La Carta Pastoral del Arzobispo

La importancia de la Carta Pastoral del Arzobispo José Luis reside en el esfuerzo por entrarle a fondo al tema de la violencia. En primer lugar es una reflexión sobre una realidad que hunde sus raíces en la cultura. Aunque no se pueda decir que culturalmente el pueblo salvadoreño sea violento (ni la carta lo dice), sí es importante ver que ciertas manifestaciones de violencia tienen raíces históricas y estructurales que hacen que la violencia pueda ser relativamente aceptada por la ciudadanía. Estamos acostumbrados a la violencia. Y aunque la gran mayoría trate de huir de ella, hay una especie de inercia que nos lleva a aceptar casi como inevitable la ley del más fuerte y su capacidad de abusar. Algo está cambiando, ciertamente, pero reflexionar sobre la aceptación larvada de la violencia en nuestra cultura me parece importante.

En segundo lugar reflexionar sobre el tema de la exclusión es clave cuando vivimos en un país que estratifica derechos fundamentales del ciudadano y en ocasiones incluso los niega. En educación se ve la exclusión con mucha claridad. El 90% de los niños entre dos y cinco años están excluidos de hecho de la educación infantil. La educación preescolar, entre cinco y seis años, cubre sólo al 50% de la población. Y si bien la primaria tiene altos índices de participación, de bachillerato se gradúa sólo el 40% de los jóvenes en la edad correspondiente. La estratificación del derecho a la salud se observa con claridad en  los diferentes sistemas públicos de salud en los que se invierte por persona año más en aquellos que se consideran más importantes y menos en los que no se consideran importantes. Incluso funcionarios del Estado pagan con dinero público seguros de salud privados, teniendo como tienen el Seguro Social. El salario mínimo existente marca también una especie de exclusión y marginación para algunos trabajos. De diez salarios mínimos existentes llama la atención la diferencia entre el salario mínimo de servicios y comercio, $251 mensuales, y el de $109.20 de la temporada de zafra. Con el agravante de que los trabajadores de servicios tienen prestaciones superiores de salud en el Seguro Social y los trabajadores del campo tienen que ir al sistema inferior del Ministerio de Salud. Aunque la exclusión como factor de violencia se asocie inmediatamente con un análisis social, cada vez más se relaciona también con dinamismos personales sicológicos. Autores especializados en violencia como el psiquiatra de prisiones James Gilligan insisten en que la humillación es un factor esencial en la generación de violencia. Y la exclusión evidentemente es una forma de humillación.

La estructuración socioeconómica dominada por lo que la Carta Pastoral llama la idolatría del dinero incide en la desigualdad. Se trata sin duda de un fenómeno de larga data y  produce siempre formas diversas de protesta, desde las legítimas, en el campo político o sindical, hasta formas primitivas o salvajes, como pueden ser la corrupción o la delincuencia. Todo ello mezclado con la impunidad, que sigue siendo en muchos aspectos parte de no sé si llamarlo tradición o cultura del país.

Finalmente se resalta el individualismo como un factor importante de violencia. Un individualismo que en los tiempos actuales va marcado profundamente por el consumismo. Ciertamente individualismo y consumismo están profundamente implicados como factor de violencia entre aquellos que no tienen acceso al consumo y viven en una sociedad con esos rasgos. La afirmaciones del arzobispo coinciden en buena parte con algunos de los análisis del mundo sociológico de vanguardia. Baste citar a G Lipowetski cuando dice que “los jóvenes de los barrios periféricos de las grandes ciudades asimilan masivamente las normas y los valores consumistas. Por el otro, la vida precaria y la pobreza les impiden participar plenamente en las actividades de consumo y en las diversiones comerciales. De esta contradicción surge con fuerza un chorro de sentimientos de exclusión y de frustración, al mismo tiempo que comportamientos de tipo delictivo”.

La Carta es un reto tanto para los católicos como para la sociedad salvadoreña. Nos lanza a reflexionar a fondo sobre la violencia, sobre el futuro de una sociedad que tiene ya que cortar esa cultura de violencia, injusticia y exclusión. De lo contrario las cosas no harán sino empeorar. Nuestra juventud, en esta cultura interconectada de internet, tiene cada día mayores expectativas. El acceso a internet e incluso la comunicación con los parientes migrantes han hecho crecer las expectativas de nuestros jóvenes. Pero la institucionalidad del país no cubre ni ofrece posibilidades a las expectativas que los jóvenes salvadoreños se forjan desde el conocimiento de la sociedad actual y sus ofertas, tanto de consumo como de autorrealización personal. Nuestros jóvenes aspiran al desarrollo pleno de sus capacidades y nuestra sociedad le niega ese derecho. Los resultados no pueden ser sino violentos.

Tal vez la Carta no desarrolla plenamente caminos de salida. Tampoco se trata de tener la solución automática para todo. Pero esta Carta tiene un lúcido análisis de los temas que se deben discutir para superar la violencia, y marca vías desde la justicia y la solidaridad cristiana, el diálogo y la construcción pacífica de la convivencia. Leerla, dialogarla y buscar caminos de solución desde los valores mencionados es un desafío de primer nivel para poder salir del ambiente violento en que vivimos.

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