices y la musiquita pegajosa. En este caso, sin embargo, la ligereza del tono, dada por un guion que carece de giros dramáticos intensos, no significa superficialidad. De hecho, cuando los protagonistas deben tomar las decisiones finales, las que los llevarán a acercarse o alejarse, la película también alcanza profundidades narrativas interesantes. Ojo, por ejemplo, a la escena en que Mia escucha, por última vez, el piano de Seb en un bar de Los Ángeles; en esa escena hay algo que pocos musicales logran: la combinación adecuada entre el protagonismo de la música, el jazz en este caso, y las actuaciones.

Y terminemos con la valoración estética. “La La Land” tiene momentos geniales, como los que apunté arriba. El fraseo de toda la película -que alterna entre secuencias musicales correctas aunque no geniales y escenas más íntimas de gran factura gracias a la actuación- es muy fino, que no impecable.

Al final, “La La Land” es, como me dijo un colega, una película bonita. Nada más.

Vamos ahora a lo de las 14 nominaciones.

A veinticuatro horas de la entrega de los Oscars 2017 la controversia en torno a las 14 nominaciones de “La La Land” ha arreciado en redes sociales. La polémica gira en torno a una pregunta: ¿Merece este filme, correctamente realizado, tantas nominaciones?

Juan Carlos Arciniegas, el crítico de cine de CNN, por ejemplo, le dijo recién al periódico El Colombiano que él veía a “La La Land” como una película sobrevalorada.

La revista uruguaya film.com fue más allá y dedicó su sección “Todos contra” a hablar mal de “La La Land”. “Hubo un acuerdo y decidimos retomar nuestra sección malhumorada… Le caemos a La La Land. Lo que nos importa no son los premios (ojalá los gane todos) sino avivar un poco la modorra veraniega de la crítica y dejar claro que por acá no nos comemos esa pastilla”, escriben los editores antes de presentar tres críticas que coinciden con Arciniegas: esta película no merece la bulla que está haciendo.

El New York Times, por su parte, no agota palabras para elogiar las actuaciones de Gosling y Stone y para agradecer la frescura en la dirección de Chazelle.

La polémica no es nueva cuando se trata de un filme que, como este, acapara una cifra récord de nominaciones -solo Titanic en 1997 y “All about Eve” en 1959 han tenido 14– y se resume en una pregunta: ¿Es esta película tan, tan buena como estar en el panteón de los mejores filmes de la historia? Esa pregunta, cuando se trata de la Academia de Hollywood, tiene dos respuestas, una que atañe a los méritos artístico de la película y otra relacionada con la política coyuntural que suele colarse en noche de Oscars.

Mi opinión sobre los méritos artísticos está apuntada arriba. No es para tanto lo de las nominaciones. Pero tampoco es para tanto lo de la polémica.

Y en cuanto a lo político, pues vale decir que este es un año en que la carrera por el Oscar estuvo marcada por la polémica racial, lo que llevó a la directora de la Academia, Cheryl Boone Isaacs, una afroamericana, a una intensa gestión por ampliar la diversidad del universo de votantes. No parece casualidad que, después de que solo hubiese nominados blancos en las categorías de actuación en 2015, este año haya afroamericanos en todas ellas.

Y hay que decir, también, que la ceremonia de este año pinta para convertirse en un mitin anti-Trump.

¿Qué tiene todo eso que ve con La La Land? Pues puede ser que en tiempos en que discusiones no resueltas sobre discriminación racial en la industria del cine -reflejo del racismo que aún marca la cotidianidad estadounidense- o la confusión nacional que aumenta cada día tras la toma de posesión del presidente Trump, no esté de más premiar a manos llenas a una película que celebra el jazz y a los musicales de Hollywood, dos productos “made in America” que tantas querencias siguen generando en el mundo.

Todo eso, como sea, no son más que especulaciones. Y quizá lo importante es volver a la película en cuestión: sí, vale la pena ver “La La Land”, disfrutar su música, apreciar la calidad de sus intérpretes y la intensidad de los ojazos de Emma Stone. Claro que vale la pena.

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